jueves, 16 de enero de 2020

¡He visto y doy testimonio! (19 de Enero)

 
 
La liturgia del segundo Domingo del Tiempo ordinario enlaza con la fiesta del Bautismo del Señor que se celebró el pasado domingo. Al presentarse Jesús para ser bautizado, el Bautista toma la Palabra; primero para constatar la personalidad del que se acerca: es el Mesías, dato sobre Jesús que el Bautista recibe por revelación: “Yo no le conocía … pero he visto que bajaba una paloma del cielo y se posó sobre él” .Jn 1 31.32); luego sigue hablando para exponer su toma de postura fruto de la experiencia del momento: “Lo he visto y he dado testimonio” (Jn 1,34). La iluminación conduce a la misión.


“Lo he visto…”

Lo que Juan vive en la teofanía del bautismo es su cumbre espiritual, su iluminación,  el encuentro y cercanía de Dios en Jesús; ahora sabe que todo su trabajo preparatorio llega a plenitud. Ahora toca dar paso al Otro.

Y presenta a ese Otro, a Jesús, con el título de Cordero, palabra cargada de un simbolismo excepcional en el Antiguo Testamento. La expresión recuerda

*el sacrificio de Abrahán, donde un cordero enredado entre las zarzas sustituye a Isaac en el sacrificio (Gn 22,13);

*el cordero cenado  en la noche de Pascua y que sirvió para ser librados de la muerte por la sangre untada en los dinteles de las puertas ante las cuales  pasó el ángel exterminador (cf Ex 12,22-23); y a su vez fue alimento para  iniciar con energía la marcha hacia la libertad;

* también nos remite los corderos sacrificados cada Pascua judía en el templo, animal sacrificado y comido que renueva la alianza.

Cada año, en el templo de Jerusalén, durante las Fiestas de Pascua, se sacrificaban corderos para recordar aquel acontecimiento fundador del pueblo, que fue la Pascua. Participar en el rito del sacrificio del cordero suponía para el creyente judío, un acto de fe, de purificación y reparación de los propios pecados.

El animal ofrecido y sacrificado significaba simbólicamente al  donante, que se consideraba digno de la muerte a causa de sus pecados; por ello ofrecía el sacrificio de un cordero en sustitución del que realmente merecía la muerte, que era él mismo como pecador. La sangre del cordero era sangre purificadora que quitaba el pecado (cf Lv 12,6.24; Nm 6,12, etc).

El Mesías esperado por el pueblo de Israel es definido en el profeta Isaías como un siervo del que se dice que será “un cordero llevado al matadero” (cf Liturgia del Viernes Santo, Is 53,7).... “y con lo aprendido, mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos (Is 53,11)”. Hoy mismo, en la segunda lectura -parte de uno de los cantos del Siervo de Isaías-, superando los límites estrechos del pueblo de Israel, muy en la onda que celebrábamos en la Epifanía, se dice del Siervo que vendrá para todos los pueblos: “te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra” (Is 49,6).

Al decir  este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” Juan Bautista está diciendo muchas cosas acerca de Jesús y de su misión:
 
*1º Dice que Jesús es el Mesías, el enviado definitivo de Dios que el Padre había prometido y que el pueblo estaba esperando.
 
*2º También indica que la misión de Jesús, su tarea de salvar al mundo del mal (la injusticia, del pecado, del sufrimiento...) se va a realizar por el camino de la paz, es decir, de forma no-violenta (como dócil cordero).
 
*3º Su misión será una misión de “servicio” (siervo), que realizará lo que Dios quiere de una forma insólita: enfrentándose a los enemigos con las armas del amor resumidas en “hacer la voluntad del Padre” (cf Salmo 39,9). La misión del Hijo es la de servidor de Dios y de los hombres.
 
*4º Jesús  morirá de muerte cruenta, una muerte que él mismo interpretó como redentora en la Última Cena: mi cuerpo entregado  y mi sangre derramada para el perdón de los pecados (Lc 22,19-20;Mc 14,22-23;Mt 26,26-26; 1 Cor 11,23-25). Jesús pone término a los sacrificios rituales hechos con animales, e invita a que los sacrificios sean existenciales (cf la carta a los Hebreos).



“… y  doy testimonio”

Juan da testimonio de su experiencia de Jesús. Y lo hace de una manera muy discreta: pasando él mismo a segundo plano. “Es preciso que Él crezca y yo disminuya” (Jn 3,30). Juan era ya maestro de discípulos, y no le importó pasar a ser de nuevo discípulo del único Maestro. Prueba de ello es que invitó a sus mismos seguidores a dejarle a él para que fuesen tras Jesús. El magisterio de Juan se condensa y certifica en su existencia de discípulo;  Jesús dirá de él que "no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan el Bautista" (Mt 11,11).
 
También hoy somos invitados a seguir a Jesucristo al modo de Juan Bautista, que no es otro de aquel estilo de vida que el mismo Jesús escogió con la mirada puesta en el querer  del Padre. La contemplación de Jesús en su bautismo, y el testimonio subsiguiente de Juan  quieren suscitar en nosotros el deseo de la imitación de ambos.   El Salmo 39 nos da la clave de todo encuentro y seguimiento: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Sal 39,9):

*Yo esperaba con ansia al Señor, y se inclinó y escuchó mi grito” (Sal 39,2). Como cristiano he sido iluminado, he experimentado la salvación de Dios, le he sentido cercano, he sido testigo de cómo se ha inclinado y ha escuchado mi grito de auxilio.  Es un buen día hoy para rememorar esa experiencia:  Párate a contemplar y gustar cómo y cuándo te sucedió eso.

*Tu no quieres sacrificios ni holocaustos (viejos rituales), pero, en cambio me abriste el oído; entonces yo digo “aquí estoy, para hacer tu voluntad” (39,7-8) Hubo un tiempo en que mi camino espiritual era un cúmulo de propósitos y sacrificios, de cumplimientos y normas; pero Dios me abrió el oído a su Palabra, me llenó de su Espíritu, me liberó de las leyes que me paralizaban, y saliendo de mí mismo dije: ¡Aquí estoy, Señor, para Ti! Puedo recordarlo aquí y ahora: Señor, ¿qué quieres hoy de mí?  ¿Cuál es tu voluntad concreta para mí en este día?

*El hecho de oír la Palabra y cumplirla es ya un testimonio, que se ha de completar con el testimonio de los labios: “He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios, Señor, tú los sabes” (39,10). ¡Ay si Juan se hubiera callado su experiencia y la hubiera guardado para sí! No habríamos conocido al Mesías. Pero no: “Yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios” (Jn 7,34). ¿Puedo decir lo mismo?
 
* * *
 
Si tú también le has visto, da testimonio. La experiencia de Dios se confirma con el testimonio de la vida de fe; y también con la luz de las palabras que dan razón de las obras.
 
Solemos justificar nuestra vida cristiana apelando a nuestras obras, ¿Puedo decir lo mismo de mis palabras?, ¿puedo decir que mis labios no se cierran cuando tengo la oportunidad de hablar de Dios? ¿Callo mi fe por temor a la crítica malévola y vivo como cristiano voluntariamente confinado a las catacumbas?
 
Un buen propósito para el año que acaba de iniciarse puede ser el de “salir del armario” donde puede que  me esconda como cristiano timorato. Si esta Navidad pasada “he visto”, ahora es el momento de “dar testimonio”, tiempo propicio para dar a conocer sin complejos todo lo que Jesús ha hecho y hace por mi.
 
Casto Acedo. Enero 2020, paduamerida@gmail.com.

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