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"Mucha gente acompañaba a Jesús" (Lc 154,25). A su paso por los pueblos de Palestina solía formarse un procesión numerosa. Entre los que se acercaban había personas muy seguras de sí, pero también indecisos, tibios, seguidores de medias tintas. Jesús, sorprendido por su éxito con todo tipo de público debió preguntarse qué esperaban realmente de él. Tal vez por ello consideró oportuno pararse a discernir y hacer una selección.
Cuando se da un crecimiento tan cuantioso de discípulos no se puede evitar la sospecha de que no todos sigan al maestro con intención desinteresada. ¿Han captado bien su proyecto de Reino? ¿Conocen de verdad las duras implicaciones que lleva consigo vivir a fondo el Evangelio? La mayoría, tal vez todos, no debían tener muy claro lo que implicaba el seguimiento de este nuevo profeta. ¿No se habrían precipitado al tomar la decisión de ir tras él?
Temiendo que sus seguidores no fueran conscientes de las exigencias que implicaba ser discípulo, Jesús se vuelve y les plantea la seriedad de su propuesta, marcada por unas renuncias que no todos estarán dispuestos a aceptar.
Saber a dónde te quiere llevar Jesús
Pues bien, también tú sigues hoy a Jesús. Te ha seducido su palabra y su modo de vida y estás en camino con Él. Pero antes de seguir adelante has de aplicar el corazón y la mente para calcular debidamente aquello a lo que te comprometes si quieres ser de veras un auténtico cristiano.
¡Párate un momento!, parece decirte hoy Jesús, ¡reflexiona un poco, porque la vida a la que llamo no te la puedes tomar a la ligera, sin una evaluación detenida y en profundidad! Si tu seguimiento es superficial puedes terminar siendo el hazmerreir de los que te observan, que “se burlarán diciendo: ´este comenzó a edificar y no pudo terminar´” (Lc 14,29-30).
Lo primero es saber hacia dónde te quiere llevar Jesús. La meta es Jerusalén, lugar de la resurrección, pero también lugar de la pasión y de la cruz. Jerusalén es el momento y el lugar en que la renuncia se hace total; ahí Jesús lo deja todo para ir al Padre.
Has de saber que ser discípulo lleva aparejada la cruz. “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, ... no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26); muchas veces serán tus padres y hermanos, o tu esposo o esposa, o tus compañeros de trabajo, los que no comprenderán tu fe y serán cruz para ti (cf Lc 12,51-53). La incomprensión de los tuyos acarrea conflictos y sufrimientos especiales que has de asumir. “El que no carga con su cruz y viene detrás de mí no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26-27): con estas palabras Jesús anuncia la sabiduría de la cruz; y te dice que ser signo de contradicción en medio del mundo no es tarea fácil, pero sí conveniente cuando se trata de confesar a Dios y resituarlo en la historia.
El mismo Jesús experimentó esta cruz, él mismo dejó a un lado todos los bienes y puso al Padre Dios por encima de su madre y sus parientes, lo cual no le libró de conflictos con ellos, hasta el punto de que cierto día “sus parientes fueron a hacerse cargo de él, pues decían que estaba loco" (Mc 3,21).

Calcular las propias fuerzas
Una vez sabido hacia donde te quiere llevar Jesús, lo segundo es pararte a pensar si con los “materiales” que tienes puedes alcanzar la meta que te propone. ¿Hasta qué punto estoy dispuesto a abandonarme a Dios? (fe) ¿Qué espero de él? (esperanza) ¿Cuánto estoy dispuesto a dar? (amor).
Se trata de calcular tu patrimonio espiritual. Para prevenirte del ridículo de querer y no poder, para evitar que hagas el ridículo, Jesús te advierte: ser discípulo compromete seriamente. No basta dedicarle un tiempo o unos recursos determinados, hay que invertir todo lo que se tiene. Jesús reclama una donación total, un corazón indiviso a su servicio. Para ello hay que pensar y calcular bien; como el que construye una torre o se prepara para la guerra: ¿tendré el dinero suficiente para construir mi obra? ¿Podré vencer al enemigo con el armamento y la tropa que tengo? Ser discípulo te pide un discernimiento personal de las propias virtudes, no sea que, al final, tus buenas intenciones fracasen y seas la burla de tus vecinos.
Llega el momento en que debes preguntarte: ¿Estoy dispuesto a llegar hasta el final? ¿Qué tendré que dar -a qué tendré que renunciar- para ser discípulo de Cristo? ¿Qué está ocupando mi corazón, mis pensamientos, mi tiempo, etc., que me impide corresponder a Cristo? (Puedes hacer una lista de cosas que te sobran). Sabes que renunciar a todo por Jesús es una cruz; pero también sabes que el Señor te dice: “mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (cf Mat 11,28-30).
Invertir en el proyecto del Reino es vaciarme para que el Padre Dios y su Reino ocupen todo mi espacio vital, desapegarme de toda rémora, renunciar a todo, colocar en un segundo nivel de atención todas las cosas e incluso a todas las personas que puedan obstaculizar mi voluntad de seguir a Jesús. En un corazón vacío de cosas y lleno de Dios habitará el Espíritu Santo, que alimenta la fe, la esperanza y la caridad necesarias para construir la casa y vencer en la batalla.
* * *
No es extraño que los ateos y los no-cristianos se burlen de los que se dicen seguidores de Jesús pero no viven como Él vivió. Se burlan de quienes se las dan de constructores de torres y presumen de ser reyes victoriosos; pero en realidad la torre da pena verla, y en el parte de guerra constan más derrotas que victorias.
Es hora, pues, de hacer balance. Hora también de dar el paso hacia Jesús. La empresa merece la pena, pero si no dispongo de las capacidades requeridas y de la disposición necesaria para llevarla adelante, mejor es dejarlo. Cristo no quiere seguidores tibios; un cristiano mediocre es más una rémora que una ayuda. “Deja todo –te dice Jesús-, carga con la cruz y ven detrás de mí” (cf Lc 14 26-27).
Feliz Domingo
Septiembre 2022
Casto Acedo
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