domingo, 26 de abril de 2020

Carta a los Padres de Primera Comunión 2020



CARTA A LOS PADRES DE LAS 
PRIMERAS COMUNIONES 2020

Queridos  amigos. 


Este domingo deberíamos estar todos muy ocupados preparando la celebración que tendríamos el próximo sábado. Durante la semana hubiéramos tenido las confesiones y ensayos. 

No ha podido ser así. Pero no lo debemos tomar como una catástrofe. Si algo aprendemos en las catequesis es a mirar las cosas con la paciencia de Dios, desde arriba y no desde nuestras estrecheces.  No nos enfademos porque las cosas  no acontecen  como nosotros queremos. Al final siempre es Dios el que tiene la última palabra.Y pensemos que no somos nosotros con nuestros frustrados planes de comuniones los más tocados por la pandemia. 

Deciros que, aunque damos por concluidas las catequesis eso no quiere decir que ya ha terminado el curso y ya habrá un día en que recojamos el diploma. 

Me gustaría que entendierais eso que os he repetido tantas veces: que no es lo mismo "catequesis" que "clase de religión". Os lo dije desde el principio: no se trata en catequesis de "saber de Dios y de la Iglesia" sino de "saborear a Dios en su Iglesia". Si los niños han aprendido a vivir a Dios en su vida y en la vida de la  Iglesia, en la comunidad parroquial,  habremos conseguido el objetivo; sino habremos perdido el tiempo. 

Recordad el título de los catecismos: Mi amigo Jesús el primer año, y Con Jesús en su Iglesia. Si Dios y la Iglesia no han calado en el corazón de vuestras familias  y de vuestro hijo o hija, hemos perdido el tiempo domingo tras domingo.

 Si no os ha calado nada del Espíritu de Dios puede que los niños reciban en su día la Comunión y tendrán su fiesta y sus regalos, pero no volverán a acercarse a Dios ni a la Parroquia, y habremos perdido una oportunidad  para desarrollar la dimensión espiritual de la vida en ellos y en nosotros. ¡Sería una pena que todo quedara en una exaltación de la vanidad y el consumo!

¡Cuántas veces me habéis oído decir que "para este viaje no nos hacen falta alforjas".  De ser así hubieran sobrado las catequesis, y lo que es  peor, si las habéis aguantado porque no quedaba otra, solo habrán sido una especie de tortura cuyo fruto evidente será un mayor alejamiento de Dios y de la religión, y una rendición a la esclavitud social de la apariencia.

Si la meta de la asistencia a catequesis es hacer una fiesta profana, un simple banquete, todo lo aprendido estos años habrá sido un fracaso; y sobre todo este año, porque las circunstancias no nos permiten culminar el proceso de  tal como teníamos previsto. 

No sólo se ha tenido que aparcar la fecha del dos de Mayo para la Misa de la Comunión, sino también como fecha señalada  para  celebrar esa comida en el restaurante, en casa o en el campo, con la  familia y los amigos. Por cierto, haceros a la idea de que, aunque los locales de hostelería abran en fechas próximas, van a tener limitaciones como separación entre personas, número limitado de comensales, etc... 


El objetivo primero de las Catequesis de Comunión es "comulgar con Cristo en y con su Iglesia". Si alguna familia lo tiene asumido así, independientemente de que en su momento hiciéramos una Celebración Solemne (Comunión solemne comunitaria), cuando se permita celebrar la Misa con asistencia de fieles (que probablemente también será limitada en número, en Alemania han puesto el límite en 50 personas por misa y separadas dos metros) no hay inconveniente por mi parte para que los niños comulguen cuando lo decidáis. En grupo o individualmente. En otro momento podemos hacer la "Comunión Solemne" en grupo. 

Mi propuesta -repito que "propuesta", no imposición ni obligación- es muy simple: acercar a los niños a la Eucaristía. Que motivos tan profanos como la disposición de un local para celebrar un banquete o la imposibilidad de reunir a más invitados de los que permitan las normas sanitarias, no sean impedimento para participar en el acto sagrado de comulgar

Creo que no sería un mal testimonio hacer ver a los niños, de forma práctica y real,   que la comunión tiene valor en sí misma, independientemente de que haya después un banquete ostentoso y unos regalos que a veces roban al niño el espacio interior que necesitan para valorar adecuadamente el amor de Jesús que reciben en la Eucaristía.

Soy consciente de que también a los mayores nos cuesta aceptar la Comunión despojada de sus adornos sociales y económicos. Necesitamos para ello una sincera conversión. Comulgar ¿para qué?, dirán algunos. Quien piense así que medite si merece la pena echar mano de la Iglesia para justificar una fiesta. 

En fin, espero que podamos hablar de todo esto pronto a fin de organizarnos y hacer lo más conveniente para los niños. Pensemos en ellos. No nos obsesionemos los mayores con quedar bien a costa de ellos. El sentido común, no la vanidad ni la ostentación, debería ser  nuestro consejero.  

Por favor, no organicéis sobre esto un debate por wasap. Sólo es una reflexión para cada familia. Cuando podamos reunirnos opinamos cada uno con respeto y decidimos lo que hacer. Yo no voy a imponer nada sobre días y modos, seréis vosotros, cada uno libremente, quienes decidáis. Estas letras son solo una invitación a reflexionar pausadamente mientras vienen tiempos mejores. 

La paz del Señor para todos, especialmente a los niños y niñas.Que Dios nos bendiga. Ánimo y confianza. Todo  irá bien.

Vuestro párroco: Casto Acedo. 

sábado, 11 de abril de 2020

De las tinieblas a la luz (Vigilia Pascual)


VIGILIA PASCUAL

Todas las celebraciones del año litúrgico convergen en esta noche. Porque ésta no es una noche cualquiera: “Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo. ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?” (Pregón Pascual). Esta es la noche en la que la oscuridad de estos días respira luz y esperanza.

Esta es la noche

Sin esta noche ni la fe (creer ¿para qué?, ¿para morir?), ni la Iglesia (sería una comunidad de fracasados) ni la vida misma (¿de qué serviría una vida abocada inexorablemente a la muerte?), tendrían sentido alguno. Porque “la gloria de Dios consiste en que el hombre viva,y la vida del hombre consiste en la visión de Dios” (San Ireneo); la vocación del hombre a la vida sólo encuentra su plenitud en la resurrección para una Vida Eterna.

Esta es la noche en que “se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino” (Pregón). La vida de Dios alcanza de pleno al hombre y desde ella el hombre tiene acceso a Dios. En Cristo resucitado el hombre recobra la chispa divina que le fue arrebatada en el paraíso: Dios se ha hecho hombre para que el hombre sea divinizado.

Estamos en la noche del “encuentro” (sacramento) de Dios con la humanidad. Esta madrugada y al alba del día de mañana, si el mal de la pandemia que nos asola no estuviera presente, tendrían lugar en nuestros pueblos y ciudades las  procesiones que llamamos de "los encuentros”. En ella se celebra la resurrección y su proyección salvífica en el mundo simbolizado en María. Ella es la imagen viva de la Iglesia que recibe la buena noticia de que su Señor ha resucitado. 

La Pascua es el encuentro de la humanidad con su Salvador, la aurora de una nueva era en la que todo adquiere un ser nuevo: “Esta es la noche de la que estaba escrito: `Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo´. Y así esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos” (Pregón Pascual). Es la noche del magníficat, noche en la que proclamamos con María (Iglesia) las grandezas del Señor.



En esta noche converge 
toda la historia de la salvación


Los motivos de nuestra alegría pasan ante nosotros en la liturgia de la Palabra que narra los hitos de nuestra salvación, desde la creación del mundo y del hombre (Gn 1, 1-31;2,1-2), hasta la nueva creación por la resurrección (evangelio: Mt 28,1-10) y el bautismo (epístola: Rm 6,3-11). Contemplamos como la Iglesia ve la salvación incluso en las situaciones más difíciles, como lo fueron el sacrificio de Abrahán (Gn 22,1-18), el paso del mar Rojo (Ex. 14,15-15,1), o el llamamiento a volver del Exilio (Ez 36,16-28).

El mensaje central de todas las lecturas proclamadas confluye en una afirmación incontestable: La victoria es de nuestro Dios. Ya no hay situaciones totalmente desesperadas. “La tumba está vacía. No está aquí: HA RESUCITADO, como había dicho” (Mt 28,6a).

Por tres veces aparece en el evangelio de hoy el verbo “ver”: “Al alba del primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro” (Mt 28,1); “Venid a ver el sitio donde yacía”(Mt 28,6b); El ángel: “Ha resucitado de entre los muertos... id a Galilea. Allí lo veréis”(Mt 28,7), Jesús: “...Que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28,10). Por otro lado, se nos dice: “no está aquí”. 

Ya no es visible, ni tangible, ni verificable. Ya no es localizable en un espacio y un el tiempo concretos. El evangelio juega con la paradoja tan propia de la fe que es el “ver y no ver”. Cristo ha resucitado, pero eso sólo lo ven los que creen. La visión física se queda en un dato: “ved el sitio donde lo pusieron”, el sepulcro está vacío. El sepulcro vacío es visible para todos. Pero la fe va más allá y ve en el sepulcro la victoria de Dios sobre la muerte.

Con la resurrección, situaciones tan oscuras como las que estamos viviendo (el dolor, la enfermedad y la muerte) adquieren un tono distinto. Ya no hay situaciones totalmente desesperadas. Si el que murió en la cruz y “descendió a los infiernos”  ha resucitado siendo acreditado por el Padre ¿qué mal podemos temer?

"No temáis", dirá Jesús resucitado a sus discípulos bloqueados por un hecho hasta entonces  inusual que les lleva a confundirlo con un fantasma. Soy yo, que vuelvo para estar con vosotros y sosteneros en vuestra lucha. Es como si dijera: "Todo irá bien". ... El Señor nunca dijo ‘no seréis zarandeados por la tempestad’ o ‘no os veréis abrumados por el trabajo’ o ‘no os faltará consuelo’, sino que dijo: ‘No seréis vencidos’. Dios quiere que tengamos en cuenta estas palabras, de forma que siempre, tanto en la alegría como en el dolor, tengamos una total confianza" (Juliana de Norwich)


De la muerte a la vida 
(Bautismo y Eucaristía).

En el día del Viernes Santo  hemos contemplado el dolor del Hijo que nos ha llevado al llanto, a llorar nuestro pecado, a compadecernos de Cristo que sufre en los hermanos. Hoy vemos el gozo de la Iglesia, la alegría del resucitado, que nos motiva para la  propia alegría. Si con Cristo sufriente somos invitados a solidarizarnos con el dolor de los hombres, con Cristo triunfante, vencedor del mal y de la muerte, somos invitados a repartir alegría y esperanza: “Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28,10).

Todo este misterio de muerte y de resurrección se celebra en la Iglesia sobre todo en los dos grandes sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía.

“Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rm 6,4). Hoy renovamos las promesas de nuestro bautismo que nos injerta en la Vida resucitada del Señor: “Si hemos muerto con Cristo (ritual y existencialmente), creemos que también viviremos con Él” (Rm 6,8). Este se nuestro gozo y nuestro “secreto” (el misterio de nuestra fe).


Jesús resucitado también partirá el pan con nosotros y para nosotros esta noche. “El que come de este pan vivirá para siempre... El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,51.54). No sólo celebramos la resurrección sino que también la participamos (comemos) en la Eucaristía.

Aunque las circunstancias del confinamiento nos resulte extraña (¿cómo no va  a resultar ajeno el distanciamiento cuando hemos sido creados para el encuentro?), hagamos, en solitario o en familia, un esfuerzo por participar la resurrección. Cristo viene a ti como Luz. No para deslumbrarte y cegarte sino para iluminarte. Deja que su Palabra, que es "lámpara para tus pasos" (Salm 108,105), te guíe, sus sacramentos te alimenten, porque "el que come de este pan vivirá para siempre" (Jn 6,48), y su Espíritu del Resucitado sea tu brújula, porque sabe mejor que tú lo que te conviene (cf Rm 8,26).

Que nuestras ventanas griten nuestra alegría a todos los que aún no conocen la noticia de la resurrección,  que “verdaderamente ha resucitado el Señor” (Lc 24,34), entre las tinieblas de la enfermedad y la muerte se abre el paso la Luz.


¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCION!

Casto Acedo. Abril 2020. paduamerida@gmail.com

viernes, 10 de abril de 2020

Abrazando la Cruz (Viernes Santo)

Hoy, Viernes Santo. Perdonad que vaya tan retrasado en los envíos. Aquí tenéis la reflexión para este día: la Cruz. El tema no puede ser más actual. 



Cruz y sufrimiento

El Viernes y Sábado Santos la cruz y la muerte ocupan un lugar privilegiado en nuestras celebraciones. Los viacrucis, la lectura-contemplación de la Pasión del Señor, las procesiones del Santo Entierro, la Virgen María, mater dolorosa, imagen de la Iglesia que vive como propios los sufrimientos del Hijo y de los hijos, todo apunta hacia el lado oscuro de la vida, la frontera donde el enemigo acecha a los hijos de la luz y les invita a rendirse. ¿Merece la pena creer, esperar y amar a Dios? ¿Vale la pena desvivirse por el prójimo? ¿tiene algún sentido sufrir?.

Existe un abismo entre los paganos y los creyentes a la hora de mirar e interpretar la cruz. El sufrimiento y la muerte son considerados por los ateos (sin Dios) como un sinsentido, destino inexorable del hombre que lucha en vano por sobrevivir a sí mismo. 

La columna truncada, símbolo pagano de la muerte, nos pone sobre aviso: por muy próspera que sea una vida la muerte la siega sin piedad; pueden quedar tus obras, pero tú desapareces en la nada más absoluta. Estos días de coronavirus lo estamos experimentado. Cuando teníamos puesta nuestra confianza absoluta en el poder de la ciencia, aparece la cruz que descoloca nuestras seguridades y derriba nuestros poderes.

La cruz sin resurrección es signo de pesimismo y desesperación. Masoquismo en estado puro. No es extraño que este símbolo se quiera erradicar de la vida pública en una sociedad sin Dios. sigue siendo actual la enseñanza que sobre la cruz  dio san Pablo, calificándola de necedad para los racionalistas y escándalo para los que viven en una religiosidad natural: "escándalo para los judíos, necedad para los gentiles". (1 Cor 1,22) 

A los ojos del creyente, la cruz muestra un rostro distinto. No es ignorancia sino sabiduría. Para los primeros cristianos no fue desde el principio signo de muerte sino de vida. 

Verdad es que en los primeros siglos les costó aceptar la imagen del crucificado como signo por excelencia de la nueva fe; prefirieron la imagen del Buen Pastor o la del pez (YCTIS); hasta la Edad Media no se comienza a unir la imagen del Pantocrátor (Cristo Todopoderoso) al símbolo de la cruz. Aparecen entonces las imágenes románicas de Cristo crucificado, con vestiduras y corona reales, sereno, poderoso Señor de todo. 

El renacimiento mostrará el rostro humano del hombre perfecto, Jesús, prendido de la cruz; y será la imaginería barroca la que dotará a los crucificados de unos gestos de dolor y angustia propios de una espiritualidad más marcada por el sacrificio del hombre que por el poder sanador de Dios. ¿No ha marcado en exceso nuestra visión esta última espiritualidad?



Abrazar la cruz es abrazar la vida

Sea como fuere, para los que creen en Cristo, la cruz es signo de vida. Morir es vivir. El destino del hombre es la muerte, ¡cierto!, en esto coincidimos con los paganos; pero para nosotros la muerte es semilla de eternidad ("si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto". Jn 12,24). A fin de cuentas, desde el momento en que nacemos comenzamos a morir; y en nuestra mortificación, nuestro amor hecho entrega, genera vida en nosotros y en aquellos a quienes amamos. Así entendió Jesús su existir: "vivir para", salir de sí mismo, vivir entregado al Padre en los demás.

Evidente es que cuando adoramos la cruz no adoramos el dolor sino a quién cargó con nuestros dolores, a Cristo crucificado.  Adoramos la cruz  hacemos porque en ella palpamos el dolor de Cristo, y el dolor del mundo como dolor de Dios. Adorar no es desear ni promover, es aceptar desde el misterio de la fe, con serenidad, como lo aceptó Cristo al fiarse de la voluntad del Padre, con la certeza de que lo que no entendemos ahora Él nos lo dará a entender mañana (cf Jn 13,7). ¡Qué bien nos viene creer y saber esto en estos días!

Abrazar el dolor es hacer nuestros, como los hizo Jesús, los sufrimientos e injusticias que llevan sobre sí los crucificados de nuestro siglo. En estos días abrazar la cruz es en tomar parte en la tarea de curar y sanar a las víctimas del coronavirus. Abrazar la cruz es decir ¡basta ya! a las guerras, a las deportaciones, la violencia doméstica, los abusos, la explotación, el abandono, la desigualdad, … Sólo desde el compromiso serio por un mundo más justo podemos decir sin blasfemar que son bienaventurados los que toman la cruz y siguen a Jesús. 

Hablar de la cruz es blasfemia si no se está con los crucificados del mundo, como hicieron de manera destacada santos de la talla de san Juan de Dios, Santa Teresa de Calcuta o san Romero de América. No se puede predicar la cruz desde el poder, la instalación o la pasividad ante situaciones de injusticia y dolor.  Me atrevería a decir que no se debe siquiera hablar de la Cruz, porque su misterio no se puede reducir a teologías; sólo la vida misma es lenguaje apropiado para ella.

Le sobra el "Santo" al Viernes si no estamos entregados cada minuto a los demás, desviviéndonos por quienes en estos días están solos o solas y nos necesita, por el esposo o la esposa, por los hijos, los abuelos, los vecinos, los compañeros de trabajo, por los prójimos y los lejanos. Sabemos que entregarnos y dedicarnos a su bienestar y felicidad no es morir sino vivir. A la experiencia me remito.



Viernes Santo

Este año el Viernes Santo será inolvidable, porque es menos folclórico y más real, porque el paso del Crucificado, Muerto y Sepultado es más evidente a nuestros ojos.  Nos cuesta despertar a la realidad de la vida de fe. Reducida a moralina y cultos preciosistas e íntimos, este año tenemos la oportunidad de vivirla. Y digo "vivirla" porque tal vez los ritos y las tradiciones, cuando se usan para esconder y justificar nuestras miserias, matan más que resucitan la fe. Sin ellos, toca situarse ante la verdad desnuda,  y descubrir que a la vida (vivificación personal) sólo se llega muriendo (mortificándonos por el prójimo).

A la pregunta sobre la cruz y la muerte respondemos los cristianos con la afirmación de la vida. Creemos, no en la muerte fruto del pecado (injusticia) que lo enfanga todo, sino en la vida que, por gracia de Cristo Crucificado, nace desde el núcleo de la muerte. Si el grano de trigo muere, da mucho fruto. 

El pueblo cristiano, en su sencillez, ha sabido entender el valor de la cruz como signo de felicidad y de vida. El día 3 de Mayo, en muchas de nuestras ciudades y pueblos se celebra la cruz florida, la cruz de Mayo. Este día se hacen cruces con adornos florales. Es la apoteosis de la cruz, su glorificación entusiasta, acto de fe por el que se pone de manifiesto que para los cristianos la cruz no es principalmente lugar de muerte sino de resurrección y vida.

Ya he señalado que este Viernes Santo es muy especial. Todos en mayor o menor medida hemos sido invitados estos días a tomar nuestra cruz, desde nuestro "quédate en casa" hasta aquellos que están viviendo la incertidumbre de sus familiares aislados u hospitalizados; y desde luego, aquellos que no han tenido siquiera, como tuvo María en el Calvario, la oportunidad  de estar junto a los suyos en el momento de la partida, ni de poder abrazar su cuerpo.

No olvidemos tampoco la cruz que cargan sanitarios y demás personas implicadas en tareas activas por la erradicación de la epidemia. Tal vez muchos dirán que no son creyentes cristianos; pero lo son, porque cristiano es de forma implícita todo aquel que con amor ejerce de Cirineo ayudando al prójimo a llevar su cruz.

Casto Acedo. Abril 2020paduamerida@gmail.com

jueves, 9 de abril de 2020

JUEVES SANTO (Oración)

El texto que he grabado, por si alguien quiere hacerlo mejor leyendo. Feliz Triduo Pascual. 


ORAR
EN JUEVES SANTO
«Ha llegado la hora
en que el Hijo del Hombre va a ser glorificado»
(Jn 12,24)

¿Orar? ¿Para qué? En esta noche santa del Jueves Dios nos recomienda orar, para no sucumbir en la prueba, para no caer en la tentación. La gran dificultad para orar no está solo en el cansancio y la pereza («¿No habéis podido estar en vela conmigo ni siquiera una hora?» Mt 26,40). También pecamos de egoísmo en la oración: «No sabéis lo que estáis pidiendo» (Mt 20,22), por eso «el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos orar como es debido» (Rm 8,26). El Espíritu nos enseña que en la oración recibimos más de lo que pedimos; por eso, nuestra actitud, más que de esfuerzo, ha de ser de escucha atenta, para que podamos descubrir al Señor que está a nuestro lado.

Oración preparatoria:

Señor, escúchame y ven en mi ayuda
para que este tiempo de oración
no sea para mi motivo de orgullo sino de humildad.
Que no sea sordo, sino oyente de tu palabra;
que no sea ciego para verte en los hermanos,
que me alegre y goce en tu alegría
y me duela y llore en tu dolor.
Ven, Espíritu Santo,
ilumina mi ser con la luz de tu verdad
para que, renovado con tus dones,
camine por las sendas del bien.


Acto primero
UNA CENA MEMORABLE

La última cena es el primer paso hacia el calvario. Es una Comida Pascual llena de ritos que simbolizan la intervención de Dios en la liberación de los israelitas de la esclavitud. Jesús, el salvador de la humanidad, que nos rescató de la esclavitud del pecado, le confiere a esta cena una nueva significación para sus discípulos. Inaugura la Eucaristía. «Haced esto en memoria mia» - nos dijo-, y hasta el día de hoy nosotros «recordamos» su presencia de una manera muy real, cada vez que celebramos la Eucaristía.

Contempla la escena del Cenáculo como si estuvieras allí, como un discípulo entre los demás discípulos. Contempla lo que acontece ahí esta noche. No pierdas detalle de las palabras, de los gestos, del estado de ánimo de Jesús.

«Llegada la hora, Jesús se puso a la mesa con sus discípulos. Y les dijo:
-¡Cuánto he deseado celebrar esta pascua con vosotros antes de morir! Porque os digo que no la volveré a celebrar hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios. ...
... Después tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo:
-Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mia.
Y después de la cena hizo lo mismo con la copa diciendo:
-Esta es la copa de la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros. Pero mirad, la mano del que me entrega está junto a mí en esta mesa. Porque el Hijo del hombre se va, según lo dispuesto por Dios; pero ¡ay del hombre que va a entregarlo! (Lucas 22,14-16.19-22).

Tiempo de reflexión personal:

* Jesús se sienta contigo ... está aquí, sentado contigo. Eres un invitado entre los invitados a la mesa. ¿No te parece un privilegio excepcional?
*«Tomad, esto es mi cuerpo... Esta es mis sangre derramado por vosotros». El amor es dar, compartir. Jesús se parte para ti.
*Pero ¡cuidado! hay un traidor en la mesa. ¿Acaso soy yo, Señor?
* Abandónate en Él. Cuéntale tus debilidades, tus miedos, tus frustraciones... y contempla con cuanto amor te escucha.

Alma de cristo, santifícame,
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
Oh, mi buen Jesús, óyeme:
dentro de tus llagas, escóndeme;
no permitas que me aparte de Ti;
del maligno enemigo, defiéndeme;
en la hora de mi muerte, llámame,
y mándame ir a Ti,
para que, con tus santos, te alabe
por los siglos de los siglos. Amén.


Acto segundo
UN MANDAMIENTO NUEVO 

Imagina un domingo cualquiera por la mañana. Mientras asistes a la celebración de la Eucaristía entra Jesús en la Iglesia, avanza hasta el pie del altar y, con voz serena y amable, dice a los presentes: «ya no os llamaré siervos, sino amigos».

Comienza llamando a varios por su nombre, y cada uno se pone de pie al oir el suyo. Jesús les indica que vayan hacia él. Algunos se levantan rápidamente, otros dudan y se mueven con pasos vacilantes. De pronto, te da un vuelco el corazón cuando oyes que ha pronunciado tu nombre. Te levantas y vas hacia el altar.

A todos los llamados os invita a sentaros junto a él cerca del altar. Entonces, deliberada y amorosamente, trae una jofaina de agua y varias toallas. Se quita el manto y se queda sólo con la túnica. Puedes ver las marcas de la crucifixión en sus manos.

Se arrodilla ante ti y te lava los pies. Luego, te mira a los ojos y te dice: «Haz con los demás lo que yo he hecho contigo».
A continuación se marcha de la Iglesia.

«Después de lavarles los pies, se puso de nuevo el manto, volvió a sentarse a la mesa y dijo a sus discípulos:
-¿Comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón, porque efectivamente lo soy. Pues bien, si yo, que soy el maestro y el señor os he lavado los pies, vosotros debéis hacer lo mismo unos con otros....
...Os doy un mandamiento nuevo: Amaos los unos a los otros. Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros. Por el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán todos que sois discípulos míos» (Jn 13, 12-14.34-35)

Tiempo de reflexión personal:

*Me llama por mi nombre. No soy un extraño para él. (Deja que tu nombre resuene en tus oídos pronunciado por Jesús).

*Yo creí que venía a este acto de oración a lavarle los pies a Jesús, y ahora ¡sorpresa!, es Jesús quien se me acerca y me limpia los pecados.

* Me dice: «Como yo os perdono, perdonaos también vosotros». El amor en la dimensión del perdón. ¿A quién tengo que perdonar? ¿Quienes son los “excluidos” de mi mundo? «¡Amaos!»


Acto tercero
MÁS SOBRE EL MANDAMIENTO NUEVO

En una película sobre la vida de san Vicente de Paúl, éste le dice a la más joven de las novicias entre las Hermanas de la Caridad:

-” La calle va a ser larga y muy poco amable, las escaleras empinadas y los pobres, muchas veces, desagradecidos. Pronto te darás cuenta de que la caridad es una carga pesada, más pesada que el caldero de sopa o el cesto lleno hasta arriba. Distribuir la sopa y el pan no lo es todo. También los ricos pueden hacer eso. Pero tú eres la humilde sirviente de los pobres y la hija de la caridad siempre sonriente y de buen humor. Ellos son tus amos y verás que son unos amos terriblemente exigentes.

De manera que, cuanto más repelentes y sucios ellos sean, cuanto más brutales e injustos, tanto más fino ha de ser tu amor hacia ellos. Solo si advierten que les amas te perdonarán los pobres las limosnas de pan que les haces”.

«Se produjo entre los discípulos una discusión sobre quién debería ser considerado el más importante. Jesús les dijo:
-Los reyes de las naciones ejercen su dominio sobre ellas y los que tienen autoridad reciben el nombre de bienhechores. Pero vosotros no debéis proceder de esta manera. Entre vosotros el más importante ha de ser como el menor, y el que manda como el que sirve. ¿Quién es más importante, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Pues bien, yo estoy entre vosotros como el que sirve» (Lucas 22,24-27)

Tiempo de reflexión personal:

*La calle va a ser larga y poco amable, las escaleras empinadas, los pobres desagradecidos, la carga de la cruz pesada,. .. pero tú has de subir al Calvario.

*Sólo si advierten que les amas te perdonarán los pobres las limosnas de pan que les haces... porque ¿acaso no es el pan “nuestro”?

*Cuando doy limosna ¿es para mí motivo de orgullo o es motivo de humildad y santa vergüenza por vivir en un mundo tan injusto sin comprometerme hasta el límite?

No existe eso que llaman «mi» pan.
Todo el pan es nuestro
y se me ha dado a mí,
a los demás a través de mí
y a mí a través de los demás.
Y no sólo el pan,
sino todas las otras cosas necesarias
para sustentar esta vida
se nos han dado en depósito
para compartirlas con los demás,
por causa de los demás,
para los demás y a los demás
a través de nosotros.
(Maestro Eckhart)


Acto cuarto
ACEPTAR LA VOLUNTAD DE DIOS

Toda la vida de Jesús fue una lucha contra el maligno. Las tentaciones del desierto con las que se iniciaba la cuaresma de su vida culminan en la gran tentación de Getsemaní. ¿Podrá soportar el embite del más terrible de los enemigos? ¿Logrará la muerte echar por tierra toda una vida de amor y generosidad? La tarde-noche del Jueves Santo apunta inexorable al amanecer del Viernes.

Acompaña ahora a Jesús y a sus apóstoles cuando salen del cenáculo hacia Getsemaní. Advierte que es de noche. La gente está en casa celebrando la Cena Pascual. Es noche de fiesta. Pero el enemigo no duerme ni festeja. Está al acecho. También el Señor.

A la entrada del huerto, Jesús pide a sus discípulos que aguarden allí, mientras él toma consigo a Pedro, Santiago y Juan para ir a un rincón solitario a hacer oración. Allí les recomienda que «estén en vela y oren».

Estar despiertos. Orar. Porque «el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil».

Esta noche, muchos están de fiesta. Están dormidos mientras su Señor está en oración, y «con actitud reverente, Jesús, a gritos y con lágrimas presenta oraciones y súplicas a aquél que puede salvarlo de la muerte«. Aunque es Hijo, esta noche «aprende sufriendo lo que cuesta obedecer».
Únete a él en su batalla. Que sus clamores atraviesen tu corazón. Comparte su soledad. Recuerda que todo esto lo está sufriendo por ti, por tus pecados.

«(Después de cenar, Jesús) salió y fue como de costumbre, al monte de los olivos. Sus discípulos lo siguieron. Al llegar allí les dijo: -Orad para que podáis hacer frente a la prueba.

Se alejó de ellos como un tiro de piedra, se arrodilló y estuvo orando así: -Padre, si quieres, aleja de mi esta copa de amargura, pero no se haga mi voluntad sino la tuya». (Lucas 22,39-42)

Tiempo de reflexión personal:

* Jesús, el Hijo, ora. ¡Cuánto más lo necesitaré yo! ¿Cómo resistir a la prueba sin el testimonio de la oración y la renuncia?

* Un hombre es realmente espiritual cuando busca la voluntad de Dios renunciando a la propia. Cuando de su corazón no salen murmuraciones contra Dios. ¿Me cuesta aceptar la voluntad de Dios? ¡Cuántas veces he murmurado contra él!

*Contempla el amor de Dios en su Pasión. El amor en la dimensión de la cruz. ¿No es precisamente el sufrimiento el que pone a prueba y purifica nuestro amor?

Padre mio, me abandono a Ti.
Haz de mi lo que gustes,
sea lo que sea, te lo agradezco.
estoy dispuesto a todo
con tal que tu voluntad se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo otra cosa, Dios mio,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo, y es para mí
una necesidad de amor el darme,
el ponerme en tus manos,
sin límite, con una infinita confianza,
pues Tú eres mi Padre.
(Charles de Foucauld)


EPILOGO

Compartimos  peticiones, alabanzas, y agradecimientos... (Silencio)

Toma, Señor, 
y recibe toda mi libertad,
mi memoria, mi entendimiento 
y toda mi voluntad,
todo lo que soy y lo que tengo.
Tú me lo diste, y a ti te lo entrego.
Todo es tuyo; 
dispón de todo como tengas a bien; 
dame tu amor y tu gracia, 
que eso me basta.
(Ignacio de Loyola)


Casto Acedo paduamerida@gmail.com

Eucaristía y amor (Jueves Santo)


No hay duda de que el hombre, más allá de la salud, el alimento, el vestido, y todo lo que supone tener cubiertas las necesidades materiales, tiene ante todo necesidad de amor; en su doble vertiente: necesidad de ser amado y necesidad de amar. Sin amor no hay vida, porque , si hay algo que nos define como humanos es esa capacidad de dar-nos y recibir libremente del Otro y de los otros la vida que nos dan.

Pues bien, el Jueves Santo es el día del Amor; amor como necesidad de recibir y amor como necesidad de dar. Ambas cosas se expresan en versículos del Evangelio que todo cristiano que se precie de serlo  lleva grabados en su corazón: “Amarás a Dios sobre todas las cosas, y el prójimo como a ti mismo” (Lc 10,27). “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor” (1 Jn 4,8), “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn13,34). “No consiste el amor en que nosotros amemos, sino en que Él nos amó primero" (1Jn 4,19). “Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). 

La tradición cristiana carga las tintas en el dar por encima del recibir. La madurez del amor es la del que se entrega por todos, incluidos los enemigos (cf Mt 5,44). Amor gratuito, que no espera ser compensado. La virtud del amor lleva en sí misma  el premio; el que ama lo tiene todo cumplido (cf Rm 13,10), que es lo mismo que decir que ha encontrado el sentido a su vida.


Estos días de Jueves Santo y Triduo Pascual son, primeramente, una llamada a tomar conciencia y a gustar del amor de Dios entregado en Jesucristo. Ser cristiano es propiamente haber experimentado ese amor. Se trata de la misma gozosa experiencia de cualquier amado/a cuando, después de años buscando con ansiedad el amor de su vida, lo encuentra y recibe el sí de su amada/a. 

Todo a su alrededor se transforma; lo que antes le parecía hosco, oscuro y pesado, adquiere suavidad, levedad y luz. Pues bien, en la tarde del Jueves Santo Dios te escribe una carta de amor declarándo su pasión por tí. Dios mismo se ciñe la toalla, toma la jofaina, y amándote tal y como eres, incluido tu pecado, te dice que te quiere lavándote los pies.

Simón Pedro se escandalizó de un amor así: “¿lavarme los pies a mí? … No me lavarás los pies jamás”. Y Jesús le invitó fiarse del amor, porque el amor no siempre es comprensible a primera vista: “Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo entenderás más tarde” (cf Jn 13,5-8). El amor de Dios rompe todos los esquemas. ¡Cuesta creer que Dios nos ama! Por eso tendemos a fabricarnos un Dios más soberbio que humilde, más severo que dulce, más vengativo que misericordioso. El Jueves Santo Dios quiere que le conozcas de verdad como el que es: Dios Amor. ¡Créetelo!


















Y, junto al amor de Dios, tu amor. Dios te ama; si lo crees ya tienes cubierta tu necesidad de “ser amado”. Y si es cierto aquello de que bonum est diffusibum sui (el bien tiende por sí mismo a expandirse), el mismo amor de Dios te llevará espontáneamente a amar a tu prójimo. Es la dinámica imparable del verdadero amor. 

Todavía hay quien se pregunta por qué le cuesta tanto amar a su hermano. La razón puede estar en que aún sigue pensando en el amor como pasivo (ser amado) y no activo (amar). Hay quien cree que ama a Dios, pero no es cierto, se ama a sí mismo, y de sí mismo lo espera todo; su vida de amor la confunde con una vida de cumplimiento de leyes y normas de conducta. 

Querer amar sin haberse llenado antes del Amor es imposible. ¿Se puede amar sin ser amado? ¿Se puede ser cristiano (amar) sin Cristo (amor)? Déjate abrazar por su amor en estos días santos. Y no pierdas de vista mirarte a ti mismo, sobre todo allí donde aún no amas y tienes el reto de amar.


Y una última palabra: no confundas el “amor-sentimiento de placer” con el amor verdadero, como si lo que debieras hacer es esperar a que te vengan las ganas de amar. ¡De ninguna manera! El amor verdadero no es un capricho, a veces duele, y por eso es una decisión más que un deseo.

 ¿Acaso la cruz fue un placer para Jesús? Animado por su amor decídete a amar con y como Él; ejerce tu sacerdocio, da un paso adelante y entrega tu cuerpo y tu sangre por la causa de la reconciliación, de la justicia, de la salvación del mundo. Comienza acercándote hoy a Cristo que te ama en la Eucaristía y luego déjate arrastrar por su fuerza hacia quien sabes que tienes que amar más.
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Casto Acedo. Abril, 2020 paduamerida@gmail.

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