La más importante de las tres virtudes teologales, y la que más de moda está siempre, es el amor (entendido como “obras son amores”), pero no podemos menospreciar el valor de las otras dos virtudes: la fe y la esperanza. En defensa de estas dos hermanas menores me atrevo a decir que si las buenas obras del amor escasean en una sociedad o en una persona, es porque escasea la fe y se ha relajado la cuerda de la esperanza. Porque ¿hay algún desconfiado o desesperado capaz de sacar amor de su corazón?
La fe pura se muestra en el amor gratuito
Las lecturas que propone la liturgia de hoy apuntan a una reflexión sobre la fe y su relación con las obras.
¿Qué decir de la fe? Lo primero que se me ocurre, echando mano del evangelio, es que la fe tiene poder; más en concreto: la fe da el poder de las obras. El motor primero de cualquier tarea está en la fe que empuja a realizarla; y con la fe también empuja la esperanza sentida en el presente de verla realizada en el futuro.
Para ilustrarnos acerca de la fe y su relación con las obras Jesús nos pone hoy una comparación y nos cuenta una parábola. Vayamos primero a la comparacion:
"Si tuvierais una fe tan grande como un grano de mostaza y dijerais a ésta higuera: Arráncate y trasplántate al mar, él os obedecería".
Esta comparación te pone en evidencia: no tienes fe, o si la tienes es muy escasa. ¿De veras crees que si le dices a la higuera que se plante en el mar te obedecerá? Por eso necesitas que tu fe se vea aumentada, como pidieron los apóstoles: "¡Señor, auméntanos la fe!". Porque se necesita de la fe para la poner en acto el amor que conduce a la salvación. La primera lectura te lo está diciendo: "el altanero no triunfará; pero el justo por su fe vivirá" (Habacuc 13,4). Muy parecidas palabras nos dice san Pablo en sus cartas: "El justo por la fe vivirá" (Rm 1,17; Gal 3,11).
Pero ¿no habíamos quedado en que al final seremos juzgados por nuestras obras? Pues sí, "por las obras de la fe"; porque la fe sin obras está muerta, pero también las obras sin la necesaria fe y humildad, es decir, las obras soberbias del hombre, matan la fe y conducen a la perdición. Si ya te vales por ti mismo, si tus obras son merecedoras de la salvación, ¿para qué quieres la fe? Quien cree salvarse por sus solos esfuerzos, ¿no está haciendo inútil la muerte de Cristo? Si no necesitamos de Él, ¿para qué murió? Si el poder de salvarse está en nuestras manos, ¿para qué hubo de cargar con nuestros pecados? (Is 53,4; 1 Pe 2,24).
Cuando ponemos la confianza en nuestras obras estamos haciendo inútil la muerte de Cristo, y nos equivocamos, porque "si el Señor no construye la casa (si él no nos sostiene y anima) en vano se cansan los albañiles" (Sal 126,1), y Jesús dijo que "sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5).
Y aquí viene el porqué a la enseñanza sobre la fe el Señor le añade una parábola:
«¿Quién de vosotros, que tenga un criado arando o pastoreando, le dice cuando llega del campo: Pronto, ven y siéntate a la mesa? Más bien le dirá: Prepárame de cenar, y ponte a servirme hasta que yo coma y beba. Después comerás y beberás tú. ¿Tendría que estar agradecido al criado porque hizo lo que se le había ordenado? Así también vosotros, cuando hayáis hecho lo que se os haya ordenado decid; Somos unos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer".
¿Qué enseña esta parábola? Algo tan simple como que, por muy bien que hagamos todo, no hacemos nada extraordinario. Si nuestras obras tienen algún valor es porque el Señor se lo quiera conceder.
Este ejemplo del "pobre siervo", desligado de la dinámica de la fe, es escandaloso para la sensibilidad moderna tan dada a reclamar derechos y reconocimientos públicos. Un criado (un siervo-esclavo) no tiene nada que esperar de su Señor, no adquiere ningún derecho por su trabajo; cuando lo ha hecho todo lo único que le queda es el reconocimiento de su insignificancia «somos unos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17,10).
Nos enseña así Jesús que la fe pura obra sin esperar nada a cambio, o lo que es lo mismo: una fe pura se plasma en un amor puro, un amor que da sin esperar premio, algo escandaloso para una cultura donde las relaciones se mueven en el ámbito del "doy para que me des".
Pero ¿no habíamos quedado en que al final seremos juzgados por nuestras obras? Pues sí, "por las obras de la fe"; porque la fe sin obras está muerta, pero también las obras sin la necesaria fe y humildad, es decir, las obras soberbias del hombre, matan la fe y conducen a la perdición. Si ya te vales por ti mismo, si tus obras son merecedoras de la salvación, ¿para qué quieres la fe? Quien cree salvarse por sus solos esfuerzos, ¿no está haciendo inútil la muerte de Cristo? Si no necesitamos de Él, ¿para qué murió? Si el poder de salvarse está en nuestras manos, ¿para qué hubo de cargar con nuestros pecados? (Is 53,4; 1 Pe 2,24).
Cuando ponemos la confianza en nuestras obras estamos haciendo inútil la muerte de Cristo, y nos equivocamos, porque "si el Señor no construye la casa (si él no nos sostiene y anima) en vano se cansan los albañiles" (Sal 126,1), y Jesús dijo que "sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5).
Y aquí viene el porqué a la enseñanza sobre la fe el Señor le añade una parábola:
«¿Quién de vosotros, que tenga un criado arando o pastoreando, le dice cuando llega del campo: Pronto, ven y siéntate a la mesa? Más bien le dirá: Prepárame de cenar, y ponte a servirme hasta que yo coma y beba. Después comerás y beberás tú. ¿Tendría que estar agradecido al criado porque hizo lo que se le había ordenado? Así también vosotros, cuando hayáis hecho lo que se os haya ordenado decid; Somos unos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer".
¿Qué enseña esta parábola? Algo tan simple como que, por muy bien que hagamos todo, no hacemos nada extraordinario. Si nuestras obras tienen algún valor es porque el Señor se lo quiera conceder.
Este ejemplo del "pobre siervo", desligado de la dinámica de la fe, es escandaloso para la sensibilidad moderna tan dada a reclamar derechos y reconocimientos públicos. Un criado (un siervo-esclavo) no tiene nada que esperar de su Señor, no adquiere ningún derecho por su trabajo; cuando lo ha hecho todo lo único que le queda es el reconocimiento de su insignificancia «somos unos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17,10).
Nos enseña así Jesús que la fe pura obra sin esperar nada a cambio, o lo que es lo mismo: una fe pura se plasma en un amor puro, un amor que da sin esperar premio, algo escandaloso para una cultura donde las relaciones se mueven en el ámbito del "doy para que me des".
La parábola del siervo fiel muestra que lo que nos redime es la fidelidad al Señor, la fe puesta en Él, el reconocimiento de nuestra pequeñez; o sea, la humildad de la fe. Desde ahí podemos vivir el amor verdadero, el que actúa sin esperar nada.
"El amor verdadero -dice san Bernardo- no es un contrato, ni el fruto de un pacto, sino que brota y se manifiesta espontáneamente. El amor verdadero encuentra en sí mismo su satisfacción. Su premio es el mismo objeto amado. Al que todavía no ama, se le estimula con un premio. A los niños hay que incitarlos a hacer las obras de amor motivándoles con la promesa de un obsequio.
En la vida ordinaria atraemos con promesas y premios a los que se resisten, no a los que se deciden espontáneamente. ¿Se nos ocurre ofrecer una recompensa a los que están deseando realizar una cosa? ¿Se le da un premio a la madre que está deseando amamantar a su hijo? ¿Se premia al que, teniendo sed, bebe? ¿Se le da un premio al que construye su propia casa, o al que tala sus propios árboles? ¡No! El premio es el mismo objeto amado. Con mayor razón, quien ame a Dios no buscará otra recompensa que no sea el mismo Dios. Si espera otra cosa, no ama a Dios, sino aquello que espera conseguir”.
¿Cómo es nuestra fe? Dice Jesús, para distinguir a los verdaderos entre los falsos profetas, que «por sus obras los conoceréis» (Mt 7,16), y hoy podemos decir que por la actitud que tengas a la hora de hacer las obras que Dios quiere, puedes conocer tu fe.
Hombre de fe pura es el que trabaja, no por la paga que espera, sino porque es su vocación, porque se ha enamorado de Cristo y no le queda más remedio que dejarse arrastrar por la seducción de su mensaje.
Hombre de fe auténtica es el que se relaciona con Dios como con un amigo al que uno acude y al que sirve sin esperar premios ni recompensas. Hacer y realizar lo que agrada al amigo es ya una recompensa, porque la virtud tiene en sí misma su paga.
Hombre de fe pura es el que trabaja, no por la paga que espera, sino porque es su vocación, porque se ha enamorado de Cristo y no le queda más remedio que dejarse arrastrar por la seducción de su mensaje.
Hombre de fe auténtica es el que se relaciona con Dios como con un amigo al que uno acude y al que sirve sin esperar premios ni recompensas. Hacer y realizar lo que agrada al amigo es ya una recompensa, porque la virtud tiene en sí misma su paga.
Vivir la gratuidad
En este punto hemos de preguntarnos cada uno: ¿Cómo entiendo mi vida cristiana?: ¿como un contrato?, ¿la entiendo como un negocio, una inversión a largo o corto plazo, de la que espero obtener algún beneficio?, ¿creo que me merezco algo por mis buenas obras? «El hombre injusto (pecador) tiene el alma hinchada», dice el profeta (Hab 1,4a). Está hinchado por la soberbia de las obras, inflado de creerse el mejor, el más laborioso y bondadoso, el que nunca se equivoca, el perfecto. Por eso no soporta que la gente no le adule y le ignore; por eso se rebela cuando alguien le critica, porque se siente un desgraciado al que nadie agradece todo el bien que hace. Se siente abandonado; "no me quiere nadie", parece decir. Tan ocupado en contabilizar sus propios méritos él mismo es incapaz de amar y se ahoga en su propia soberbia.
Jesús nos invita a entender la vida desde la gratuidad; "todo es gracia"; soy un "pobre siervo"; aunque fuera el hombre más bondadoso del mundo no me merezco nada y todo lo que recibo es un inmerecido don de Dios, nunca mérito mío. «El justo vivirá por su fe» (Hab 1.4b). Tengo fe cuando considero que el simple hecho de que Dios se haya fijado en mí es paga suficiente paga para cualquier sacrificio que hubiera hecho.
* * *
"Señor, auméntame la fe»
Aumenta mi confianza en Ti.
Que aprenda que lo único
Aumenta mi confianza en Ti.
Que aprenda que lo único
importante es tenerte a Ti.
Que descubra tu gracia,
Que descubra tu gracia,
que todo me viene de Ti y es tuyo.
Que mis relaciones humanas
vayan siempre acompañadas
Que mis relaciones humanas
vayan siempre acompañadas
de la gratuidad del amor
que da sin exigir.
Dame vivir con fe
y amor cristianos”
Dame vivir con fe
y amor cristianos”
Octubre 2022
Casto Acedo