
Litúrgicamente hablando subimos el segundo peldaño del Adviento que nos acerca a la Natividad del Señor. El primer domingo nos invitó a la esperanza atenta (vigilancia), mirando al pasado de Israel y tendiendo los brazos a la venida futura y definitiva de Cristo. Hoy la liturgia parece insistir en la necesidad de preparación en el presente: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos” (Mt 3,2). Como modelo: Juan Bautista, “el mayor nacido de mujer”, el mejor hombre de la historia. “En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista”, dirá Jesús de él (Mt 11,11). Junto con María Inmaculada, el Bautista, nuevo Isaías, es para nosotros luz de Adviento, "voz que grita en el desierto" (Lc 3,4; Is 40,3), sendero para llegar a Cristo sin quedarnos a medio camino, porque con él aprendemos a no confundir los medios con los fines, a no equivocar “al que es” con “los que no son o simplemente le anuncian”, por muy simpáticos que éstos sean. El Precursor desaparece de la escena y pasa a segundo plano: “el que viene detrás de mí puede más que yo” (Mt 3,11); San Juan evangelista dirá que“no era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz” (Jn 1,8).
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La ciencia (conocimiento) del Señor
"Está lleno el país de la ciencia del Señor", dice el profeta Isaías (11,9). Es curioso cómo hemos perdido en el lenguaje cristiano el uso de la expresión “tener conocimiento del Señor” para significar la conversión. Nos parece una expresión excesivamente intelectual. Pero no es así en la Sagrada Escritura donde conocer algo es tener experiencia concreta de ello. Es obvio que sólo desde la experiencia se puede llegar al verdadero conocimiento; ahora bien, para llegar a conocer en profundidad hay que aplicarle el filtro del amor, porque sólo con el amor se puede llegar al conocimiento profundo del Otro y de los otros. ¿Cómo adentrarme en el corazón de lo que odio? ¿Cómo concoer lo que rechazo? Cuando entra en acción el pecado, y con él la desconfianza y el miedo, se cierran las puertas al conocimiento , porque el odio y el rechazo a Dios y a los hermanos no dan conocimiento sino ignorancia y alejamiento. El Niño-Dios, que trae el conocimiento divino, la ciencia del Señor (amor) viene a debloquear al hombre del hechizo mortal del pecado.

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Convertíos al amor de Dios
Junto a Isaías y María de Nazaret, Juan Bautista da colorido a la esperanza del Adviento; con su predicación invita a dejar sitio al que viene en nuestra vida personal y social. Dice el Bautista a los hombres de su tiempo lo mismo que luego dirá Jesús: “Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos” (Mt 3,1-12; cf 4,17), ¡Confesad vuestros pecados! ¡Eliminad todo lo que impide el paso (Pascua) del Señor! Juan Pablo II lo repetirá: "¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!". La salvación que trae el Mesías es un regalo, pero no entrará en nuestra historia sin nuestro permiso; como ya dijo san Agustín: Dios, que te creó sin ti no te salvará sin ti; sin un movimiento interior que abra las puertas desde dentro, Dios no accederá a tu vida.
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Conversión es lo que el Precursor pide sin miramientos a las clases más privilegiadas de Israel: por un lado a los fariseos, que habían domesticado la fe y la esperanza del pueblo reduciéndola a una serie de formalismos legalistas que no conducen a nada. Para los fariseos la religión tiene como fin el cumplimiento de la Ley; e ignoran la primacía del amor, sin la cual la ley, como la fe, está muerta (cf Sant 2,17). Es la reiterada y siempre actual tentación de elevar los medios a categoría de fines. Poner la confianza en la Ley es cerrar la puerta a la gracia. Los fariseos se creían seguros porque cumplían la ley, y Jesús desenmascara su error: “No os hagáis ilusiones pensando: ´Abrahan es nuestro padre´” (Mt 3,9). El Señor no viene para asegurar nuestras cadenas al mástil de la Ley, sino a desatarnos de todo lo que nos impide amar; y entre esos impedimentos puede estar la misma ley en lo que puede tener de engaño y manipulación. “Para ser libres nos liberó Cristo” dirá san Pablo (Gal 5,1); para que el orden nuevo se establezca no basta cultivar las formas, es preciso ir al fondo. Una vida centrada en la ley, y que ignora (¡cuán necesaria es una formación cristiana seria!) u olvida que la ley está hecha para el hombre y no el hombre para la ley (cf Mc 2,27), no acerca a Dios. La letra de la ley mosaica es letra muerta si no está penetrada del Espíritu del amor del Señor.
Tampoco el ritualismo, ni el amor a las riquezas y al poder, propio de los saduceos, son un buen camino para hallar la Vida. Es cierto que a veces estas prácticas y realidades parecen dar seguridad a las personas y a las instituciones, pero sólo es una ficción; los ritos no son el objetivo último del Reino de Dios, tampoco está el Reino donde se acumulan riqueza, poder e influencias. Dios viene en pobreza, debilidad y mansedumbre. Desde la paz y la insignificancia social “herirá al violento con el látigo de su boca, con el soplo de sus labios matará al impío” (Is.11,4), establecerá así la nueva era. “Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da fruto será talado y echado al fuego” (Mt 3,10). Una llamada urgente a dar frutos de buenas obras.
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Casto Acedo Gómez. Diciembre 2010. paduamerida@hotmail.com
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