Resulta curioso que, aunque resume el núcleo de la predicación de Jesús en los evangelios donde aparece la expresión 126 veces, la expresión Reino de Dios no haya pasado al uso común de nuestro lenguaje religioso. Tal vez porque, como ocurría en tiempos de Jesús, el término es difícil de entender.
El reino de Dios no es un reino político sostenido por un ejército y una fuerza policial; ni tampoco se trata de un estado mesiánico en el que hay un rey vengador que, en línea con las esperanzas erróneas del pueblo judío, vendría a mostrar su fuerza avergonzando y confundiendo a los que no creen el anuncio de su venida. El reino de Dios no tiene su fundamento ni en una idea ni en una determinada acción político-social, sino en una persona: Jesús, que no viene a establecer ningún “sistema” sino a mostrar el rostro humano y cercano del Padre.
Un rey crucificado
Contemplando la palabra y las acciones de Jesús de Nazaret podemos comprender qué clase de Reino es el que predica: nace pobre y humilde en Belén, vive anónimamente en Nazaret, se vuelca en el servicio a los excluidos de su tiempo, anuncia el amor (misericordia) de Dios Padre, y termina sus días siendo contado entre los últimos, condenado a muerte y crucificado.
San Pablo dirá a partir de Él que “la fuerza se muestra en la debilidad” (1 Cor, 1,25.27; 12,10). Este es el Reino que predica Jesús: el reino de los pobres, de los débiles, del amor, significado en el Rey Crucificado que a la violencia responde con el perdón y la paz.
El título de Rey aplicado a Jesús hay que leerlo contemplándolo en su pasión y muerte. La primera carta de san Pablo a los Corintios nos da una pista: “El lenguaje de la cruz es locura para los que se pierden; pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es poder de Dios… Lo que en Dios parece debilidad, es más fuerte que los hombres” (1,18.25). El Reino se da a conocer cuando se mira Cristo recibiendo el “homenaje” de bofetada, burlas y salivazos por pate de los soldados, (cf Jn 19,1-3), contemplando la escena del Ecce homo: “aquí tenéis a vuestro rey” (Jn 19,5), u observando “al que atravesaron” con la lanza.
El título de Rey aplicado a Jesús hay que leerlo contemplándolo en su pasión y muerte. La primera carta de san Pablo a los Corintios nos da una pista: “El lenguaje de la cruz es locura para los que se pierden; pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es poder de Dios… Lo que en Dios parece debilidad, es más fuerte que los hombres” (1,18.25). El Reino se da a conocer cuando se mira Cristo recibiendo el “homenaje” de bofetada, burlas y salivazos por pate de los soldados, (cf Jn 19,1-3), contemplando la escena del Ecce homo: “aquí tenéis a vuestro rey” (Jn 19,5), u observando “al que atravesaron” con la lanza.
Los símbolos del Rey que podemos observar en Jesús son chocantes y esxanadalosos: por cetro, una caña; la corona, de espinas; el manto, color púrpura (roto, ensangrentado y devaluado por la burla); el trono, una cruz de tosca madera. Como fondo de la escena un enorme cartel que pretende ridiculizar la escena: Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos (INRI) (cf Jn 19,19). Todo un lenguaje paradójico para llevar a la contemplación.
Lejos de ser una fiesta de triunfalismo político-social, la solemnidad de Cristo Rey es un canto al triunfo seguro del amor y el servicio generoso sobre el odio y el poder abusivo. La dignidad de Cristo en la cruz es la dignidad del amor hasta el extremo, la auténtica dignidad “real”. Sólo el amor nos hace dignos.
Con su muerte en cruz Cristo ha conseguido la bienaventuranza de los pobres. Porque sólo desde la grandeza del amor-dolor de la cruz podemos entender el sermón del monte. Los pobres, los perseguidos por causa de la justicia, los que sufren, lo que trabajan por la paz, (cf Mt 5,1-12)… son dichosos porque participan de la vida de Dios crucificado; con Cristo crucificado los últimos del mundo pasan a ser los primeros (cf Mt 20,16).
El reino de la verdad lucha contra el de la mentira.
Vivimos tiempos de relativismo en todos los sentidos: filosófico, religioso, moral… No se admiten verdades absolutas y tampoco monarcas absolutos. La verdad está sólo en lo que podemos racionalizar o medir, “racionalismo” y “cientificismo”. Y en el colmo del cinismo la verdad queda oculta tras el velo oscuro de la posverdad, la manipulación de los hechos en beneficio del poderoso.
¿No es un concepto demasiado pobre esa “verdad”?¿Acaso el mucho razonar y cuantificar nos dará la vida? ¿Calmará mi dolor la explicación científica y razonable de mi enfermedad? ¿Dará solución a los problemas del mundo (norte-sur, inmigración, crisis económica, "cultura del descarte", desahucios, terrorismo y violencias de todo tipo) el estudio pormenorizado de sus causas y los proyectos de solución técnicamente perfectos? ¿Soluciona la posverdad la realidad de la injusticia y el desorden? Lo dudo. Y si en las medidas, los cálculos y los raciocinios, las medias noticias y las fabricadas por intereses a partir de los hechos, no está la verdad que nos libra de la oscuridad del túnel, ¿dónde encontrar la salida?
¿No es un concepto demasiado pobre esa “verdad”?¿Acaso el mucho razonar y cuantificar nos dará la vida? ¿Calmará mi dolor la explicación científica y razonable de mi enfermedad? ¿Dará solución a los problemas del mundo (norte-sur, inmigración, crisis económica, "cultura del descarte", desahucios, terrorismo y violencias de todo tipo) el estudio pormenorizado de sus causas y los proyectos de solución técnicamente perfectos? ¿Soluciona la posverdad la realidad de la injusticia y el desorden? Lo dudo. Y si en las medidas, los cálculos y los raciocinios, las medias noticias y las fabricadas por intereses a partir de los hechos, no está la verdad que nos libra de la oscuridad del túnel, ¿dónde encontrar la salida?
Pues digámoslo sin tapujos, "Dios" es la verdadera respuesta a nuestros interrogantes más profundos. Y con Cristo llega el Reino de Dios, Reino de la Verdad, la justicia, el amor. La vida de Jesús fue una continua lucha contra la mentira de sus contemporáneos. Algunos, como Nicodemo, Zaqueo, Pedro, Mª Magdalena o Mateo, dejaron de engañarse y se pasaron a la verdad, pero otros siguieron obstinados en la mentira de sus prácticas religiosas y sociales legalistas, y, cuando les llegó la hora de enfrentarse con la verdad, quisieron aniquilarla crucificando a quien la encarnaba y predicaba. Pero fracasaron en su empeño. En Cristo crucificado y rehabilitado en la resurrección podemos ver que Dios está dispuesto a todo, incluso a morir para poner en evidencia la Verdad más sobrecogedora y absoluta: Dios es amor sin límites.
Las fiesta de Cristo Rey (habría que decir mejor día del Reino de Dios) pone ante nosotros la verdad de Dios revelada en Cristo crucificado. "Yo soy la verdad", había dicho. Se trata de una verdad de un orden distinto al racional y científico, una verdad esencial, la verdad del amor, en la que encuentran apoyo todas las demás verdades. Porque "si conociera todos los secretos del mundo y todo el saber, si no tengo amor no soy nada" (cf 1 Cor 13,2)
El Reino donde triunfa la verdad
La verdad es un estilo de vida, una persona (Jesucristo), un misterio (el misterio del Reino) que supera el conocimiento racional, pero que puedes gustar y vivir. Los hombres solemos tener miedo a “la verdad”. ¡No tengáis miedo! (cf Mc 16,6; Lc 12,4; Mt 14,17, etc).
Dice el salmista: “El Señor reina, vestido de majestad” (Sal 92,1). A este Señor que reina, ábrele el corazón, y los oídos para escuchar su palabra. “El que es de la verdad escucha mi voz”. Tiene mucho que decirte. Mostrándote la "Verdad" te dará a conocer "tu verdad", porque sólo en Él encuentra sentido tu existir. Y te sanará con su fuerza, porque “su poder (amor) es eterno, no cesará. Su reino no acabará” (Dn 7,14).
La fiesta de Cristo Rey es la afirmación del triunfo de la Verdad sobre la mentira, de la justicia y el amor sobre el odio y la venganza. La Cruz es el signo de ese triunfo. "Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,20.33). La cruz nos ofrece el culmen del amor de Dios, la victoria de su Reino. Es una paradoja admirable; donde nosotros ponemos muerte, el Padre pone amor, perdón, misericordia; pone su Reino. Descubrirlo su presencia entre las sombras del mundo es una gracia y una bendición.
Es un Reino tan sencillo que quienes tienen la osadía de creer en Él lo pueden ver cada domingo en la Eucaristía, banquete del Reino. Ahí está Jesús, donde los creyentes se reúnen en su nombre; ahí está su Reino, donde se proclama su victoria: anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor, Jesús! El Reino de Dios es un don, y en la Eucaristía se recibe y se celebra. ¿Te perderás este regalo?.
Casto Acedo Gómez. Noviembre 2021. paduamerida@gmail.com.
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