jueves, 25 de noviembre de 2021

Adviento (Domingo 28 de Noviembre)


  
Comenzamos un nuevo año litúrgico. En él iremos recorriendo y viviendo los misterios de nuestra salvación: Natividad, Epifanía, Pascua de resurrección, Ascensión, Pentecostés, etc. Con los compases y el ritmo del año nos iremos beneficiando de la salvación que es Jesús, porque salvarse no es alcanzar una meta o ser elevados a un pedestal, sino encontrarse con la persona que es el Hijo.
 
El primer movimiento de esta sinfonía de la liturgia anual es el tiempo de Adviento. El grito ¡ven, Señor Jesús!, tan propio del inicio del año, expresa el anhelo no sólo de nuestro corazón sino también el de la comunidad, porque “el que viene” lo hace para sanar nuestros desajustes personales, eclesiales y sociales. 

Adviento para reavivar la fe.
 
Nos movemos en la oscuridad de la fe esperando la luz de la Navidad. La fe es un acicate para que en la nueva etapa litúrgica despertemos la simiente del Reino dormida en nuestro interior. Para san Juan de la Cruz, maestro y doctor, la función de la fe se puede sintetizar en estas palabras: "Desembarazar el entendimiento encaminándole y enderezándole ... en la noche espiritual de la fe a la unión con Dios" (Subida 2,23,24). 

Caminamos hacia la Navidad, fiesta del encuentro de lo divino y lo humano, paradigma de nuestra salvación; en Jesucristo, Dios se hace uno en la carne para hacernos partícipes de  su divinidad. Los tiempos sagrados y las celebraciones de la Iglesia tienen la función de activar el núcleo de nuestra interioridad, de facilitar el encuentro con el que ha venido, viene y vendrá glorioso al final de los tiempos.

En este camino hacia la unión, Dios -en expresión muy del Papa Francisco, primerea, Él mismo sale al encuentro. Viene a nosotros antes que nosotros vayamos a Él. Vivir el Adviento es creer y esperar su venida, vivir en la certeza de que Dios no nos ha arrojado en el mundo y nos ha dejado solos. 

Teológicamente definimos la fe como la respuesta positiva a la revelación de Dios que es Jesucristo; vivir el Adviento es profesar la fe, abrir de par en par tu corazón para que Jesús sea tu huésped. No estás solo, Jesús está contigo. La fe te hace sentirlo en la oscuridad de la vida.

No hay escena más plástica para contemplar la fe que la de la anunciación. Puedes imaginar a María en su casa, o trabajando fuera de ella, o simplemente dedicando un tiempo a la contemplación de la naturaleza; ahí, en la sencillez de su vida ordinaria le sale Dios al encuentro. Ella quedó sobrecogida por el saludo del ángel; “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1,26). Pasada la sorpresa primera, María se pone a la escucha del mensajero y asiente a la propuesta de Dios: “¡He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra!”(Lc 12,38).

María, mujer creyente; en ella tienes un ejemplo de fe y un modelo para imitar en Adviento. Porque Dios va a salirte al encuentro en estos días; puede que se cruce contigo en tu trabajo, en el tiempo de oración o en el disfrute de un merecido tiempo de descanso y expansión. Se te hará presente en el consejo del amigo, en la necesidad del pariente o el vecino, o en la calidez del beso de los hijos; Dios es sorprendente y te saldrá al paso donde menos lo esperes. Sólo necesitarás estar atento, vigilante, para reconocer su venida y luego dejarle entrar en tu vida.
 

Esperando las promesas de Dios. 

Él viene, y con su llegada cumplirá, no tus deseos, sino sus promesas. Pon en ellas tu esperanza. El Adviento te invita a reavivar en ti los planes de Dios y a expandir su proyecto por el mundo.
 
No están los tiempos para tirar cohetes; los contratiempos vitales,  sociales y económicos del covid, los problemas de injusticia global  -rechazo al inmigrante, campos de refugiados,  inflación económica,  abismo entre ricos y pobres, desencanto religioso,  etc...-  nos inclinan más a tristeza y  desesperanza que a  ilusión y alegría. Nos preguntamos: ¿tiene Jesús algo que ver con todas estas crisis? Pues sí. Te equivocas si crees que la fe no tiene nada que ver con todo lo que sucede en el mundo.

Son muchos los que prefieren cerrar los ojos o volver la espalda a los problemas de toda índole que nos acucian. Se trata, sin duda, de situaciones crecidas al abrigo de estructuras de pecado que han ido apoderándose del mundo de la educación, de la política, de la información o de la economía; situaciones estructurales que, ¡ojo!, parecen fruto de una mano negra anónima e impersonal. ¿Es así? ¿Es la injusticia un mal sin culpables? No. El llanto y sufrimiento de los pobres tiene rostro humano, pero también es humana la mano que tira de la soga del ahorcado. Tal vez estés entre ellos y aún no lo sepas.

El tiempo de Adviento es una oportunidad es una buena oportunidad para depurar tu fe, para preguntarte si “crees en Dios sobre todas las cosas”, o si la dura realidad es que  consideras que hay otras cosas más importantes que las personas (podría decir Dios).

Damos de lado a Dios sin advertir que al hacerlo damos de lado también al hombre; el rechazo del crucificado no es menos rechazo del hombre que de Dios. La acogida a la que desde el Adviento se nos invita abarca no sólo lo divino, también lo humano.


Sólo el amor salva.

El tiempo apremia y el Hijo del hombre está a la puerta. El Adviento proclama su llegada inminente. Con él viene la salvación, es decir, la oportunidad de lograr vivir plenamente. ¿Quiénes se beneficiarán de esa plenitud de vida? ¿Quiénes se benefician de las promesas de Dios? ¿Quienes lograrán mantenerse a flote en el impetuoso mar de la crisis? Los que anhelan llenares de "amor mutuo y de maor a to dos"; los que viven de tal modo que quieren "prentarse santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre" (1 Tes 3,12-13). 
 
El tiempo de Adviento apunta a la Navidad, fiesta del amor de Dios. Los que se esfuerzan por mantenerse  despiertos en el amor verán la luz de la Estrella, quienes vivan con “la mente embotada con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero” (Lc 21,24) se  incapacitan para beneficiarse de la paz, la alegría y el gozo de vivir que acompañan al Salvador.

Hay cosas que no nos dejan ver con claridad la vida. ¿Te has parado a pensar que mañana mismo puede que no estés aquí? Cuando alguien te hace esta pregunta sueles fruncir el ceño y tildar de pájaro de mal agüero a quien plantea esa desagradable cuestión. Pero no es una pregunta banal. El miedo a la muerte lleva a muchos a vivir en huida, a esconder sus miedos tras la falsa esperanza que proporcionan la avaricia, la orgía y el desenfrenofalsa esperanza que conduce a la aniquilación del prójimo, al que se valora sólo como instrumento al servicio de las ambiciones más ocultas.  El miedo a la muerte física conduce también a la  muerte espiritual, porque paraliza el entusiasmo creyente y ahonda el pozo de la  desesperación. Cerrarse a la interioridad y cultivar pasiones como la  avaricia, la lujuria, la ira, etc. es abandonarte a fantasías que no sacian tu anhelo de vida eterna.
 
Sólo el amor es capaz de vencer a la muerte y de cumplir tus aspiraciones más profundas; el amor como respuesta a la provocación de Dios que te amó primero (Jn 4,19). En Navidad celebras la llegada de ese amor, en Adviento te preparas a ello ahondando en su promesa: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”. (Jn 14,23)
 

* * *
¿Cómo esperas celebrar la Navidad que se aproxima? Puedes hacer una lista de tus deseos. Posiblemente no se cumplan. No pongas la esperanza en ellos; ponla mejor en las promesas de Jesús. 

Adviento es un tiempo especial para escuchar lo que Dios quiere, para esperar la salvación que nos ha prometido. Si su propuesta de vida coincide con lo que tú esperas y deseas, ¡enhorabuena!, pero si no es así: ¡conviértete!, cambia de mentalidad, da la espalda a tus falsas imágenes de Dios (falsas esperanzas), desea lo mejor para ti y para tu hermano; vuélvete al Señor que viene, pobre, humilde, niño, nacido en un pesebre, debilidad de Dios que confunde a los fuertes de este mundo. ¡Feliz Adviento!

Casto Acedo Gómez. Noviembre, 2021castoacedo@gmail.com.

jueves, 18 de noviembre de 2021

El Reino de la Verdad (Domingo 21 d Noviembre)

 

 
Resulta curioso que, aunque resume el núcleo de la predicación de Jesús en los evangelios donde aparece la expresión 126 veces, la expresión Reino de Dios no haya pasado al uso común de nuestro lenguaje religioso. Tal vez porque, como ocurría en tiempos de Jesús, el término es  difícil de entender. 

El reino de Dios no es un reino político sostenido por un ejército y una fuerza policial; ni tampoco se trata de un estado mesiánico en el que hay un rey vengador que, en línea con las esperanzas erróneas del pueblo judío, vendría a mostrar su fuerza avergonzando y confundiendo a los que no creen el anuncio de su venida. El reino de Dios no tiene su fundamento ni en una idea ni en una determinada acción político-social, sino en una persona: Jesús, que no viene a establecer ningún “sistema” sino a mostrar el rostro humano y cercano del Padre.

Un rey crucificado

Contemplando la palabra y las acciones de Jesús de Nazaret podemos comprender qué clase de Reino es el que predica: nace pobre y humilde en Belén, vive anónimamente en Nazaret, se vuelca en el servicio a los excluidos de su tiempo, anuncia el amor (misericordia) de Dios Padre, y termina sus días siendo contado entre los últimos, condenado a muerte y crucificado. 

San Pablo dirá a partir de Él que “la fuerza se muestra en la debilidad” (1 Cor, 1,25.27; 12,10). Este es el Reino que predica Jesús: el reino de los pobres, de los débiles, del amor, significado en el Rey Crucificado que a la violencia responde con el perdón y la paz.

El título de Rey aplicado a Jesús hay que leerlo contemplándolo en su pasión y muerte. La primera carta de san Pablo a los Corintios nos da una pista: “El lenguaje de la cruz es locura para los que se pierden; pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es poder de Dios… Lo que en Dios parece debilidad, es más fuerte que los ho
mbres” (1,18.25). El Reino se da a conocer cuando se mira Cristo recibiendo el “homenaje” de bofetada, burlas y salivazos por pate de los soldados, (cf Jn 19,1-3), contemplando la escena del Ecce homo: “aquí tenéis a vuestro rey” (Jn 19,5), u observando “al que atravesaron” con la lanza.

Los símbolos del Rey que podemos observar en Jesús son chocantes y esxanadalosos: por cetro, una caña; la corona, de espinas; el manto, color púrpura (roto, ensangrentado y devaluado por la burla); el trono, una cruz de tosca madera. Como fondo de la escena un enorme cartel que pretende ridiculizar la escena: Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos (INRI) (cf Jn 19,19). Todo un lenguaje paradójico para llevar a la contemplación. 

Lejos de ser una fiesta de triunfalismo político-social, la solemnidad de Cristo Rey es un canto al triunfo seguro del amor y el servicio generoso sobre el odio y el poder abusivo. La dignidad de Cristo en la cruz es la dignidad del amor hasta el extremo, la auténtica dignidad “real”. Sólo el amor nos hace dignos.


Con su muerte en cruz Cristo ha conseguido la bienaventuranza de los pobres. Porque sólo desde la grandeza del amor-dolor de la cruz podemos entender el sermón del monte. Los pobres, los perseguidos por causa de la justicia, los que sufren, lo que trabajan por la paz, (cf Mt 5,1-12)… son dichosos porque participan de la vida de Dios crucificado; con Cristo crucificado los últimos del mundo pasan a ser los primeros (cf Mt 20,16). 

 El reino de la verdad lucha contra el de la mentira.

Vivimos tiempos de relativismo en todos los sentidos: filosófico, religioso, moral… No se admiten verdades absolutas y tampoco monarcas absolutos. La verdad está sólo en lo que podemos racionalizar o medir, “racionalismo” y “cientificismo”. Y en el colmo del cinismo la verdad queda oculta tras el velo oscuro de la posverdad, la manipulación de los hechos en beneficio del poderoso.

¿No es un concepto demasiado pobre esa “verdad”?¿Acaso el mucho razonar y cuantificar nos dará la vida? ¿Calmará mi dolor la explicación científica y razonable de mi enfermed
ad? ¿Dará solución a los problemas del mundo (norte-sur, inmigración, crisis económica, "cultura del descarte", desahucios, terrorismo y violencias de todo tipo) el estudio pormenorizado de sus causas y los proyectos de solución técnicamente perfectos? ¿Soluciona la posverdad la realidad de la injusticia y el desorden? Lo dudo. Y si en las medidas, los cálculos y los raciocinios, las medias noticias y las fabricadas por intereses a partir de los hechos, no está la verdad que nos libra de la oscuridad del túnel, ¿dónde encontrar la salida?

Pues digámoslo sin tapujos, "Dios" es la verdadera respuesta a nuestros interrogantes más profundos. Y con Cristo llega el Reino de Dios, Reino de la Verdad, la justicia, el amor. La vida de Jesús fue una continua lucha contra la mentira de sus contemporáneos. Algunos, como Nicodemo, Zaqueo, Pedro, Mª Magdalena o Mateo, dejaron de engañarse y se pasaron a la verdad, pero otros siguieron obstinados en la mentira de sus prácticas religiosas y sociales legalistas, y, cuando les llegó la hora de enfrentarse con la verdad, quisieron aniquilarla crucificando a quien la encarnaba y predicaba. Pero fracasaron en su empeño. En Cristo crucificado y rehabilitado en la resurrección podemos ver que Dios está dispuesto a todo, incluso a morir para poner en evidencia la Verdad más sobrecogedora y absoluta: Dios es amor sin límites.

Las fiesta de Cristo Rey (habría que decir mejor día del Reino de Dios) pone ante nosotros la verdad de Dios revelada en Cristo crucificado. "Yo soy la verdad", había dicho. Se trata de una verdad de un orden distinto al racional y científico, una verdad esencial, la verdad del amor, en la que encuentran apoyo todas las demás  verdades. Porque "si conociera todos los secretos del mundo y todo el saber, si no tengo amor no soy nada" (cf 1 Cor 13,2)

 
El Reino donde triunfa la verdad 

La verdad es un estilo de vida, una persona (Jesucristo), un misterio (el misterio del Reino) que supera el conocimiento racional, pero que puedes gustar y vivir. Los hombres solemos tener miedo a “la verdad”. ¡No tengáis miedo! (cf Mc 16,6; Lc 12,4; Mt 14,17, etc).  


Dice el salmista: “El Señor reina, vestido de majestad” (Sal 92,1). A este Señor que reina, ábrele el corazón, y los oídos para escuchar su palabra. “El que es de la verdad escucha mi voz”. Tiene mucho que decirte. Mostrándote la "Verdad" te dará a conocer "tu verdad", porque sólo en Él encuentra sentido tu existir. Y te sanará con su fuerza, porque “su poder (amor) es eterno, no cesará. Su reino no acabará” (Dn 7,14).

La fiesta de Cristo Rey es la afirmación del triunfo de la Verdad sobre la mentira, de la justicia y el amor  sobre el odio y la venganza. La Cruz es el signo de ese triunfo. "Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,20.33).  La cruz nos ofrece el culmen del amor de Dios, la victoria de su Reino. Es una paradoja admirable; donde nosotros ponemos muerte, el Padre pone amor, perdón, misericordia; pone su Reino. Descubrirlo su presencia entre las sombras del mundo es una gracia y una bendición.  

Es un Reino tan sencillo que quienes tienen la osadía de creer en Él lo pueden ver cada domingo en la Eucaristía,  banquete del Reino. Ahí está Jesús, donde los creyentes se reúnen en su nombre; ahí está su Reino, donde se proclama su victoria: anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor, Jesús! El Reino de Dios es un don, y en la Eucaristía se recibe y se celebra. ¿Te perderás este regalo?.
 
Casto Acedo GómezNoviembre 2021. paduamerida@gmail.com.

Buda en Cáceres

No deja de sorprender que siga adelante el proyecto de construcción de la macroestatua de Buda y el centro Budista en la ciudad de Cáceres, ...