Dios es amigo de la vida
El texto de la Sabiduría que pregona la liturgia de este domingo es sorprendente por la sencillez y hermosura de su mensaje. Toda una invitación a la contemplación de Dios en su misericordia, en su amor. "Eres indulgente con todas las cosas, -dice- porque son tuyas, Señor, amigo de la vida".
La Palabra nos pone hoy en situación recordándonos la pequeñez de las creaturas ante la grandeza del Creador: “Señor, el mundo es ante ti como un grano de arena en la balanza” , que ni siquiera mueve el fiel, porque su peso es insignificante. El mundo es minúsculo, y el hombre, que habita el mundo es pequeño como él, diminuto, intrascendente, por más que se empeñe en hacer valer sus méritos.
Luego, en contraste, la Sabiduría nos muestra la grandeza de Dios, que no está en la fuerza y el poder con que pudiera impresionar a las criaturas; la fuerza de Dios no se afirma en su soberbia y capacidad de venganza, no busca la humillación de sus enemigos... El Señor “muestra su poder con el amor y la misericordia” (Oración colecta de este domingo): Cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan... Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa no la habrías creado” (Sb 11,23-24).
"Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías creado". Preciso y digno de ser repetido: "si odiaras algo no lo habrías creado". El amor es creador, el odio no tiene el poder de crear sino de destruir, por eso todo lo creado es necesariente reflejo del amor de Dios. Dios no odia nada de lo que ha creado, cuando te llamó a la existencia te amaba, y te sigue amando, porque su amor es un amor auténtico, eterno, un amor que es fiel, que permanece a pesar de tus infidelidades. “A todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida” (Sb 11,26).
Como amor creador que es, Dios quiere la vida del hombre. En una cultura de guerra local en Ucrania y que amenaza ser global, un mundo que experimenta la amenaza y la muerte en la violencia, la indiferencia hacia el pobre, la globalización económica, los lujos deslumbrantes, las ambiciones de poder, las mentiras, el vacío espiritual, ... Dios no cesa de llamar a la vida: “En todas las cosas está tu soplo incorruptible” (Sb 12,1). Y porque el Señor quiere a sus hijos, el autor del libro de
* * *
Zaqueo
Dice el evangelio de san Juan que "Dios es amor" (cf 1 Jn 4,8). Y si es amor, es perdón. Porque la bondad, la misericordia y el perdón son cualidades inseparables del amor. ¿Acaso hay mayor muestra de amor que el ejercicio del perdón? ¿Acaso hay otro camino para el amor que no sea el de la reconciliación? Dios es agente de amor, de perdón, de reconciliación. Y el amor de Dios se ha manifestado en Jesucristo.
“Dios Padre estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo”, dice San Pablo, (2 Cor 5,19). Mirémosle en la cruz. Y no solo ahí; repasando todo su ministerio público podemos ver que en todo fue reflejo del amor del Padre. Así se nos revela en el evangelio de san Lucas, y especialmente hoy en el pasaje de Zaqueo (Lc 19,1-10).
“Dios Padre estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo”, dice San Pablo, (2 Cor 5,19). Mirémosle en la cruz. Y no solo ahí; repasando todo su ministerio público podemos ver que en todo fue reflejo del amor del Padre. Así se nos revela en el evangelio de san Lucas, y especialmente hoy en el pasaje de Zaqueo (Lc 19,1-10).
Zaqueo, “bajo de estatura”, pequeño. Uno entre muchos, como tu y como yo, perdido entre la multitud, “insignificante como un grano de arena en la balanza” (Sb 11,22), por más que creyera y creamos que somos algo importante.
Zaqueo era un hombre insatisfecho; tenía buena posición social: funcionario bien situado, “jefe de publicanos y rico” (Lc 19,2). Pero no era feliz. Los engranajes chirriaban en la intimidad de su ser, allí donde cada uno experimenta dolorosamente que no es tan importante como su cargo, ni tan rico como su cuenta corriente, ni tan feliz como aparenta ser.
Zaqueo era un hombre insatisfecho; tenía buena posición social: funcionario bien situado, “jefe de publicanos y rico” (Lc 19,2). Pero no era feliz. Los engranajes chirriaban en la intimidad de su ser, allí donde cada uno experimenta dolorosamente que no es tan importante como su cargo, ni tan rico como su cuenta corriente, ni tan feliz como aparenta ser.
Zaqueo se sentía despreciado. Es más, no solo se sentía, sino que era despreciado por sus vecinos. Sus relaciones vecinales no eran buenas porque las movía el interés, no la gratuidad. Era despreciado por colaboracionista, porque recaudaba impuestos para el enemigo romano imperialista, y ¿no le despreciarían también sus vecinos por su situación privilegiada y su riqueza?
Sea como fuere, Zaqueo vivía marginado por sus vecinos, y no era feliz. Aunque no se sentía totalmente fracasado la vida que llevaba le inquietaba. Hundido hasta el cuello en la basura de la corrupción, moralmente degenerado e infeliz, no había claudicado en su búsqueda de la felicidad verdadera. Aún vive en la esperanza de reflotar su vida. Precisamente eso es lo que le lleva a ver al profeta de Nazaret del que había oído cosas admirables, y que pasaba por allí.
En su búsqueda Zaqueo se encuentra con Jesús. Aunque es más bien Jesús quien le sale al encuentro: “Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa” (Lc 19,5). Dios (Jesús) no odia a Zaqueo y “cierra los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan” (Sb 11,23). Dios en Jesús sale al encuentro de Zaqueo.
No es una novedad, Dios es el que siempre tiende la mano, el que tiene la iniciativa. Recordemos como sale al encuentro de Adán en el paraíso tras el pecado; y Adán se esconde, porque siente vergüenza de su culpa, pero Dios sigue insistiendo en el encuentro (Gn 3,8-11). Zaqueo, esta vez, no se esconde: “El bajó enseguida y lo recibió muy contento” (Lc 19,6a).
No es una novedad, Dios es el que siempre tiende la mano, el que tiene la iniciativa. Recordemos como sale al encuentro de Adán en el paraíso tras el pecado; y Adán se esconde, porque siente vergüenza de su culpa, pero Dios sigue insistiendo en el encuentro (Gn 3,8-11). Zaqueo, esta vez, no se esconde: “El bajó enseguida y lo recibió muy contento” (Lc 19,6a).

Zaqueo cambió su vida
Jesús fue a casa de Zaqueo. ¿Y qué pasó? Pasaron dos cosas; la primera fue algo deprimente: “Al ver esto, todos murmuraban: Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador” (Lc 19,6b). Los buenos, los puros, los fariseos, encuentran su oportunidad para sacar a la luz su odio; sus murmuraciones son el reflejo de su desconocimiento del amor de Dios; y reflejo también de sus propias insatisfacciones.
Lo otro que pasó fue que Zaqueo dio un giro a su vida. Cambió porque experimentó el amor de Dios. ¡Sólo el amor tiene fuerza para cambiar al hombre y al mundo! El amor fue capaz de derribar el muro del pecado de Zaqueo con mucha más facilidad que los insultos y desprecios de sus vecinos. ¡Qué gran enseñanza! Sólo desde el amor podemos colaborar a un mundo mejor; sólo desde el amor y respeto al prójimo -incluso cerrando los ojos a su pecado- podemos ayudarle a encontrarse consigo mismo y con Dios: “Zaqueo se puso en pie y dijo: Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más” (Lc 19,19,8).
Estamos ante una conversión del corazón, afectiva: Zaqueo experimenta, siente, el amor de Dios, ha encontrado para su vida una base mejor que el dinero. Pero su conversión no se queda ahí, en lo hondo de su ser, en el “sentir”, sino que la revolución interior se expande hacia fuera, se hace material y visible, efectiva: repara el daño hecho; muestra con sus obras la conversión genuina. Quizá muchos de sus paisanos no fueron capaces de percibir los cambios interiores de Zaqueo, pero su nuevo porte exterior, sus nuevas actitudes, seguro que no pasaron desapercibidas.
Estamos ante una conversión del corazón, afectiva: Zaqueo experimenta, siente, el amor de Dios, ha encontrado para su vida una base mejor que el dinero. Pero su conversión no se queda ahí, en lo hondo de su ser, en el “sentir”, sino que la revolución interior se expande hacia fuera, se hace material y visible, efectiva: repara el daño hecho; muestra con sus obras la conversión genuina. Quizá muchos de sus paisanos no fueron capaces de percibir los cambios interiores de Zaqueo, pero su nuevo porte exterior, sus nuevas actitudes, seguro que no pasaron desapercibidas.
* * *
Mira la grandeza de Dios, el poder de su misericordia. Contempla todo eso en Jesús: ¿no te emociona ver en la cruz al mismo Dios que muere de amor por ti?. Llénate de ese amor y hazlo tuyo, luego "anda, haz tu lo mismo" (Lc 10,37).
¡Que Dios te bendiga y te conceda una conversión tan dichosa como la de Zaqueo! ¡Que te haga misericordioso para poder así alcanzar la misericordia que por tus obras no mereces! ¡Y que te haga luz de su misericordia para quienes esperan tu perdón!
* * *
Otro comentario en:
Octubre 2022
Casto Acedo