Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo, de quien el credo cristiano dice que es: “Señor y dador de Vida, que procede del Padre y el Hijo, y que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”. Nuestra Iglesia tiende a olvidar la persona del Espíritu Santo concediendo un lugar más preponderante a las personas del Padre y del Hijo. ¿Quién es el Espíritu Santo? San Pablo, en uno de sus viajes misioneros, a los cristianos de Éfeso “les preguntó: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe? Ellos contestaron: Pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo” (Hch 19,2). No es nuestro caso. Nosotros, aunque haya sido a golpe de catecismo, sí hemos oído hablar del Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad. Pero, decir que “Dios es Espíritu” (Jn 4,24) ¿no nos sugiere más bien una idea abstracta de Dios?, ¿qué significa el Espíritu Santo para nuestra vida?
Dios va desvelando su rostro en las distintas etapas de la historia de la Salvación: primero se revela como el Padre creador y protector, luego como el Hijo redentor y en una tercera etapa, como el Espíritu santificador y vivificador. Espíritu que ya se revela en el soplo de la Creación (Gn 1,1), en los profetas y en la vida de Jesús, pero de forma solemne adquiere protagonismo en Pentecostés. El Espíritu Santo es Dios mismo, su energía realizando su obra de Salvación, haciendo patente su poder en la Iglesia y en el mundo. Es difícil hacerse una imagen de algo tan etéreo como el Espíritu, por eso la tradición bíblica, para visualizar su presencia, ha recurrido a imágenes: el viento (Gn 1,1), el fuego (Hch 2,3), la paloma (Mt 3,16), la luz (Hch 9,3), el agua (Jn 7,37), etc. Con estos símbolos se quiere visibilizar al invisible, al que es como “el viento, que sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va” (Jn 3,8); tan así es el Espíritu Santo que sólo podemos dar razón de Él contando cómo fue su paso por nuestra vida, diciendo a los demás cómo nos abrió los ojos del alma, cómo lo sentimos fuerte en aquel momento difícil o cómo nos inundó de gozo al vislumbrar su grandeza.
A Dios Espíritu Santo se le conoce por y en sus dones, que tradicionalmente se han resumido en siete y que brevemente señalaremos y comentaremos, y se le experimenta por sus frutos: “amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre, y dominio de sí mismo” (Gal 5,22-23). Estas experiencias nos hacen sentir y vivir la presencia del Espíritu de Dios en nuestra vida, porque son obra de Dios, y si a los hombres se les conoce por sus frutos (Mt 7,16), también a Dios.
Estos son los dones del Espíritu:
1º Don de SABIDURÍA: Jesús dijo en una ocasión: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños”. (Mt 11,25). Es El Espíritu de Dios quien nos lleva a la sabiduría; sólo por Él podemos comprender la sabiduría de la cruz (1 Cor 1,20-25), su misterio, su significado y sentido. Y quien lo conoce no puede menos que agradecer y gozarse en tan gran conocimiento. De ahí que san Pablo desee a los efesios que Dios les conceda “espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente y que ilumine los ojos de su corazón para que conozcan cuál es la esperanza a que fueron llamados por él” (Ef 1,17-18).
2º Don de INTELIGENCIA: El Espíritu Santo es el “Espíritu de la verdad” (Jn 15,26). Para sanar las mentes embotadas (Mc 6,58;8,17) por la mentalidad del mundo, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la inteligencia de Dios. Como hombres somos animales racionales, y lo que nos distingue del resto de los animales es el don de la inteligencia, por ella Dios nos hace partícipes de su mismo Espíritu.
3º Don de CONSEJO: “Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente; tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré” (Sal 15,17-18). El Espíritu aconseja. Muchas veces recurrimos a Dios buscando salida en la tribulación o en las encrucijadas difíciles de la vida. Lo hacemos con la práctica de la oración, meditando la Palabra, en el diálogo con un director espiritual, en la conversación con un amigo, etc. Y hemos sentido como el Espíritu Santo nos aconseja, nos ilumina y nos orienta para actuar como conviene.
4º Don de FORTALEZA: Los apóstoles, como nos cuenta el libro de los Hechos, se encontraban encerrados en una casa por miedo a los judíos. Estaban abatidos por el temor y las dudas; pero cuando reciben la fuerza de Dios se transforman en hombres valientes y decididos (cf Hch 2). El mismo Espíritu que fortaleció a Sansón para romper las cuerdas que le ataban (Jue 15,14) y le capacitó para empujar las columnas que aplastaron a sus enemigos (cf Jue 16,28-30) es el que desató los corazones timoratos de los Apóstoles y los lanzó a dar el testimonio del Reino. Los que le reciben pueden decir con verdad: “el Señor es mi fuerza, mi roca, mi alcázar, con Él a mi derecha no vacilaré” (Sal 118,14).
5º Don de CIENCIA: Hay una ciencia experimental (matemáticas, biología, física...) y una ciencia experiencial que se inserta en lo íntimo del hombre. Esta última se alimenta en la experiencia de las cosas espirituales, que no se derivan tanto del saber cuanto del sabor de la vida. San Ignacio de Loyola definió esto de modo sublime cuando dijo que “no el mucho saber satisface y harta el alma sino el sentir y gustar las cosas de Dios internamente” (EE,2). A la ciencia del Espíritu serefiere San Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual cuando hace exclamar al alma : “En la interior bodega de mi Amado bebí... allí me enseñó ciencia muy sabrosa”. La ciencia de Dios supera con creces las ciencias positivas, porque éstas indagan y explican el origen y funcionamiento de la vida, pero la ciencia de Dios da sentido y consistencia al existir.
6º Don de PIEDAD: Ser piadoso es ser misericordioso; todo acto de piedad para con el prójimo, toda misericordia, es signo de la presencia del Espíritu Santo. “Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus negocios” (Sal 112,5). ¿Quién tendrá piedad del hombre injusto? ¿Quién podrá perdonar al enemigo si no recibe la fuerza de lo alto? El Espíritu nos hace personas piadosas, término que se ha devaluado mucho; muchos entienden que la persona piadosa es de carácter débil; y no es así. El don de la piedad hace al hombre atrevido y revolucionario, capaz de situarse ante Dios reconociendo sus propios errores para corregirlos, y ante los hombres para hacerse uno con ellos, especialmente con los que más sufren.
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7º Don de TEMOR DE DIOS: Que no es miedo. Dios no es un juez del cual huir. El miedo es producto del pecado que suscita en nosotros la idea de un Dios rencoroso y vengador, hecho a nuestra imagen. El Temor de Dios es el respeto necesario debido al Santo entre los Santos, es la cualidad que nos preserva de la banalización de la fe, de la irreverencia, de la superficialidad religiosa. El santo Temor de Dios nos mueve al respeto de todo lo sagrado y misterioso que se revela en Dios; y desde la fe el temor de Dios nos conduce al respeto y amor que también merece todo hombre, imagen de Dios.

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Ya sabes algo más del Espíritu Santo, aunque todo saber sobre Dios es siempre incomparable con su realidad. En el tiempo de la Iglesia toca ser espirituales, es decir, hombres que se dejan llevar por el Espíritu de Dios. ¿Hacia dónde? Hacia delante con Jesús. El Espíritu sigue haciendo presente al crucificado y resucitado. Entre los dones y regalos del Espíritu podemos contar también con la Eucaristía. El misterio que acontece en su celebración es obra del Espíritu: “Santifica estos dones con la efusión del Espíritu” (Canon de la misa), es más, yo diría que la Eucaristía es el don del Espíritu por excelencia, porque igual que el Espíritu Santo obró el milagro de la encarnación en el seno de María, también en la Iglesia obra este milagro del Sacramento por el que Cristo, “que contiene en sí todo deleite” (todos los bienes) llega a nosotros. El Espíritu de Dios se nos da en la Eucaristía. En pentecostés oramos diciendo: “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”. En la Eucaristía esa oración es escuchada; el mismo Espíritu Santo que estaba en el principio creando (Gn 1,1) sigue actuando entre nosotros redimiendo al mundo y a la humanidad.
Casto Acedo. Junio 2011. paduamerida@gmail.com 4293