
La comida, la bebida, la vivienda, el vestido, todos los bienes materiales, no son el fin de la vida sino solo medios para vivir. El error más grande que se puede cometer consiste en considerar internamente que se puede alcanzar la plenitud de la felicidad acumulando lujos. Es la equivocación -podemos decir "el pecado"- que con más fuerza seduce a los hombres.
Consumir es connatural al hombre. Sin el consumo de alimento, vestido y otros productos esenciales, moriríamos. Pero más allá del necesario consumo, cruzando la línea roja de lo estrictamente necesario, está la sociedad consumista, la que usa el espacio, el tiempo, la comida, la bebida y los demás recursos naturales no para un sano vivir sino para tapar el agujero que provoca la angustia de estar muerto. El consumista no gasta, derrocha; no vive, oculta sus muertes. El consumismo es como una droga que quiere poner remedio a la frustración personal; pero aunque el ambicioso pueda engañar a algunos e incluso alcance a engañarse a sí mismo, nunca podrá engañar a Dios.
Con cierta desolación mira nuestro Señor a quien ha puesto su total confianza en el dinero. “Necio –le dice- esta noche misma te van a pedir la vida. Lo que has acumulado ¿para quién será?”(Lc 12,20). Porque una de las verdades más claras y concisas del Evangelio de Jesucristo es que “no podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24), “que es una idolatría”(Ef 5,5). Cuando el dinero deja de ser medio para ocupar el lugar de los fines sobreviene la ruina de la vida. ¿Tiene sentido vivir para acumular? ¿Crees que el dinero puede por sí mismo proporcionarte una vida completamente satisfactoria? Si tu respuesta es no -sin negar el valor que la riqueza tiene como medio para vivir y hacer vivir- eres una mujer o un hombre sabio.
El remedio para la tristeza de la vida consumista está en el cambio de valores. Si lo que cotiza en tu corazón es el vil metal, éste dios menor te obligará a trabajar sin descanso para servirle; y, como si fuera el dios Cronos -dios del tiempo-, irá devorando tu vida. Porque el dios-consumo consume al consumidor compulsivo. Pero si pones a Jesús y su Evangelio en el centro de tu existir, si te riges por el principio de que “vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido” (Mt 6,25), si pones tu confianza ante todo en Dios -si tienes fe verdadera-, si te crees de verdad que Dios es el sustento del pobre y si entiendes que, además de Padre, Dios es también Madre que nunca abandona a sus hijos (cf Is 49,14-15), habrás hallado el tesoro del cielo (cf Mt 6,19-21) y vivirás sin preocupación por el mañana, gozando y luchando el hoy, que ya tiene de por sí sus propios problemas que afrontar. A cada día le bastan sus disgustos. Y también a cada día le acompañan sus buenos momentos.
No hinches, pues, tu armario con vestidos para “las ocasiones”; aprovecha “la ocasión” y vive. Dios está aquí y ahora, vuélvete a Él. A cada día su afán.
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Para una reflexión más amplia sobre la Palabra de este domingo 8º del Tiempo ordinario hacer click en en enlace o en la foto que sigue:
Casto Acedo. Febrero-Marzo 2014.