Comenzamos un nuevo año litúrgico. En él iremos recorriendo y viviendo los misterios de nuestra salvación: Natividad, Epifanía, Pascua de resurrección, Ascensión, Pentecostés, etc. Con los compases y el ritmo del año nos iremos beneficiando de la salvación que es Jesús, porque salvarse no es alcanzar una meta o ser elevados a un pedestal, sino encontrarse con la persona que es el Hijo.
El primer movimiento de esta sinfonía de la liturgia anual es el tiempo de Adviento. El grito ¡ven, Señor Jesús!, tan propio del inicio del año, expresa el anhelo no sólo de nuestro corazón sino también el de la comunidad, porque “el que viene” lo hace para sanar nuestros desajustes personales, eclesiales y sociales.
Adviento para reavivar la fe.
Nos movemos en la oscuridad de la fe esperando la luz de la Navidad. La fe es un acicate para que en la nueva etapa litúrgica despertemos la simiente del Reino dormida en nuestro interior. Para san Juan de la Cruz, maestro y doctor, la función de la fe se puede sintetizar en estas palabras: "Desembarazar el entendimiento encaminándole y enderezándole ... en la noche espiritual de la fe a la unión con Dios" (Subida 2,23,24).
Caminamos hacia la Navidad, fiesta del encuentro de lo divino y lo humano, paradigma de nuestra salvación; en Jesucristo, Dios se hace uno en la carne para hacernos partícipes de su divinidad. Los tiempos sagrados y las celebraciones de la Iglesia tienen la función de activar el núcleo de nuestra interioridad, de facilitar el encuentro con el que ha venido, viene y vendrá glorioso al final de los tiempos.
En este camino hacia la unión, Dios -en expresión muy del Papa Francisco, primerea, Él mismo sale al encuentro. Viene a nosotros antes que nosotros vayamos a Él. Vivir el Adviento es creer y esperar su venida, vivir en la certeza de que Dios no nos ha arrojado en el mundo y nos ha dejado solos.
En este camino hacia la unión, Dios -en expresión muy del Papa Francisco, primerea, Él mismo sale al encuentro. Viene a nosotros antes que nosotros vayamos a Él. Vivir el Adviento es creer y esperar su venida, vivir en la certeza de que Dios no nos ha arrojado en el mundo y nos ha dejado solos.
Teológicamente definimos la fe como la respuesta positiva a la revelación de Dios que es Jesucristo; vivir el Adviento es profesar la fe, abrir de par en par tu corazón para que Jesús sea tu huésped. No estás solo, Jesús está contigo. La fe te hace sentirlo en la oscuridad de la vida.
No hay escena más plástica para contemplar la fe que la de la anunciación. Puedes imaginar a María en su casa, o trabajando fuera de ella, o simplemente dedicando un tiempo a la contemplación de la naturaleza; ahí, en la sencillez de su vida ordinaria le sale Dios al encuentro. Ella quedó sobrecogida por el saludo del ángel; “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1,26). Pasada la sorpresa primera, María se pone a la escucha del mensajero y asiente a la propuesta de Dios: “¡He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra!”(Lc 12,38).
María, mujer creyente; en ella tienes un ejemplo de fe y un modelo para imitar en Adviento. Porque Dios va a salirte al encuentro en estos días; puede que se cruce contigo en tu trabajo, en el tiempo de oración o en el disfrute de un merecido tiempo de descanso y expansión. Se te hará presente en el consejo del amigo, en la necesidad del pariente o el vecino, o en la calidez del beso de los hijos; Dios es sorprendente y te saldrá al paso donde menos lo esperes. Sólo necesitarás estar atento, vigilante, para reconocer su venida y luego dejarle entrar en tu vida.
No hay escena más plástica para contemplar la fe que la de la anunciación. Puedes imaginar a María en su casa, o trabajando fuera de ella, o simplemente dedicando un tiempo a la contemplación de la naturaleza; ahí, en la sencillez de su vida ordinaria le sale Dios al encuentro. Ella quedó sobrecogida por el saludo del ángel; “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1,26). Pasada la sorpresa primera, María se pone a la escucha del mensajero y asiente a la propuesta de Dios: “¡He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra!”(Lc 12,38).
María, mujer creyente; en ella tienes un ejemplo de fe y un modelo para imitar en Adviento. Porque Dios va a salirte al encuentro en estos días; puede que se cruce contigo en tu trabajo, en el tiempo de oración o en el disfrute de un merecido tiempo de descanso y expansión. Se te hará presente en el consejo del amigo, en la necesidad del pariente o el vecino, o en la calidez del beso de los hijos; Dios es sorprendente y te saldrá al paso donde menos lo esperes. Sólo necesitarás estar atento, vigilante, para reconocer su venida y luego dejarle entrar en tu vida.
Esperando las promesas de Dios.
No están los tiempos para tirar cohetes; los contratiempos vitales, sociales y económicos del covid, los problemas de injusticia global -rechazo al inmigrante, campos de refugiados, inflación económica, abismo entre ricos y pobres, desencanto religioso, etc...- nos inclinan más a tristeza y desesperanza que a ilusión y alegría. Nos preguntamos: ¿tiene Jesús algo que ver con todas estas crisis? Pues sí. Te equivocas si crees que la fe no tiene nada que ver con todo lo que sucede en el mundo.
Son muchos los que prefieren cerrar los ojos o volver la espalda a los problemas de toda índole que nos acucian. Se trata, sin duda, de situaciones crecidas al abrigo de estructuras de pecado que han ido apoderándose del mundo de la educación, de la política, de la información o de la economía; situaciones estructurales que, ¡ojo!, parecen fruto de una mano negra anónima e impersonal. ¿Es así? ¿Es la injusticia un mal sin culpables? No. El llanto y sufrimiento de los pobres tiene rostro humano, pero también es humana la mano que tira de la soga del ahorcado. Tal vez estés entre ellos y aún no lo sepas.
El tiempo de Adviento es una oportunidad es una buena oportunidad para depurar tu fe, para preguntarte si “crees en Dios sobre todas las cosas”, o si la dura realidad es que consideras que hay otras cosas más importantes que las personas (podría decir Dios).
Damos de lado a Dios sin advertir que al hacerlo damos de lado también al hombre; el rechazo del crucificado no es menos rechazo del hombre que de Dios. La acogida a la que desde el Adviento se nos invita abarca no sólo lo divino, también lo humano.
Sólo el amor salva.
El tiempo apremia y el Hijo del hombre está a la puerta. El Adviento proclama su llegada inminente. Con él viene la salvación, es decir, la oportunidad de lograr vivir plenamente. ¿Quiénes se beneficiarán de esa plenitud de vida? ¿Quiénes se benefician de las promesas de Dios? ¿Quienes lograrán mantenerse a flote en el impetuoso mar de la crisis? Los que anhelan llenares de "amor mutuo y de maor a to dos"; los que viven de tal modo que quieren "prentarse santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre" (1 Tes 3,12-13).
El tiempo de Adviento apunta a la Navidad, fiesta del amor de Dios. Los que se esfuerzan por mantenerse despiertos en el amor verán la luz de la Estrella, quienes vivan con “la mente embotada con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero” (Lc 21,24) se incapacitan para beneficiarse de la paz, la alegría y el gozo de vivir que acompañan al Salvador.
Hay cosas que no nos dejan ver con claridad la vida. ¿Te has parado a pensar que mañana mismo puede que no estés aquí? Cuando alguien te hace esta pregunta sueles fruncir el ceño y tildar de pájaro de mal agüero a quien plantea esa desagradable cuestión. Pero no es una pregunta banal. El miedo a la muerte lleva a muchos a vivir en huida, a esconder sus miedos tras la falsa esperanza que proporcionan la avaricia, la orgía y el desenfreno; falsa esperanza que conduce a la aniquilación del prójimo, al que se valora sólo como instrumento al servicio de las ambiciones más ocultas. El miedo a la muerte física conduce también a la muerte espiritual, porque paraliza el entusiasmo creyente y ahonda el pozo de la desesperación. Cerrarse a la interioridad y cultivar pasiones como la avaricia, la lujuria, la ira, etc. es abandonarte a fantasías que no sacian tu anhelo de vida eterna.
Sólo el amor es capaz de vencer a la muerte y de cumplir tus aspiraciones más profundas; el amor como respuesta a la provocación de Dios que te amó primero (Jn 4,19). En Navidad celebras la llegada de ese amor, en Adviento te preparas a ello ahondando en su promesa: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”. (Jn 14,23)
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¿Cómo esperas celebrar la Navidad que se aproxima? Puedes hacer una lista de tus deseos. Posiblemente no se cumplan. No pongas la esperanza en ellos; ponla mejor en las promesas de Jesús. Adviento es un tiempo especial para escuchar lo que Dios quiere, para esperar la salvación que nos ha prometido. Si su propuesta de vida coincide con lo que tú esperas y deseas, ¡enhorabuena!, pero si no es así: ¡conviértete!, cambia de mentalidad, da la espalda a tus falsas imágenes de Dios (falsas esperanzas), desea lo mejor para ti y para tu hermano; vuélvete al Señor que viene, pobre, humilde, niño, nacido en un pesebre, debilidad de Dios que confunde a los fuertes de este mundo. ¡Feliz Adviento!
Casto Acedo Gómez. Noviembre, 2021. castoacedo@gmail.com.