jueves, 10 de febrero de 2022

Bendiciones y maldiciones (13 de Febrero)


Jer.  17, 5-8; Sal. 1,1-2.3.4.y 6; 1 Cor 15, 12.16-20; Lc 6, 17.20-26

Si hay que leer el Evangelio de cada domingo siguiendo el enfoque que propone la primera lectura, hoy deberíamos leer las bienaventuranzas y los “lamentos” de Lucas desde el enfoque de la fe como confianza, tema de la profecía de Jeremías 17,5-8: 
«Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien, habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto».
Ambos textos, el de Lucas y el de Jeremías, tienen en común una bendición y una maldición, aunque las quejas de Lucas habríamos de leerlas más como lamentos que como venganza, condena o desprecio.

BIENAVENTURANZAS

Nos dice el texto, al inicio del evangelio de hoy, que “Jesús se bajó del monte con los doce y se paró en una llanura” (Lc 6,17). En san Lucas, como se hace en san Mateo, el mensaje de las bienaventuranzas no se predica en un monte sino en un llano; aunque sí es fruto de una estancia inmediata anterior en el monte, donde Jesús, retirado de los suyos, estuvo en oración toda la noche, para luego escoger a los doce y bajar (cf Lc 6,12-16).

En el llano, Jesús se dirige a todos sus discípulos. Comienza bendiciendo (bienaventuranzas) a los que siguen el camino de los profeta, un camino no fácil de entender y muy difícil de vivir; imposible para el hombre sin el auxilio de Dios. Sabiendo que el Dios Padre de Jesús no es un Dios cruel, deberíamos ver en las bienaventuranzas más que unas leyes que cumplir, unas exclamaciones que alimentan el espíritu; no pretende esta predicación de Jesús cargar nuestras espaldas con preceptos imposibles sino liberarlas con unas palabras de ánimo.

Si se leen desde la exigencia y el cumplimiento las bienaventuranzas están llenas de contradicciones. ¿Cómo va a ser feliz alguien que vive en la escasez de recursos? ¿Son necesariamente felices los que pasan hambre, los que lloran, los odiados, excluidos, difamados, proscritos? Es verdad que se les promete un futuro idílico: el reino de Dios, la satisfacción de sus necesidades, la alegría desbordante, el gozo grande. Pero, ¿no estamos entonces ante un consuelo para ingenuos e ignorantes? La filosofía basó en esto su crítica a la religión, a la que consideraba como “flores imaginarias que adornan las cadenas del hombre” (K. Marx) mientras aguarda un futuro venido del cielo.

No es muy correcto leer las bienaventuranzas como un programa de vida moral; porque no lo es. Jesús no está pidiendo a los pobres que se contenten con su pobreza o que aspiren a ser aún más pobres; tampoco está invitando al llanto y la tristeza pasiva a la espera de que alguien regale una sonrisa; y, mucho menos, invita a crear conflictos, o a provocar al mundo a fin de sufrir por no sé que causa.

Las bienaventuranzas son un texto que no debemos enmarcar en la ley sino más bien en los profetas y los sapienciales. Más que para ser estudiadas y ampliadas en su dimensión práctica, son expuestas para ser contempladas en lo más intimo del corazón. Sabiduría de Dios. Esa que san Pablo expone en el centro de su enseñanza: “Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados —judíos o griegos—, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios". (1 Cor 1,22-24). Aquí no vale la lógica de la razón para comprender; sólo desde el corazón del Misterio, desde la Pascua de Cristo, se hace luz.

Con las bienaventuranzas estamos ante un texto místico (de misterio), un tesoro que debe ser contemplado en la interioridad personal posada en el corazón de Cristo. ¡Inténtalo!
 
* * *
 
Párate un momento y entra en ti.
 
*Acalla tu mente, silencia tu corazón, serena todo tu ser.
 
*Contempla tu interioridad, tu alma inquieta por el deseo de cosas que ambicionas y no logras alcanzar, torturada por el apetito de cosas que no satisfacen; herida porque no encaja los desprecios de quienes no comprenden tu estilo de vida; excluida del círculo de los que el mundo considera triunfadores; difamada por los que no soportan tu obsesión por la verdad y la misericordia. 
 
*Párate ahí, en tu pobreza, tu debilidad, tu llanto, tu exclusión, tu brote de soberbia que  impide soportar con humildad los rechazos e insultos que te vienen por ser fiel a tu Dios,…
 
*Párate ahí, haz silencio, y escucha la voz de Jesús: 
-¡dichoso o dichosa tú, N. (escribe aquí tu nombre), porque eres pobre!, te sabes necesitado de Dios y de los hermanos,
-¡dichoso o dichosa, porque tienes hambre y sed de justicia, porque lloras al ver tanta crueldad e injusticia para contigo y con los demás!, alégrate por esa sensibilidad que indica   que estás viva o vivo, 
-¡dichoso o dichosa tú, porque eres perseguido o perseguida por tu fidelidad al evangelio!, tu valentía en el seguimiento de Jesús es para ti motivo de alegría, 
-¡dichoso o dichosa tú, no por el dolor que generan en ti quienes viven de espaldas a Dios, sino porque el Reino es en ti  grano de trigo que siembras con sudor y muere; y por el poder de Dios dará abundantes frutos  de paz, alegría y justicia (cf Jn 12,23)!.

*Gózate, deléitate en Dios, porque tus debilidades son ya fuerza de Dios cuando te abandonas en sus manos y te dejas llevar por el espíritu de profecía a remediar la pobreza, la injusticia y el sufrimiento del mundo. Gózate en Dios porque hay esperanza en el amor que practicas.
 
* * *
 

¿MALAVENTURANZAS?

 No podemos cerrar este comentario del evangelio sin hacer mención a lo que se ha dado en definir como “malaventuranzas”, palabra poco acertada que da a entender que Jesús no viene sólo a bendecir sino también a maldecir. Bueno, más que a maldecir a señalar las causas de la maldición que la misma persona echa sobre sus hombros.

Los ¡ay! (quejas, lamentos) que preceden a la condena de la riqueza, el derroche, la felicidad bobalicona y el cultivo obsesivo de la propia imagen, no debemos traducirlos en clave de venganza de Dios sobre quienes no siguen sus caminos, sino más bien como lamentos a causa de la ignorancia humana-

 *¡Ay de vosotros los ricos porque ya habéis recibido vuestro consuelo! Ay de ti, hombre rico, mujer adinerada, porque la servidumbre y devoción que profesas al lujo y al dinero, te está privando del gozo de una vida de generosidad y comunión con los pobres. Olvidáis que habéis sido creados a imagen de Dios misericordioso, y sólo en la práctica de la misericordia podréis gozar una vida lograda y plena. Lástima que la polilla de la riqueza esté pudriendo vuestra sensibilidad (Sant 5,1-3).

 * ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! Ay de ti hombre y mujer instalado en las poltronas del placer mundano; vacas de Basán que diría Amós (4,1-2), cerdos engordados para el día de la matanza (Sant 5,5). ¡Qué pena me dais! Porque la misma vida se volverá contra vosotros. Vuestro camino conduce a un pozo sin fondo del que no podréis salir sin la mano que el Todopoderoso os extiende. 

* ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! Atiende, hombre o mujer, brillante triunfador o triunfadora en un mundo de ciegos. Volviendo el rostro al sufrimiento de los hermanos os aisláis en vuestras “casas de verano con lechos de marfil”, festejáis vuestra insolidaridad, os embriagáis con vuestra egolatría, ignorando que la misma vida os pasará factura (cf Am 3,13-15.4,1-3). Ignoráis que el grito y llanto de los que sufren, aunque cerréis ojos y oídos, es vuestro  grito y vuestro llanto. Aunque quieras, no puedes desprenderte de tu humanidad y, al cerrarte al Otro y a los otros, estás condenándote a vivir tú mismo en sufrimiento y soledad.

 * ¡Ay, si todo el mundo habla bien de vosotros! Pobre de ti, ingenuo e ingenua, que te jactas en las alabanzas y rehúyes las críticas. ¿No sabes que quien te quiera engañar recurrirá a la adulación? “Quien bien te quiere, te hará llorar”, dice el refrán, y “de grandes alabanzas está lleno el infierno”. Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas. ¿No te das cuenta de que al negarte a escuchar la verdad de tu ser, que es humildad, te estás enfangando en una soberbia destructiva? Rechazas la verdad del Evangelio que es luz para ti, y prestas oídos a la adulación mentirosa que engorda tu ego. ¿Cómo vas a ser feliz así? Ay de ti. ¡Mírate en Dios y en el prójimo -en ellos te puedes ver- e inicia el camino de la salvación! No esperes a mañana; hazlo aquí y ahora. 

* * *
 


 Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11,28). Las bienaventuranzas, con sus  contradicciones aparentes, tienen un profundo sentido más allá de los discursos y razonamientos positivistas. Para entrar en ellas necesitamos silencio, espacios de soledad y reposo de la mente, abandono. Sólo en el silencio que es Dios se puede pasar a la escucha. La Palabra pronunciada por el Padre Dios en el silencio, es creadora y redentora. Quien hace silencio y escucha, ya está cumpliendo la Palabra; porque el primer paso para vivir es dejar que la Vida entre en el corazón.

La primera bienaventuranza es la de la fe que se abre a la escucha de la Palabra. Creer es la clave para ser iniciado a  la felicidad de Dios. La Virgen María es ejemplo de ello. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1,45). Toca a cada uno ser “oyente de la Palabra”, que no es sino dejar que el mismo Jesucristo, el Bienaventurado, pronuncie en tu interior el evangelio de buenaventura. Luego de dejarte fecundar por la Palabra, responde: “Aquí está el siervo/sierva del Señor, hágase en mí según tu Palabra”. (cf Lc 1,38).
 

¡Feliz y Bienaventurado domingo!

Febrero 2022 
Casto Acedo. 
 

jueves, 3 de febrero de 2022

En tu nombre echaré las redes (6 de Febrero)

  


Una de las palabras más pronunciadas en nuestro tiempo es “crisis”: se habla de crisis institucional, crisis sanitaria provocada por el covid, crisis económica, crisis de valores, crisis religiosa y espiritual -crisis de fe-, crisis de vocaciones a la vida religiosa en las instituciones cristianas, etc.

Nos vamos a fijar en ésta última -crisis de vocaciones religiosas- que nadie duda que, al menos en Europa, existe. Un hecho al hilo del cual surgen unas preguntas inevitables: ¿Acaso Dios ha dejado de llamar? ¿Ya no se acerca Jesús a la orilla de nuestra historia? ¿No muestra ya su poder? ¿No queda nadie capaz de sorprenderse ante Él? ¿No quedan ya discípulos? 

Todos somos llamados

El Concilio Vaticano II habló de los cristianos como Pueblo de Dios, un modo de ver la Iglesia que no acaba de calar en nuestras comunidades, y tampoco en nuestro mundo. Cincuenta años después de la Constitución Lumen Gentium, parece haberse avanzado poco. 

La Iglesia sigue siendo considerada por la mayoría como una barca que habitan unos pocos privilegiados que han recibido el sacramento del orden o han hecho los votos solemnes de castidad, pobreza y obediencia. Ellos son los responsables de la barca; incluso parece que son los únicos que la habitan, como si el resto navegara en barcazas o bostes salvavidas adheridos a la gran barca; y como si  a los únicos a los que Dios pide cuentas de cómo va la travesía fuera a los altos mandos del buque. Yo –piensan muchos- no soy un pescador, sólo   un simple pez; oveja y no pastor.

Per la verdad es que la llamada de Jesús a un seguimiento radical no es para unos pocos, es para todos. Para mí y para ti. Cada uno en su estado: casado o célibe, obrero o empresario, joven o mayor. Al leer en el evangelio aquello de “serás pescador de hombres” (Lc 5,10), solemos pensar en San Pedro, en el Papa, en los obispos, o los párrocos y demás sacerdotes y religiosos; pero ¿no te has parado a pensar que ese “tú serás pescador de hombres” va también  para ti?

Tu reflexión para este domingo puedes hacerla desde esta idea de fe: me llamas, Señor, a ser pescador de hombres. Hoy el Señor viene a tu vida y te dice: “Rema mar adentro y echa las redes para pescar” (Lc 5,4). A ti, que puede que ya le hayas dicho: -Ya estoy cansado, mis esfuerzos han sido inútiles hasta ahora, y no he pescado nada. Pero, desde tu impotencia y flaqueza, ábrete a la esperanza y añade con Simón: "pero, por tu Palabra, echaré las redes” (Lc 5,5).



Desde la debilidad, 
“en tu nombre, echaré las redes”

A veces da la sensación de  que estamos excesivamente preocupados por mantener en pie una Iglesia que se viene abajo: influyente, poderosa, acomodada, arreglada, adornada, pero no reformada profundamente. Echamos nuestras redes en nombre de la solidaridad, de la bondad, del desarrollo cultural, etc.  olvidando que las redes han de ser echadas en nombre de Dios. Me pregunto si no predicamos y vivimos la Palabra de Dios mirando nuestra conveniencia, la de la fuerza y los beneficios; y por eso hay eficacia en la evangelización: “Me prediqué a mí y no ti, prediqué mis palabras, no las tuyas, y por eso no pesqué nada; y si pesqué algo no fueron sino halagos por contentar al mundo, ranas locuaces que me alabasen”. (De los sermones de San Antonio de Padua).

Los hombres de hoy huyen de los que se predican perfectos, y de los perfectos que predican, sospechan que los que van de buenos reducen el mensaje a una insulsa bondad de la ley; sospechan de la palabra perfección por su sabor farisaico; desconfían de los que se consideran a sí mismos "los buenos" y ponen en esto su fuerza. Y la reticencia hacia estos no va cristianamente mal encaminada porque "no hay nadie bueno más que Dios" (Mc 10,18).

El apóstol auténtico, más que santo entre pecador se sabe pecador entre pecadores. Pescador y pez, evangelizador y evangelizado, forman parte del club de los débiles, "lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los poderosos" (1 Cor 1,27). Hemos olvidado la palabra que recibió san Pablo: "te basta mi gracia; la fuerza se muestra en la debilidad" (2 Cor 12,8). Fue el camino de Cristo, "crucificado por causa de su debilidad, ahora vive por la fuerza de Dios" (2 Cor 13,4).

Pedro aprendió bien la lección de la humildad en la debilidad. Había echado muchas veces las redes en su propio nombre -en nombre de la fuerza de Pedro, mirándose a sí mismo-, y no había pescado nada a pesar de sus esfuerzos. "Hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada". Jesús, a pesar del fracaso y el cansancio evidentes de Pedro y los suyos, le propuso cambiar el enfoque de su trabajo: no eches las reses fiado en tu fuerza y sabiduría, sino en mi nombre "rema mar adentro y echad las redes". Confía en mí, no en tu fuerza; en tu debilidad te voy a hacer fuerte.

En su noche el apóstol Pedro se abandonó a Cristo: "por tu palabra, echaré las redes", se fió, y la pesca fue tan abundante, "hicieron una redada de peces tan grande que las redes comenzaban a reventarse"; tan evidente fue el signo, que no pudo menos que creer que es el nombre de Dios quien da peces, no el propio: “Se arrojó a los pies de Jesús diciendo: apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él”.


Dios salió al encuentro de Pedro allí donde su impotencia se hizo visible. Había fracasado en lo que sabía hacer, pescar. Pero el fracaso no le sumió en la desesperación, sino que desde ella la voz de Jesús le abrió a nuevas búsquedas. Y no debió ser fácil. Se necesita humildad en un pescador experimentado para aceptar que un carpintero le de lecciones de cómo hacer su trabajo; una humildad que necesita hoy también la Iglesia para abrirse a nuevos horizontes: escuchar a Jesús, a Dios, que nos habla desde más allá de lo expertos que seamos en teología o pastoral. Al pescador profesional Pedro le funcionó escuchar al carpintero que le daba lecciones, no de técnicas de pesca, pero sí "de fe".

Aquella experiencia de Dios que le salió al paso aquel día, haciéndole ver que lo que realmente importa es la fuerza y el poder de Dios, marcó para siempre la vida de Pedro y sus hermanos: “Sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron” (cf Lc 5,4-11). Es la misma respuesta que da Isaías tras un primer momento de estupor: “Entonces escuché la voz del Señor, que decía: “A quién mandaré? ¿Quién irá por mí? Contesté: Aquí estoy, mándame” (Is 6,8).

En ambos casos -Isaías, apóstoles, Pedro- sintieron asombro, estupor, temor ante lo desconocido-conocido. La experiencia de Dios (experiencia mística) es gratificante pero también asusta; es el temor lógico cuando algo grande está ocurriendo en la propia vida y nos desconcierta. Pero el miedo no echa atrás a los llamados, al contrario, el reconocimiento de la propia debilidad sirve de trampolín a la decisión de ser apóstol; en la misma debilidad humana arraiga la fuerza de Dios que anima el paso decisivo.



Conversión: volver al seguimiento de Jesús

Es evidente la crisis de vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa, y también es evidente que dicha crisis es síntoma de un mal mayor que es la crisis de vocación cristiana general. La primera es consecuencia lógica de la segunda, aunque hay quien, en una visión clerical del cristianismo, se sigue empeñando en lo contrario y tiende a culpar al clero y los religiosos de los males de la Iglesia. Cuando al pueblo le falta la experiencia de Dios, el asombro ante el Misterio, la sorpresa de Dios, entonces escasea el humus, el espacio vital -interior, familiar, social, religioso- donde la llamada a seguir los pasos de Jesús puede arraigar y crecer.

La mejor oración por las vocaciones es trabajar la propia conversión, procurar cada uno la renovación interior. No se trata principalmente de una renovación moral, sino ante todo de una renovación de la mente, una conversión total a los parámetros de Jesús de Nazaret que determinen el cambio de actitudes. Redirigir nuestra vida tras las huellas de Jesús. Y hacerlo teniendo como eje no tanto la "iglesia autorreferencial" (clerical, poderosa, influyente) cuanto la iglesia débil y humilde que Jesús pone como clave del desarrollo del Reino en el mundo: la iglesia grano de trigo que desde la debilidad de su desaparición va germinando el Reino de Dios en el campo de Dios (cf Jn 12,24), la iglesia grano de mostaza, pequeña, que crece hasta hacerse un gran árbol donde anidan los pájaros (Mt 13,31-32), la iglesia que siembra con constancia y humildad la semilla del Evangelio que luego va creciendo sin que sepa cómo (Mc 4,26)...

San Pablo nos recuerda lo esencial, el Evangelio que nos salva, y al que debemos volver nuestra mirada y corazón, la fe que nos trae la salvación y atrae vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa: “que Cristo murió por nuestros pecados…, que fue sepultado y que resucitó al tercer día” (1 Cor 5,3-4). ¿Es esta - es este Jesús- nuestra fe? Cristiano es quien cree en uno que llama, Jesús, no en unas ideas que nos resultan acertadas o ingeniosas o en una moral más o menos a la moda. En última instancia el Evangelio se identifica con el Evangelizador.

Nuestra buena noticia es que Jesús, aquel a quien nosotros matamos, ha resucitado de entre los muertos y ha abierto las puertas de la vida. Anclados en él buscamos la renovación de nuestras vidas, pero en última instancia no seguimos sus enseñanzas sino a su misma Persona. No es casual que los grandes reformadores no hayan hecho otra cosa sino volver a Cristo, contemplarse a sí mismos y contemplar la Iglesia de su tiempo en el espejo del Nazareno, y decirse a sí mismos: -¡Este es el Jesús que me ha llamado, y esta es la pesca que me manda hacer!

* * *

Medita esta semana en Cristo que pasa y te llama; medita: ¿para qué me llamas, Señor? Luego responde “sin palabras”, como los primeros discípulos: "sacaron a tierra las barcas, y dejándolo todo, le siguieron" (Lc 5,11). Sabiéndote seguidor de Jesús, aunque débil, asido al arado reza por las vocaciones a la vida sacerdotal, religiosa y apostólica en general. Puedes poner de fondo el hermoso tema musical Pescador de hombres, tan manido en nuestras celebraciones que no vendría mal escucharlo alguna vez con el corazón y meditar su mensaje.

Febrero 2022. 
Casto Acedo 

Buda en Cáceres

No deja de sorprender que siga adelante el proyecto de construcción de la macroestatua de Buda y el centro Budista en la ciudad de Cáceres, ...