jueves, 21 de octubre de 2021

Señor, ¡que pueda ver! (Domingo 24 de Octubre)




Cada vez que el evangelio narra un milagro podríamos preguntarnos hasta qué punto nos importa conocer al detalle lo que Jesús hacía. El ciego del evangelio de hoy recobró la vista: ¿y qué? Eso pasó hace dos mil años. Pero, aparte de darme a conocer el poder de Dios, capaz de curar y sanar, ¿tienen algo más que decirme las narraciones de los milagros?
 
Pues creo que sí. Cuando los evangelistas narran milagros de Jesús suelen apuntar más allá del hecho concreto; la mayoría de los signos milagrosos remiten a una realidad trascendente. Por eso la curación del ciego de nacimiento (Mc 10,46-52) es mucho más que la noticia puntual de un hecho concreto extraordinario. Al hilo de la curación se nos está definiendo todo un proceso de conversión y salvación integral tan propio de ayer como de hoy. Veamos.

 El ciego soy yo

Contemplamos a Jesús «al salir de Jericó», camino de Jerusalén. El camino es  la vida; todos nosotros vamos caminando hacia Jerusalén, hacia el encuentro con Dios y con los demás, hacia la ciudad santa, la meta de todo peregrino: el cielo, el reino de Dios, la felicidad. 

En su caminar Jesús se cruza con un ciego, llamado Bartimeo, que está «sentado al borde del camino pidiendo limosna». Yo soy ese ciego. Yo soy ese hombre «sentado», parado «al borde», fuera del camino. Ahí estoy yo, y están todos los hombres que por razones diversas nunca vieron, o dejaron de ver, y se han cansado de caminar. Ahí están todos aquellos que sin esperanzas de futuro perdieron el tren de la vida. Ahí están, sentados al borde del camino mendigando un poco de luz, un poco de claridad para poder seguir encontrando un motivo para rehacer sus vidas maltrechas por la oscuridad. Ahí estamos, aparcados, estancados, con los ojos oscurecidos por la legaña que se cría al arrimo del pecado, y sobre todo, por la enfermedad de la desconfianza, de la falta de fe. 
 

 Historia de una conversión:
la oración sincera, la renuncia y la fe.

Hoy Jesús pasa a tu lado; como pasó al lado de Bartimeo. «Al oír que era Jesús el Nazareno, empezó a gritar» . Por lo que se ve Bartimeo, más que ciego –con la connotación negativa que tiene la palabra- es invidente –no puede ver-. El grito le sale de dentro, del hondón del alma, del lugar donde más le duele su invidencia. Con ese grito comienza la historia de su curación, de su conversión, con él se inicia el camino de su fe: «¡Hijo de David, ten compasión de mi!».

«Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo». ¿Quién ha dicho que Jesús no escucha nuestras oraciones? Tal vez el problema está en que no gritamos lo suficientemente alto debido a que nuestra oración carece de sinceridad y profundidad, no ponemos demasiado empeño porque no creemos que gritar sirva de mucho; como el mendigo que rutinariamente repite una y otra vez: “¡una limosna, una limosna!”, pero sin convicción. No era el caso de Bartimeo: «muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más». Su oración obstinada, perseverante, obtiene respuesta. Jesús se fija en él.

Al saberse llamado por el mismo Jesús el ciego Bartimeo «soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús». No lo pensó dos veces. Estaba «sentado» y «se pone de pie», se levanta, queda dispuesto para la marcha. Dejó atrás lo único que tenía, su manto, porque había encontrado algo más importante, una esperanza mayor que la posibilidad de recoger unas monedas sobre el manto extendido en el suelo.
 
Se despegó de sus cosas y, desde esa pobreza y desvalimiento total, inicia un diálogo: «Jesús le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti?» O lo que es lo mismo: ¿De veras crees que puedo ayudarte? «El ciego le contestó: maestro, que pueda ver». ¡Qué magnífica oración para este domingo! ¡Haz Señor que pueda ver!, que se abra ante mis ojos la luz para ver claro por dónde tengo que caminar, cómo tengo que educar a mis hijos, cuál ha de ser mi actitud frente este problema familiar que me aflige, cómo tengo que enfocar mi vida matrimonial o laboral... «¡que pueda ver!».

Jesús le dijo entonces, y te dice a ti y a mi hoy: «Anda, tu fe te ha curado». «Tu fe»; el poder de Dios manifestado en Jesús ha actuado; y lo ha hecho cuando el ciego ha puesto en él su fe, su confianza. "Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti", dijo en su día san Agustín. El poder de Dios no anula la eficacia de la acción del hombre; es más, por respeto a su libertad, para actuar su gracia Dios exige una respuesta de fe; de ahí que Jesús pida la fe del hombre para obrar en él.
 
El evangelio nos invita constantemente a obrar el bien, pero ¿quién puede obrar el bien? O mejor: ¿en quién puede obrar Dios sus milagros? Sólo en el que tiene fe, en el que confía y cree que Dios, y él mismo en Dios, lo puede todo;  Dios obra milagros en quien pone su confianza en la justicia (misericordia) de Dios. "Tu fe te ha curado". ¡Qué importante es la fe! Sin acogida de la Palabra, sin confianza en Jesús no hay milagro.

«Al momento recobró la vista y lo seguía por el camino». El hombre sanado, curado, se incorpora al camino, se pone en marcha con Jesús y sus discípulos hacia Jerusalén. Si tú eres un converso, si se te han abierto los ojos y has visto a Jesús, puedes identificarte con este nuevo creyente que camina al lado de Jesús .
 
 
¿Espectadores o misioneros?

El ciego soy yo y eres tú. Pero también somos los que acompañaban a Jesús o se cruzaron en su camino aquel día. 
Unos desprecian al ciego y le piden que se calle, que ya ha molestado bastante. Con su recriminación quieren ocultar la miseria de su pueblo y quieren callar la fe del ciego, que proclama a Jesús como “Hijo de David”. Ellos habían ido a ver el espectáculo de un hombre con fama de buen predicador, y no quieren molestias.

 Puedo contemplarme en aquellos espectadores que se sienten molestos porque alguien está ahí, con su oscuridad, con su enfermedad, con su tristeza, su depresión, y grita con fuerzas a Dios. Me molestan y estorban esos gritos, los gritos del pobre que no tiene qué comer, la angustia de los que piden justicia al ver pisoteados sus derechos; me molestan porque yo voy a otra cosa. ¿Acaso tiene algo que ver la religión con esos problemas?. Hablan así quienes viven una religiosidad desconectada de la realidad, algo que Jesús desmiente con su modo de actuar.
 
Fe y realidad tienen mucho que ver. Creer en Jesús no es un título para justificar mis banderías; la fe auténtica es siempre un aldabonazo para mi conciencia acomodada. Si no escucho los gritos del ciego -de los sufrientes- ¿para qué me quiero acercar a Jesús? ¿Para quedar bien con mis rezos?, ¿para justificar mi moral farisaica? Si a mí me molestan los gritos de los ciegos de este mundo, he de saber que a Jesús no le molestan; Él no ha venido para los sanos sino para los enfermos (cf Lc 5,31): «Llamadlo», les dice.

También puedo contemplarme en aquellos que, siguiendo la indicación de Jesús, «llamaron al ciego diciéndole: ¡Animo, levántate, que te llama!». Hagamos nuestras estas palabras y digámoslas a tantos como gritan a Dios pidiendo su ayuda: ¡Ánimo, levántate, que te llama! La nueva evangelización no es otra cosa que invitar a todos los hombres a escuchar la llamada de Dios, especialmente a los que por su pobreza extrema, su enfermedad o su “mala filosofía de la vida” malviven sumergidos en el pozo oscuro de la desesperanza. Tres palabras para meditar en un espacio de silencio, para animarnos a ponernos ante Dios  y para activar en nosotros la disponibilidad para Dios: ¡Ánimo, levántate, te llama! Escuchas. Dices a otros. Apóstoles.

Jesús te está diciendo: ¡acércate a mí! ¡déjate curar! y ¡sé misionero!, salta a la calle, ve por todo el mundo anunciando que ha llegado la salvación para todos los hombres, llama a todos los ciegos, a todos los que no ven, a todos los que viven en la oscuridad, a los que soportan la vida sin esperanzas de futuro; a los que viven agachados, encorvados sobre sí mismos. Llámalos y dile: «¡Animo, levántate, que te llama!».
 
Jesús te llama. Una misión: acercar a todos los hombres a Jesús; ayudarles a que tomen conciencia de que Él ya está cerca de ellos, está pasando tan cerca como cerca pasó el ciego; Él es la respuesta a tus preguntas, a tus situaciones de oscuridad. Si hoy, en este evangelio, en la misa, o en cualquier otra circunstancia, ves a Jesús que se acerca, y de otro lado ves a los que aún no creen, anúnciale con delicadeza y con fuerza que hay Dios, y que es grande su poder. Cuéntale tu experiencia de sanación con las palabras del salmo: «el Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres» (Sal 125,3).

 * * *
 
Cada domingo este evangelio se hace realidad en nuestras comunidades:

* En la misa comenzamos pidiendo al Señor que tenga compasión de nosotros, que cure nuestras cegueras, que limpie nuestros ojos embarrados por el pecado.


* En la Liturgia de la Palabra, pasa Jesús; llega a nuestros oídos el rumor de sus pasos. Dialogamos con él, y con su voz abre nuestros ojos: “Señor, tú eres mi lámpara; Dios mío, tú alumbras mis tinieblas” (Sal 18,29).

* Y nos cura; nos da el bálsamo de su Alimento eucarístico. De Él viene nuestra fuerza. Aunque antes pone a prueba nuestra fe: ¿Tú crees que puedo sanarte? «¿Tú crees en el Hijo del Hombre?» (Jn 9,35); y respondemos con el credo y con las mismas palabras del centurión que pedía la curación de su criado: «No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarle (sanarme)» (Mt 8,8).

*Finalmente, recobrada la vista, le seguimos por el camino, como aquel ciego, alegres y comprometidos con la vida, cumpliendo, cada día, con Jesús la tarea de hacer presente el Reino de Dios en nuestro mundo. 
 

*  * *
Nota: Para una reflexión más detallada, incluso una amplia charla sobre la curación del ciego, en este mismo blog: 

Casto Acedo Gómez. Octubre 2021. castoacedo@gmail.com.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Buda en Cáceres

No deja de sorprender que siga adelante el proyecto de construcción de la macroestatua de Buda y el centro Budista en la ciudad de Cáceres, ...