lunes, 4 de agosto de 2025

Las tentaciones de Jesús (I Cuaresma, 13 de Marzo)

Cada año abrimos el ciclo de domingos de Cuaresma con el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 4,1-11). Este texto contiene un excelente resumen del enfrentamiento entre dos estilos de vida diferentes e incompatibles: el estilo del mundo, “mundanal” en el sentido peyorativo, y el estilo de Dios.

Siempre que escucho este pasaje evangélico me viene a la memoria el relato de El gran Inquisidor de F. Dostoievsky, libro 5º de Los hermanos Karamazov, sin duda el capítulo más conocido. Es impresionante el monólogo del Inquisidor General ante un Jesús que permanece en silencio. Este relato, escrito desde el lado de la Iglesia Ortodoxa rusa del siglo XIX, y que pretende ser una crítica al jesuitismo y a la Iglesia Católica de la época, me ha sido muy útil como reflexión sobre el tema de la verdadera libertad (libre albedrío) y las renuncias que exige. ¡Cuántas veces nos dejamos seducir por lo inconveniente! Ni yo, ni la Iglesia, ni la sociedad a la que pertenezco,  estamos exentos de la tentación de vender el alma (la vida) al diablo.

La siguiente reflexión, más extensas que las habituales en este blog, tiene como trasfondo el relato de F. Dostoievsky, y aunque se puede leer y entender sin la lectura previa del mismo, creo que la lectura de éste supera con creces a lo que intento decir como comentario al pasaje de las tentaciones de Jesús en el desierto. Por eso recomiendo su lectura. Lo tienes disponible en:

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Tras el bautismo, el Espíritu lleva a Jesús al desierto y lo somete a  la tentación. Ser bautizado es el comienzo de un camino. Se parte de un estado de gracia y hay que llegar a una meta manteniéndose firme en el propósito. Y en ese camino hacia el encuentro con Dios tienen lugar las tentaciones que ponen a prueba la auténtica libertad.

La tentacion del pan

Si nos dieran a escoger entre un Dios que nos facilite el pan, o un Dios que nos diese la libertad y la responsabilidad para adquirirlo trabajando, posiblemente escogeríamos el primero. “No solo de pan vive el hombre” (Mt 4,4), pero en tiempos tan pragmáticos como los presentes solemos considerar el pan como lo primero y lo más importante: “más vale pan sin honra, que honra sin pan”. También en el subconsciente colectivo de la Iglesia se deja ver el convencimiento de que desde la riqueza se predica mejor y con más efectividad que desde la pobreza. Por eso nos gusta una Iglesia rica y esplendorosa. Me dirás que no, porque tú no estás de acuerdo con los tesoros vaticanos, pero yendo más cerca: ¿porqué permitimos unos pasos e imágenes de Semana Santa lujosos y llamativos?, ¿no somos más proclives a adornar imágenes (de Dios) que a alimentar y  vestir a los hijos de Dios que son su imagen?  ¿No estamos orgullosos del poder económico de nuestra parroquia, de  nuestra cofradía o hermandad? ¿No mostramos complacientes el fastuoso centro de espiritualidad que ha construido nuestra orden religiosa o movimiento eclesial?  La riqueza nos da seguridad y aumenta nuestra vanidad colectiva. Por una parte criticamos las riquezas de la Iglesia, pero por otra nos empeñamos en seguir vistiendo de oro a nuestros santos; encendemos una vela a Dios y otra al diablo.

Jesús, sin embargo, escogió el camino utópico (?) de la pobreza (o mejor, de la justicia), de aceptar que lo importante en la vida no es acumular tesoros sino vivir la “sabiduría” de la pobreza generosa. “Buscad ante todo el Reino de Dios y lo que es propio de él (su justicia), y Dios os dará lo demás” (Mt 6,33). La elección de Jesús fue una opción atípica entonces y ahora. Lo fácil, si se puede, es escoger el sendero corto del enriquecimiento rápido; muchos  estarían agradecidos a Jesús si hubiera escogido esa senda. Sin embargo Jesús elige el camino largo: la solución no está en abarrotar de riquezas al hombre, sino en crear un sistema justo (Reino) que haga posible una riqueza para todos. Si no hay justicia es porque no escucháis a Dios, que no está contra la riqueza sino contra la injusticia (el pecado) que pone la riqueza en manos de unos pocos.

La Cuaresma llama al seguimiento de Jesús, y su victoria en esta tentación me invita:

*Personalmente a buscar la justicia de Dios antes que la riqueza.

*Eclesialmente a vivir una Iglesia pobre, que se cimente en la Palabra de Dios como su gran riqueza y que confíe en Dios antes que en sus bienes.

*Socialmente me pone ante el dilema de escoger entre una sociedad clasista opulenta o una sociedad solidaria y pobre cuyo valor supremo sea la persona.

La tentanción del milagro-espectáculo.
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 Si nuevamente nos dieran a escoger entre una celebración litúrgica con mucha pompa (decoración llamativa del templo, música coral, orquesta, solemnidad...) o una Eucaristía sencilla, posiblemente también escogeríamos la primera. “Jesús ¿No te seguirían si hicieras un milagro, si te tiraras desde arriba y tu pie no tropezara?" (cf Mt 4,5-6)- le propone el diablo-. Nosotros creeríamos mejor en un Jesús que nos ofreciera algún milagro, un Jesús espectacular. Entonces le seguiríamos y obedeceríamos ciegamente sus requerimientos. Abandonaríamos los dilemas de nuestra conciencia y nos pondríamos sin dudas en manos de sus representantes en la tierra sin tener que preocuparnos de más. ¿Por qué no escogería Jesús ese camino: ser famoso para ser escuchado y seguido? Al contrario, escogió el camino de la humillación, el olvido y el desprecio. Pudo haber reaccionado deslumbrando a sus enemigos con grandes prodigios, y el temor  de Dios (miedo a Dios) haría que todos se le sometieran. Pero no, él se empeña en pasar desapercibido y solicitar una fe pura, sin evidencias. “No me ha enviado el Padre para violar las leyes de la naturaleza, sino para enseñaros a vivir con ellas”- parece decir.

No obstante, nosotros seguimos queriendo ver el milagro. Blasfemamos de un Dios que no actúa como a nosotros nos gustaría, desesperamos de un Dios que no responde con generosidad a nuestros merecimientos. Y acudimos en masa a Lourdes, a Fátima, a todos esos lugares que nos hablan de hechos maravillosos, de milagros. Buscamos incansablemente y con ansiedad un Dios milagrero que se ponga a nuestro servicio, que se postre a nuestros pies; y rehuimos el camino de Jesucristo que, "lejos de tentar al Padre (Dios)" (Mt 4,7), lejos de exigirle, acepta vivir en continua obediencia. "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado"(Jn 4,34).

Volverse a Dios en el camino  de la vida (Cuaresma) supone:

*Personalmente: depurar mi fe de cualquier deseo de dominio sobre Dios, renunciar a todo derecho ante él; soy pecador y ante Él no tengo derecho a nada, todo lo bueno que recibo es pura gracia. La Cuaresma es un tiempo privilegiado para limpiar mi fe de adherencias bastardas, para que sea fe pura, de confianza en la palabra y en la voluntad de Dios pore encima de mi deseo personal.

*Eclesialmente la “tentación del milagro” me pide trabajar por una Iglesia que hace penitencia (pena, se esfuerza) no para que un Dios encolerizado cambie su mirada sobre los hombres, sino para que sean los hombres (yo) los que cambien (conviertan) su mirada hacia y sobre Dios. El milagro no está en un cambio del curso de la naturaleza, sino en un cambio de los corazones. El milagro no está en que los panes y los peces se multipliquen, sino en el hecho de que los hombres se sienten en la misma mesa y compartan lo mucho o poco que tienen; entonces, después de comer todos hasta saciarse, sobrarán panes y peces, porque en el amor crece la abundancia de bienes. No hay que pedir milagros, sólo hay que dejar que Dios los haga en nuestro corazón. ¡Conviértenos a Ti, Señor!

*Y socialmente esta prueba del espectáculo-milagro me está indicando que el camino por el que los cristianos hemos de conducirnos no debe ser el de la propaganda puntual, sino el  trabajo del día a día "sin que sepa tu mano derecha lo que hace tu izquierda" (Mt 6,3). Hemos de destapar y denunciar el protagonismo egolátrico de los discursos-espectáculo, de la solidaridad-espectáculo, de la información-espectáculo: "No hagáis el bien para que os vean los hombres", los que lo hacen así "os aseguro que ya han recibido su paga" (Mt 6,1-2). No nos dejemos seducir por los índices de audiencia, ni elevemos las verdades estadísticas al grado de dogmas de fe. Sólo Dios tiene la verdad, y se manifiesta en Jesucristo de forma clara, realista, y escondida en la cruz, símbolo del antimilagro: “¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!” (Mt 27,40), y Jesús no bajó. Es la acción (penitencia) de Dios en la inacción, en el silencio; es la pasividad activa, sin espectáculo. Desde la cruz Jesús, el justo injustamente condenado, denuncia sin palabras la hipocresía de una sociedad que hace de la Declaración Universal de los Derechos Humanos una hermosa catequesis para los beatos del cristianismo, del laicismo y del cientifismo.

La tentación del poder.

Si Jesús hubiera aceptado el ofrecimiento del diablo, hubiese podido realizar una de las más viejas aspiraciones del hombre con respecto a Dios: ponerse en sus manos todopoderosas con la seguridad de que hubiera vengado las injusticias (¡las ajenas, con las propias sería misericordioso!) y reorganizado todo conforme a su señorío. Porque al mundo le gusta tener un dueño ante quien inclinarse, un dueño que oriente su conciencia: Hitler, Franco, Stalin, Ben Laden, ¡el que sea, con tal exima del deber de decidir por uno mismo! Los grandes dictadores no son fruto de la casualidad, son fruto de un oculto deseo del hombre, que tiene miedo a la libertad y prefiere que le digan por donde tiene que ir, porque le resulta más cómodo que elegir responsablemente. Los hombres quieren un mesías, un salvador, alguien que les haga sentirse miembros de una nación, de una raza, de un pueblo escogido y que les dirija hacia el anhelo y el tormento mayor de  la humanidad: la unidad y plenitud universal de todos los hombres. El pueblo quiere y espera un mesías.

Cediendo a la tentación del poder, Jesús hubiera podido imponer a todos los hombres la verdad y la bondad del Evangelio. Podría haber hecho del Evangelio una ideología (otros lo han hecho posteriormente). Sin embargo, ese no fue su camino. De haberlo hecho, Jesús hubiera dicho no al hombre, porque el poder y la fuerza sólo pueden conducir a la eliminación física o moral (metafísica) del hombre. Sin libertad, y la más mínima violencia física, afectiva o estructural atenta contra ella, el hombre no es hombre. Y un Jesús poderoso sólo hubiera sido un mesías de fantasmas, de infrahombres, de seres atemorizados. “Un mundo feliz”, un mundo infelizmente feliz, porque sería inhumano.

Por eso la respuesta de Jesús a los requerimientos del poder fue la adecuada: “Adorarás al señor tu Dios y sólo a él le darás culto” (Mt 4,10), es decir, sólo servirás a Dios. En él está el único poder que no anula al hombre, porque "la gloria de Dios es que el hombre viva" (san Ireneo), porque “Dios es Amor” (1 Jn 4,8), y el amor, es lo único que garantiza la libertad y los derechos del hombre por encima de las leyes y las instituciones. Frente a la tentación del poder, la entrega a la voluntad de Dios; o lo que es lo mismo: servicio a Dios sirviendo al hombre, porque el amor a Dios pasa necesariamente por el amor al hombre; así lo enseñó Jesús y así lo vivió.

¿Qué interpelaciones recibo desde aquí?

*Mi respuesta cristiana personal ante los reclamos del poder no puede ser otra que la del servicio. Mi poder y autoridad sobre mis hijos, sobre mis alumnos, sobre mis inferiores en el cargo, ... sólo tiene justificación si se ejerce como una forma de amar; sólo el amor justifica la autoridad que Dios me da sobre mis hermanos. La virtud de la humildad, hermana mayor de la caridad, me salvará del peligro de autoritarismo. Por ello necesito vivir en la verdadera humildad, en la conciencia de que si puedo mandar es sólo porque sé obedecer (ejercer la autoridad buscando la voluntad de Dios). Cuidado con el poder porque, como el dinero, corrompe todo lo que toca y si me apego (afectivamente) a él seré capaz de cualquier cosa con tal de no perderlo.

*Como Iglesia no estamos exentos del apego al poder. Durante muchos siglos la Iglesia en Occidente ha estado ligada al poder. Aún hoy le quedan retazos de entonces, y la pérdida de poder e influencia políticas es sentida por muchos como una desgracia. Hemos de tener mucho cuidado cuando afirmamos que “hay crisis de fe”; a veces confundimos la pérdida de la fe con una pérdida de poder por parte de la Iglesia. Cuando la Iglesia tuvo el poder las masas estuvieron unidas a la Iglesia, lo que hace sospechar que no les atraía tanto Cristo como el poder que irradiaba la Institución. Y ello nos engañó, haciéndonos creer que el mundo occidental era cristiano. ¿Merece la pena tener nostalgia de aquellos tiempos? La nueva Iglesia del siglo XXI no se puede levantar desde la creencia de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Se impone mirar al futuro, caminar con la mirada hacia adelante, donde está Cristo nuestra esperanza. ¿Cómo ha de ser la Iglesia del futuro? No lo sabemos. Pero la fe nos dice que no puede ser una Iglesia asida al poder, sino una iglesia desarmada, pertrechada con la debilidad de la cruz para confundir a los fuertes (cf 1 Cor 1,25). Una Iglesia que vive de la experiencia (mística) de Dios; Iglesia diaconisa, que imita a Cristo-servidor; ¿acaso no es el testimonio de servicio-amor al mundo la mejor arma para la “nueva evangelización”?

*Y socialmente la tentación del poder nos obliga a desenmascarar a todos aquellos, o todo aquello, que basa su existencia en la imposición. Se trata de crear la cultura de la igualdad, del diálogo, de la corresponsabilidad. Todos hemos de sentirnos responsables de los aciertos y errores sociales. Todos hemos de participar en la construcción de una sociedad nueva. Rehuir la participación dejando la tarea en manos de unos pocos privilegiados (aunque estos hayan surgido de unas elecciones democráticas más o menos limpias) es dejar que el poder se acumule en un punto y enferme de soberbia corrompiéndolo todo. Es cómodo dejar que te manden. ¡Pero no es bueno! Ser críticos es una obligación cristiana; aunque la crítica no guste a los criticados; la de Jesús no gustó, y por eso lo mataron. ¿Va a ser menos el discípulo?
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La respuesta de Jesús a las llamadas del mal, su enfrentamiento con los “demonios”, no fue puntual; no se redujo a 40 días con sus noches, sino que lo fue durante toda su vida. “Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (Hch 10,38).

La última tentación la vivió en Getesemaní. Allí advertía a sus discípulos: “velad y orad para que podáis hacer frente a la prueba” (Mt 26,41), allí pidió que “si es posible que pase de mí esta copa de amargura” (Mt 26,39a). ¿Tiene sentido morir por unos hombres que te han abandonado y que han respondido con odio a todo el bien que les has hecho? Jesús se mantuvo firme en la fe que había puesto en su Padre Dios. “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26,39b). ¿Quedó por ello hipotecada su libertad? De ninguna manera; en la cruz mostró no sólo su fidelidad al Padre sino también su libertad de elección superando los atractivos del mal. Por eso la cruz es salvadora, porque muestra el amor sin límites, el amor puro, que no fue esclavo ni del dinero, ni de la “buena fama”, ni del poder.

Jesús, hombre libre, es el camino de la libertad (de la cuaresma). Su respuesta debería ser la nuestra, sus pasos nuestros pasos.

Casto Acedo. Marzo 2011. paduamerida@gmail.com

miércoles, 12 de abril de 2023

Buda en Cáceres


No deja de sorprender que siga adelante el proyecto de construcción de la macroestatua de Buda y el centro Budista en la ciudad de Cáceres, un proyecto ya rechazado por otras ciudades, como Madrid. [1] Y conste que sorprende no tanto por el hecho en sí -toda religión tiene derecho a circular libremente por el mundo- sino por el interés mostrado por el ayuntamiento de la ciudad y las autoridades regionales. 

¿Y el interés del pueblo? Basta ver la asistencia tan reducida que tuvo el Ciclo de Conferencias por la Paz en Cáceres de la Fundación Lumbini Garden [2], y el bajo seguimiento de las ponencias tanto en directo como por internet como para poner en duda el interés popular sobre el tema. 

También me sorprende todo lo que se propone hacer porque me cuesta entender que una espiritualidad de renuncia y desprendimiento se plantee como objetivo la construcción de un centro y una gran estatua de Buda llamativa por su ostentación material. 


El argumento al que se acogen los políticos extremeños para apoyar el proyecto es doble: la promoción de la paz (bien espiritual) y la explotación turística (bien material) [3]; pero me da que se valora sobre todo el segundo motivo: los beneficios que supuestamente traerá a la ciudad de Cáceres el hecho de ser “tierra santa budista”, ya consagrada [4]; y lugar de peregrinación de devotos budistas, religión o filosofía, a la que se suelen acercar en occidente sobre todo personas con un determinado  nivel económico.  

Usar la espiritualidad budista como cebo para atraer dinero me parece tan indecente como recurrir a la espiritualidad cristiana para justificar el turismo religioso de la Semana Santa. ¿Qué pensaría Cristo si le dijeran que sus seguidores harían de su pasión una buena ocasión para hacer caja? ¿Y qué pensaría el Buda si viera que su dharma (enseñanza)  está siendo utilizada para atarse más a la dinámica del samsara (mundo)?

Otro argumento para el proyecto es la extensión del mensaje de paz universal que predica el Buda.[5] Supongo que éste mensaje es considerado por quienes lo adoptan para el proyecto sólo como filosofía extraída del budismo, amparándose en el hecho de que este no es una religión porque en él no hay dioses a los que obedecer y dar culto. 

El budismo (aunque no todos) puede no tener dioses, pero ¿deja por ello de ser una religión? La religión no la define la creencia en un dios o en una corte celestial, sino una espiritualidad que se despliega en unas enseñanzas, una comunidad, unos ritos de iniciación y mantenimiento, además de un maestro o maestros fundadores referentes. Si el budismo no es religión porque no tiene un dios  o unos dioses al que referir todo, no por eso podemos sustraerle el calificativo de religión. 

Donde hay maestros, sacerdotes, jerarquía, ritos, enseñanzas, etc. hay religión. Si no fuera así ¿para qué recurrir a monjes budistas que bendigan la tierra de Cáceres o se anuncia la venida de monjes y monjas que residirán en las instalaciones monacales que se tienen previstas a los pies del monte Arropé? Una filosofía laica de la paz no necesita monasterios cerrados para unos pocos sino universidades abiertas a todos, creyentes y no creyentes. ¿Estamos perdiendo la fe en nuestras universidades? 

Pregunto a los responsables de la política: ¿No correspondería a la universidad la tarea de promover el diálogo necesario para lograr la paz? ¿No resulta extraño que en unos tiempos en que las humanidades -incluyo en ella las religiones- encuentran poco entusiasmo en el ámbito universitario se busquen caminos particularistas de tinte religioso para promover el humanismo de la paz?


Otras preguntas que me vienen a la mente: ¿Cómo se concibe el budismo en los países que apoyarán el proyecto? [6] ¿Cómo religión? ¿Cómo filosofía? ¿Cómo religión y filosofía oficial? Ya han surgido problemas por esta diversidad de budismos en según qué países de confesionalidad institucional budista o de mayoría practicante. [7] 

No podemos eludir estas cuestiones; porque hay muchos budismos como hay muchos cristianismos. Y está claro que no es lo mismo recibir el apoyo de unas instituciones que promueven en su lugar de origen la paz, que de otras que reprimen o ignoran esa aspiración universal.[8] 

Y también es importante preguntarnos: ¿Cómo concebimos nosotros el budismo? La idea romántica del cristianismo la hemos desterrado en occidente, pero ¿no vivimos tiempos en los que está de moda el romanticismo y exotismo oriental? Olvidamos que la realidad budista institucional en países donde es religión mayoritaria  es muy distinta a la que elabora el imaginario occidental.[9] 

Es importante que quienes promueven el proyecto aclaren si lo hacen en nombre de una filosofía laica o desde unas creencias espirituales, desde poderes civiles o desde instituciones religiosas. Y a este respecto resulta sorprendente que la Federación de entidades budistas de España se desmarque de todo lo que se va a hacer en Cáceres [10]

De todo ello deduzco que no es la sensibilidad mayoritaria de los budistas de España la que está demandando esto; sospecho que es más bien el capricho de unos pocos. Con qué interés, no lo sé; pero dudo que sea por puro altruismo, que es el ideal budista. Permítaseme el derecho de dudar. Estoy aprendiendo mucho de la filosofía budista, y me parece un camino de sabiduría, pero esto no lo acabo de encajar con el apellido "budista". Y conste que también como cristiano me fascina Jesucristo y su evangelio, lo cual no significa que encaje todos los proyectos en que se embarcan las instituciones cristianas, sean de la confesión que sean.

Un amigo me comentaba no hace mucho que estaba pensando escribir un diálogo imaginado entre Jesús y Buda sobre lo que él llama el montaje político-religioso-consumista que se proyecta en Cáceres. ¿Por qué nadie dice nada?, se pregunta. ¿Por temor a ser rechazado por quienes siente simpatía por la espiritualidad budista? ¿Por temor a dar la imagen de cristiano integrista si se muestra crítico?  ¿Por lo que hoy tiene de posición política declarar la propia opinión sobre el tema?


Si vamos al fondo espiritual del tema, que no debemos confundir con el fondo religioso, y teniendo de trasfondo polémicas cacereñas paralelas nos preguntamos: ¿Qué pensará Jesús sobre las discusiones acerca de la gran Cruz que existe en la ciudad y que muchos quieren suprimir, o acerca de la "Semana Santa turística”?  Y con el mismo espíritu nos podemos preguntar: ¿Qué pensará el Buda del proyecto de una imagen suya gigantesca sobre el monte Arropé? 

Me parece que Jesús y Buda estarían de acuerdo en que tanto la polémica sobre la Cruz y la Semana Santa turística como el monasterio Budista o la escandalosa estatua sedente del Buda,[11] no tienen mucho que ver con lo que vivieron y predicaron. Ni el Sermón de Benarés[12] ni el Sermón del monte[13] son compatibles con unos símbolos e intereses que en la práctica niegan lo simbolizado. No veo en el proyecto una llamada a la “pobreza evangélica” ni al “desapego budista del mundo.” Y sobre la paz, decir que la pretensión de predicarla amparada en intereses capitalistas es una falacia, un autoengaño muy de nuestra cultura. El culto al dinero genera desigualdades, y de estás nacen la injusticia y las guerras.

Que el proyecto budista en el monte Arropé suena a economía neoliberal e idolatría del dinero salta a la vista. Al menos en lo que se refiere a la justificación que las autoridades predican de cara al electorado. 

No dudo que también haya implicadas en todo esto personas movidas por una encomiable buena voluntad. Abrir un centro budista, como abrir una mezquita musulmana, o un centro de meditación carmelitano o benedictino, o una fundación laica para la paz en el mundo, pueden servir de plataforma para el diálogo y la paz,  pero, al menos en el caso de las religiones (y entre ellas incluyo el budismo) se debería comenzar por un cuidado y serio diálogo interreligioso. 

No obstante, reitero que el lugar para la promoción del humanismo y la formación para la paz está en la Universidad, donde la globalidad de creencias y pensamientos tienen un foro de diálogo milenario en nuestra sociedad occidental. ¿Un Centro Budista? ¿Por qué no un Centro por la Paz, sin apellidos? Aconfesional y apolítico; simplemente humano; canalizado por las instituciones universitarias. Sería más creíble y más efectivo. Y justificaría más coherentemente la inversión pública. Porque la paz exige algo más que ritos religiosos y monumentos simbólicos; es más bien cosa de profetas que como Gandhi, Luther King y Oscar Romero, que con sus palabras y testimonio de vida ponen en evidencia las violencias sutiles y groseras de nuestra cultura. Pero los profetas nunca han sido del agrado de los capitalistas.


En fin, si es cierto que la financiación viene de fuera, y no supondrá un gasto para el erario publico extremeño, argumento simplistas con el que parecen cerrarse las discusiones públicas sobre el tema, creo que al menos deberíamos preguntarnos por el interés, si no económico tal vez ideológico o incluso religioso, que pudieran tener los promotores foráneos del proyecto del Gran Buda de Cáceres. Porque en los planteamientos parecen detectarse dos líneas: una es la de la rentabilidad económica, que venden las autoridades municipales y regionales al sostener que debido a su supuesto bajo coste se ha de estar necesariamente por la labor, y otra línea menos nítida y menos publicitada es la de la Fundación Lumbini Garden y de los países o personas acaudaladas que dicen colaborarán desinteresadamente con su aportaciones económicas. Las dos creo que confluyen en lo mismo: dinero. ¿O hay algo más? En medio, como siempre, las personas de buena voluntad sinceramente espirituales. Pero éstas son sólo la excusa que justifica todo lo demás.

De momento los óbices al proyecto  parecen ser sólo de índole ecológico y urbanístico:  http://arquitecturavitruvio.blogspot.com/2021/01/sobre-la-construccion-de-un-buda.html

 [1] https://www.elconfidencial.com/espana/2020-01-22/buda-estatua-alcalde-construir-caceres-templo-estatua-budismo-grande-mundo-962_2418540/

https://www.youtube.com/watch?v=CyfBIfhee3I


lunes, 29 de agosto de 2022

Discernir el seguimiento de Jesús (4 de Septiembre)


Clickar sobre las citas para leer las lecturas del día:

"Mucha gente acompañaba a Jesús" (Lc 154,25). A su paso por los pueblos de Palestina solía formarse un procesión numerosa. Entre los que se acercaban había personas muy seguras de sí, pero también indecisos, tibios, seguidores de medias tintas. Jesús, sorprendido por su éxito con todo tipo de público debió preguntarse qué esperaban realmente de él. Tal vez por ello consideró oportuno pararse a discernir y hacer una selección.
 
Cuando se da un crecimiento tan cuantioso de discípulos no se puede evitar la sospecha de que no todos sigan al maestro con intención desinteresada. ¿Han captado bien su proyecto de Reino? ¿Conocen de verdad las duras implicaciones que lleva consigo vivir a fondo el Evangelio? La mayoría, tal vez todos, no debían tener muy claro lo que implicaba el seguimiento de este nuevo profeta. ¿No se habrían precipitado al tomar la decisión de ir tras él? 

Temiendo que sus seguidores no fueran conscientes de las exigencias que implicaba ser discípulo, Jesús se vuelve y les plantea la seriedad de  su propuesta,  marcada por unas renuncias que no todos estarán dispuestos a aceptar. 

Saber a dónde te quiere llevar Jesús

Pues bien, también tú sigues hoy a Jesús. Te ha seducido su palabra y su modo de vida y estás en camino con Él. Pero antes de seguir adelante has de aplicar el corazón y la mente para calcular debidamente aquello a lo que te comprometes si quieres ser de veras un auténtico cristiano. 

¡Párate un momento!, parece decirte hoy Jesús, ¡reflexiona un poco, porque la vida a la que llamo no te la puedes tomar a la ligera, sin una evaluación detenida y en profundidad! Si tu seguimiento es superficial puedes terminar siendo el hazmerreir de los que te observan, que “se burlarán diciendo: ´este comenzó a edificar y no pudo terminar´” (Lc 14,29-30). 

Lo primero es saber hacia dónde te quiere llevar Jesús. La meta es Jerusalén, lugar de la resurrección, pero también lugar de la pasión y de la cruz. Jerusalén es el momento y el lugar en que la renuncia se hace total; ahí Jesús lo deja todo para ir al Padre.
 
Has de saber que ser discípulo lleva aparejada la cruz. “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, ... no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26); muchas veces serán tus padres y hermanos, o tu esposo o  esposa, o tus compañeros de trabajo, los que no comprenderán tu fe y serán cruz para ti (cf Lc 12,51-53). La incomprensión de los tuyos acarrea conflictos y sufrimientos especiales que has de asumir. “El que no carga con su cruz y viene detrás de mí no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26-27): con estas palabras Jesús anuncia la sabiduría de la cruz; y te dice que ser signo de contradicción en medio del mundo no es tarea fácil, pero sí conveniente cuando se trata de confesar a Dios y resituarlo en la historia.
 
El mismo Jesús experimentó esta cruz, él mismo dejó a un lado todos los bienes y puso al Padre Dios por encima de su madre y sus parientes, lo cual no le libró de conflictos con ellos, hasta el punto de que cierto día “sus parientes fueron a hacerse cargo de él, pues decían que estaba loco" (Mc 3,21).



Calcular las propias fuerzas
 
Una vez sabido hacia donde te quiere llevar Jesús, lo segundo es pararte a pensar si con los “materiales” que tienes puedes alcanzar la meta que te propone. ¿Hasta qué punto estoy dispuesto a abandonarme a Dios? (fe) ¿Qué espero de él? (esperanza) ¿Cuánto estoy dispuesto a dar? (amor).
 
Se trata de calcular tu patrimonio espiritual. Para prevenirte del ridículo de querer y no poder, para evitar que hagas el ridículo, Jesús te advierte: ser discípulo compromete seriamente. No basta dedicarle un tiempo o unos recursos determinados, hay que invertir todo lo que se tiene. Jesús reclama una donación total, un corazón indiviso a su servicio.  Para ello hay que pensar y calcular bien; como el que construye una torre o se prepara para la guerra: ¿tendré el dinero suficiente para construir mi obra? ¿Podré vencer al enemigo con el armamento y la tropa que tengo? Ser discípulo te pide un discernimiento personal de las propias virtudes, no sea que, al final, tus buenas intenciones fracasen y seas la burla de tus vecinos.
 
Llega el momento en que debes preguntarte: ¿Estoy dispuesto a llegar hasta el final? ¿Qué tendré que dar -a qué tendré que renunciar- para ser discípulo de Cristo? ¿Qué está ocupando mi corazón, mis pensamientos, mi tiempo, etc., que me impide corresponder a Cristo? (Puedes hacer una lista de cosas que te sobran). Sabes que renunciar a todo por Jesús es una cruz; pero también sabes que el Señor te dice: “mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (cf Mat 11,28-30).

Invertir en el proyecto del Reino es vaciarme para que el Padre Dios y su Reino ocupen todo mi espacio vital, desapegarme de toda rémora, renunciar a todo, colocar en un segundo nivel de atención todas las cosas e incluso a todas las personas que puedan obstaculizar mi voluntad de seguir a Jesús. En un corazón vacío de cosas y lleno de Dios habitará el Espíritu Santo, que alimenta la fe, la esperanza y la caridad necesarias para construir la casa y vencer en la batalla.

* * *

Mucha gente sigue "los pasos" de Jesús en las procesiones de semana santa, fiestas patronales, etc. ¿Qué pasos? La palabra "paso" tiene 37 acepciones en el diccionario de la RAE. Uno de ellos es el de 
"lugar o sitio por donde se pasa de una parte a otra", otro habla de "efigie o grupo que representa un suceso de la Pasión de Cristo, y se saca en procesión por la Semana Santa". Tal vez tú estés entre los que ya has decidido  pasar tu vida a la parte de Jesús y has hecho de Él el paso, la puerta, de tu salvación (cf Jn 10,6-9);  o puede que estés entre la multitud que sigue las procesiones con devoción. Si eres de estos últimos, mira como Jesús  se vuelve a ti y te habla; escucha con atención las palabras del evangelio de hoy.  Va mucho de "seguir " a "seguir", de seguir unos ritos y tradiciones folklóricas, seguir unos pasos rituales y procesionales,  a seguir a una Persona. ¿Qué es para ti ser discípulo de Jesús? ¿Satisfacer tus necesidades religiosas con un conjunto de prácticas piadosas? ¿O "pasar" de todo aquello que mata tu libertad para estar con Jesús y hacer de tu vida una imitación de la suya?  

No es extraño que los ateos y los no-cristianos se burlen de los que se dicen seguidores de Jesús pero no viven como Él vivió. Se burlan de quienes se las dan de constructores de torres y presumen de ser reyes victoriosos; pero en realidad la torre da pena verla, y en el  parte de guerra constan más derrotas que victorias.

Es hora, pues, de hacer balance. Hora también de dar el paso hacia Jesús. La empresa merece la pena, pero si no dispongo de las capacidades requeridas y de la disposición necesaria para llevarla adelante, mejor es dejarlo. Cristo no quiere seguidores tibios; un cristiano mediocre es más una rémora que una ayuda. “Deja todo –te dice Jesús-, carga con la cruz y ven detrás de mí” (cf Lc 14 26-27).

Feliz Domingo
 
Septiembre 2022
Casto Acedo 

jueves, 7 de julio de 2022

El Samaritano Compasivo (10 de Juliuo).

 
Suelo acercarme a cualquier texto bíblico haciéndome tres preguntas básicas: ¿Qué me dice el texto sobre Dios? (Teología) ¿Qué aprendo sobre mí y mis hermanos? (Antropología) Y ¿qué me exige? (Moral). E indudablemente, la parábola de El samaritano conmpasivo (Lc 10,30-35), es muy rica no sólo porque nos enseña cómo hemos de actuar ante el prójimo necesitado, sino también por lo que nos enseña sobre el ser de Dios y el ser del hombre.
 
1. Dios
 
Lo más habitual es que tendamos a hacer una lectura moral de esta parábola. Y no cabe duda de que la enseñanza de Jesús va directamente a ello: "¿Quién es mi prójimo? ... El que practicó la misericordia ... ¡Anda y haz tú lo mismo!".   Pero la tradición de la Iglesia admite también otras lecturas, como la que hace Orígenes en su comentario al evangelio de san Lucas. 

Se trata de una lectura alegórica en la que el samaritano es identificado con Jesucristo, o sea, con el mismo Dios encarnado. Desde esta perspectiva  puedo sacar enseñanzas más teológicas que morales, y dichas enseñanzas me servirán para encontrar una causa, un por qué, un motivo y sentido para mi deseo de ser compasivo. Así dice Orígenes:
"El hombre que baja representa a Adán, Jerusalén el paraíso, Jericó el mundo, los salteadores las potencias enemigas, el sacerdote a la Ley, el levita a los profetas y el samaritano a Cristo. Las heridas son la desobediencia, la cabalgadura el cuerpo del Señor, la posada abierta a todo el que quiera entrar simboliza a la Iglesia. Además, los dos denarios representan al Padre y al Hijo; el posadero al jefe de la Iglesia encargado de su administración; en cuanto a la promesa hecha por el samaritano de regresar, figuraba la segunda llegada del Salvador" 

Orígenes comenta ampliamente este texto, subrayando el eje cristológico de la parábola. Recuerda que los judíos en el evangelio de Juan dijeron a Jesús: «Tú eres un samaritano y poseso del demonio». Ve también en la cabalgadura una alusión a la encarnación: la cabalgadura es el cuerpo del señor, que «se dignó asumir la humanidad, y llevar nuestros pecados»... «Este guardián de nuestras almas se mostró realmente más cercano a los hombres que la Ley y los profetas, teniendo misericordia del que había caído en manos de los salteadores y fue su prójimo no tanto en palabras como en actos». (cf ORIGENES, Hom. in Lucam: SC 89, Cerf, Paris 1962,403-409
)
 Siguiendo esta interpretación de Orígenes, aprendo  que Dios es y se revela encarnándose como buen samaritano que tiende la mano al hombre derrotado. Dios Padre, viendo como el pecado se había apoderado de la humanidad dejándola malherida, viendo mi pecado, se compadece de mí y envía a su Hijo Jesucristo (cf 1 Jn 4,7; Gal 4,4-7) que me ha curado con sus sacramentos (el vino y el aceite), carga conmigo y me ha traído a la posada de su Iglesia, donde sigo siendo atendido por los ministros y los demás hermanos mientras esperamos en comunidad  su vuelta.
 
 El samaritano compasivo, pues, es Jesús, Dios hecho hombre, que se detiene ante el pobre, cura al enfermo y sana las heridas del pecador. Dios se ha preocupado por mí,  ha lavado mi pecado en el Bautismo, me ha puesto en su Iglesia, donde me sigue cuidando con sus sacramentos, especialmente alimentándome con la Eucaristía. El Dios de Jesucristo, mi Dios, es compasivo.

 
2. Yo mismo

También la parábola del samaritano me enseña algo sobre el hombre, sobre mí mismo, porque desenmascara mi condición pecadora poniendo en evidencia mis argucias más o menos conscientes para dar la espalda a la realidad del sufrimiento ajeno.

Yo soy, como casi todos los hombres, un levita que ha hecho de su vida cristiana una cuestión de leyes y doctrinas (credo). Mientras discuto sobre las cualidades de Dios, sobre los términos más adecuados para referirse a la Trinidad, sobre las condiciones propicias para hacer una oración provechosa, sobre dónde están los límites o los matices morales de tal o cual situación, mi hermano se desangra a mi lado. Esto me hace ser parte de un mundo enfermo, mentiroso, que escenifica ceremonias y predica solidaridad mientras mira impasible el sufrimiento de millones de personas del tercer y cuarto mundo, soy parte activa de lo que el Papa Francisco llama "la globalización de la indiferencia"; amparado en la masa estoy más cerca de la indiferencia del escriba y el fariseo que de la solidaridad del samaritano de la parábola.  

Sentada en su cátedra, nuestra sociedad hace del racionalismo y de los análisis psicológicos, sociológicos y económicos la vaca sagrada que lo arregla todo sobre el papel y justifica la inacción esperando que comiencen a compartir los otros. Vivimos tiempos de voluntad débil. Dando un sutil rodeo retórico y logístico injustificable nos alejamos de los lugares donde se encarna el sufrimiento. Nuestra actitud de falsos sacerdotes (a Dios rogando y con el mazo dando) y orgullosos levitas (políticos de oficio)  queda al descubierto en la hipocresía de nuestra civilización.

Cuentan que algún intelectual de izquierdas acusó en su día a santa Teresa de Calcuta de dedicarse a poner parches a la herida de la pobreza pasando por alto el análisis detallado de sus causas y la consiguiente lucha contra ellas; y dicen que ella, con su habitual sabiduría respondió: «Mientras vosotros (los políticos, los hombres de letras) buscáis soluciones al problema -algo por su parte muy digno- yo me dedicaré a recoger moribundos y a salvar las vidas de los niños que son arrojados a la basura». Buena samaritana que comprendió que Dios se hace “prójimo” en los pobres; más técnicamente dicho: comprendió que el pobre es lugar teológico, sacramento de Dios, y que limitarse a hacer demagogia con su situación es una blasfemia.

La parábola del samaritano bueno no sólo pone en evidencia a la sociedad política también,  desenmascara al falso “hombre religioso”, el hombre sacerdotal (clerical, diría yo) que me puede poseer y convertir mi vida espiritual a dulce consumo de teologías morales, ritos y ceremonias.  Mientras presumo de dedicar tiempo a la oración, mientras me angustio por cumplir puntualmente con mis ayunos y abstinencias, y mientras hago de los pequeños detalles de la liturgia una cuestión de vida o muerte, me olvido de los problemas que oprimen a aquellos que están a  mi lado. Como el sacerdote de la parábola, con un rodeo litúrgico y una proclama de buenas intenciones justifico mi indiferencia ante el sufrimiento ajeno.

Es curioso que en las parroquias andemos más preocupados por horarios de misas, rúbricas, modos de celebración o devociones, que por el hecho de que no haya comunión entre los parroquianos. Es mal síntoma que encontremos fácilmente colaboradores para la liturgia y la catequesis –aunque para esto cada vez con más dificultad-, pero resulta más dificultoso encontrar colaboradores para una Caritas liberadora que se baje de la cabalgadura, se detenga ante el pobre, lo sane, cargue con él y le lleve a la posada para que tenga una vida digna. Dedicar tiempo al pobre no es humanamente tan gratificante como subir al presbiterio en una celebración solemne, o recibir parabienes al final de un proceso catequético bien llevado, pero "si no tengo amor no soy mas que un metal que resuena o un címbalo que aturde" (1 Cor 13,1), si olvido la caridad no habré entendido nada.


3. Mi Dios, mi prójimo
 
Nos falta mirar el evangelio de hoy desde la perspectiva moral: ¿Qué me exige la parábola del samaritano? Lo primero: un cambio de mentalidad en mi concepto de Dios. La conducta del ser humanos para con el prójimo depende mucho de su imagen de Dios. Solemos tener una imagen más o menos opresora de Él. Pero si el mandamiento principal de la ley de Dios es “amar a Dios” y “amar a tu prójimo”, la única imagen de Dios que puede armonizar ambos mandamientos es el amor y la bondad. Dios es “amor en acto”.

También debo matizar mi idea de prójimo, que es cualquiera que está cerca de mí y tiene una necesidad (cualquier necesidad); ahora bien, la proximidad no se mide por los metros sino por la capacidad de aproximación solidaria a las víctimas. “No se trata saber quién es mi prójimo sino de (saber) si yo soy capaz de mostrarme como prójimo” (Bernard Sesboüe). El prójimo es “el que practicó la misericordia con él”. Ponerme de parte de las víctimas me hace “prójimo”, me convierte en sujeto moral y responsable, me hace más humano. No hay más “humanidad” que la que se compadece del sufrimiento de todos.

El comportamiento del samaritano pone ante mis ojos el hacer de Dios, que es misericordia; "el mirar de Dios es amar", dice san Juan de la Cruz. Esta es la primera lección que me da el evangelio de este domingo: Dios es amor, y el que le conoce es porque lo ha sentido así; como un Dios buen samaritano que, compadecido de su desdicha se le ha acercado y le ha sanado. Un Dios “prójimo” que se revela en la acción: curando heridas.

Si esto es así, si Dios es amor; y si he sido creado "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,27), he de asumir que mi ser original -mi identidad antes de ser herido por el pecado- es también amor. Sólo amando puedo recuperar el paraíso perdido donde vivir en armonía con Dios y con el prójimo:

* viviendo en el amor  llegaré al conocimiento de Dios,  “quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4,9);

* al amar me conozco a mí mismo en mi ser más profundo, porque he sido creado para amar, y solo amando soy yo mismo, me encuentro conmigo, vivo centrado en mi ser; cuando no amo no sólo me alejo de Dios y del prójimo, también  estoy descentrándome, abandonándome, perdiéndome a mí mismo.

* y también amando conoceré a mi hermano, porque el amor me acerca al verdadero conocimiento del prójimo, al que veo y siento como hermano. 

 
* * *
Dios se ha cruzado en tu camino, Jesucristo es el buen samaritano en el que puedes ver a Dios y te puedes ver a ti mismo, síguele; no busques excusas ni en tus filosofías ni en tus rezos, Él “pasó haciendo el bien curando a todos los oprimidos por el diablo” (Hch 10,38). “Anda, ¡haz tú lo mismo!” (Lc 25,37).

 Julio 2022
Casto  Acedo  

miércoles, 8 de junio de 2022

Santísima Trinidad (12 de Junio)


Pasado el domingo de Pentecostés, que señala el fin de la Pascua, la liturgia de la Iglesia nos regala la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Se trata de la única fiesta de la Iglesia que no conmemora un hecho salvador concreto, sino un dogma de fe: la unidad de Dios en una trinidad de personas. 

La primera vez que encaré esta fiesta con seriedad fue al verme obligado a preparar la novena y la fiesta patronal de Trujillanos (Badajoz), de cuya parroquia, puesta bajo la advocación de la Santísima Trinidad, fui párroco durante siete años y de la que ahora vuelvo a serlo. No sabía entonces si hablar de la Trinidad como “patrón” o como “patrona”; además, ¿cómo decir algo de la Santísima Trinidad más allá del hecho de intentar aclarar la nomenclatura tan complicada que se mueve en torno a esta definición dogmática: unidad, trinidad, personas, naturalezas, procesiones, relaciones, etc.?
 
Dejando a un lado el barullo de conceptos y proposiciones teológicas que se mueven en torno a este dogma, que confieso que entonces, recién salido del seminario, me confundían más que me aclaraban, opté por hacer una lectura de la Trinidad recurriendo a la experiencia que el cristiano tiene de Dios al ritmo de su revelación progresiva como Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¿De dónde partió la idea? Pues no recuerdo siquiera si había leído algo al respecto. Son esas cosas que uno va asumiendo y acaba por hacer propias, tan de uno mismo que olvida la procedencia.
 
Confieso ahora que la predicación que hice entonces, y que ahora transcribo, puede pecar de modalismo -herejía que consiste en decir que cada persona de la Trinidad no es sino un modo de mostrarse ante los hombres, es decir, tres máscaras que usa el Uno para darse a conocer- , y más que trinitaria sea ésta una reflexión particular sobre cada persona divina, pero no creo que eso disminuya el valor que puede tener como ejercicio meditativo para este día.
 
A don Pablo Barrachina, obispo que fue de Orihuela-Alicante, le oí en una misa crismal,  que “los curas no deben dejar de predicar cada domingo, aunque corran el riesgo de decir herejías”, una forma muy directa de advertir que más importante que los matices doctrinales son la buena voluntad y el empeño puestos en acercar a Dios a los hombres. Y eso es lo que hice y procuro hacer en cada predicación. Como conservo el escrito de aquella primera predicación sobre la Trinidad, paso a transcribirla enriquecida con lo aprendido con el paso de los años. Puede parecer larga, pero me resisto a recortarla.
 
* * *
 
Dios se ha ido revelando progresivamente a los hombres como Trinidad; y no sólo se ha ido dando a conocer por etapas en la historia de la salvación que nos narra la Biblia, sino que también se da a conocer poco a poco al compás de nuestro crecimiento afectivo-psicológico; así, el hombre suele descubrir los matices de cada una de las personas trinitarias paulatinamente, como imbricándose en su particular biografía espiritual.


Dios Padre
y la espiritualidad del niño
(Dios sobre nosotros).
 
El niño nace frágil, necesitado. No puede sobrevivir sin unos adultos, normalmente el padre y la madre, que le protejan del hambre, del frío y de los demás peligros externos. Y cuando va llegando al uso de razón y queremos hablarle de Dios recurrimos espontáneamente a la imagen del padre. "Dios -le decimos- es tu Padre, el que te ha dado la vida, el que te cuida y te protege".
 
Lo mismo que un niño necesita normas que le den seguridad y le ayuden a caminar sin riesgos por la vida, así el Dios Padre Todopoderoso y Creador, revelado en el Antiguo Testamento, se muestra como el origen y protector de la vida. La catequesis de la primera infancia encuentra en la primera persona de la Trinidad un gran apoyo para comprender a Dios.


Como un niño necesita de la seguridad de un Padre, de normas que rijan su conducta, de premios y  castigos que la evalúen, así Dios se muestra en el Antiguo Testamento como aquel que da unas leyes y mandatos que garantizan el orden y dan seguridad a quien aún no ha madurado y se mueve en una religiosidad de moral heterónoma, centrada en buscar lo mejor fiándose de las normas que nos da quien sabemos que nos quiere.

Este Dios Padre, que da leyes, que ofrece la seguridad de un hogar a quien sigue sus mandatos, es el Dios sobre nosotros, Dios arriba, al que hemos de obedecer, porque en ello nos va la vida. Nuestra oración al Padre suele ir en la onda de pedir protección y seguridad.
 
 
Dios Hijo,
y la espiritualidad del joven
(Dios con nosotros)
 
El joven es rebelde por naturaleza. La segunda persona de la Santísima Trinidad es sin duda la favorita para quien empieza a desligarse de la tutela paterna y busca nuevos caminos entre los amigos y en ambientes nuevos alejados del calor del hogar. Al joven le gusta la aventura, el riesgo. Por eso, a la hora de hablarle de Dios no hay nada mejor que hablarle de Jesucristo, el Hijo.

El adolescente y el joven  aún no ha sido corrompido por el sistema social de los adultos y en Jesús encuentra el modelo de rebeldía frente a la hipocresía política y religiosa, un marginado, como él mismo se siente,  a quien quiere seguir. Reconoce a Dios en Jesús y como él se embarca en la tarea ingrata de purificar al mundo de la falsedad para construir una realidad más humana y humanizadora. El joven es crítico con todo lo que le parece viejo y, como Jesús, quiere arrojar del templo todo lo que le parece falso.
 
 Al joven le enamora el Dios con nosotros, el Hijo, Dios hecho hombre e implicado de lleno en la historia de los hombres. Con Él se cambia la mirada de la fe, que no se dirige ya de manera eminente hacia el cielo sino a la tierra. “Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). “Os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). El descubrimiento de Dios con nosotros es bandera de una espiritualidad que va dando pasos hacia delante. La oración del joven tiene mucho de entusiasmo por la persona de Jesús y de confianza en que estando con él despuntará un mundo mejor.
 
 
Dios Espíritu Santo,
espiritualidad adulta (Dios dentro de nosotros)
 
Con la perseverancia en la fe llega el hombre maduro. No es cuestión de años, sino de experiencia, de cambios psicológicos y afectivos que vienen con los avatares de la propia vida. Hay quien madura a los quince y quien no lo hace hasta los últimos años de su vida; también hay quien no madura nunca.

Tras la búsqueda de la felicidad en el sometimiento a las normas y leyes, y tras el desánimo del joven al que la realidad le hace experimentar que tarda en venir a nosotros el tan esperado Reino de la justicia y la paz, llega el momento de la reflexión, de la introspección.

Abandonando la tendencia impulsiva y un tanto gregaria que vive en la juventud, el adulto se adentra en su interior y busca su personalidad propia, su espíritu. Y ahí, en esa búsqueda se encuentra con el Espíritu Santo, Dios interior intimo meo (más interior a mí que yo mismo) que dice san Agustín. Dios siempre estuvo ahí, en su interior, y ahora es consciente de ello. Como el mismo san Agustín puede decir: "tu estabas conmigo, pero yo te buscaba fuera y no te encontraba".

El Espíritu Santo, en diálogo con nuestro espíritu, ayuda al encuentro con el propio ser, purifica la propia imagen enseñándonos lo que somos y dejándonos ver el verdadero rostro de Dios. Sin él nunca hubiéramos conocido ni al Padre (cf Rm 8,14-17) ni al Hijo (cf Mt 16,17); sin el Espíritu Santo el hombre no se conocería ni siquiera a sí mismo.

Además de Dios sobre nosotros, y Dios con nosotros, también Dios está dentro de nosotros, inhabitándonos. Tomar conciencia de la presencia de Dios en el propio ser, vaciarse de los ídolos que nos ocupan para permitir que vaya ocupando su lugar preeminente en la interioridad del corazón, es signo de madurez espiritual.
  
Sin rechazar a Dios creador y protector (Padre), ni a Jesús encarnado como hombre entre los hombres (Hijo), el hombre espiritualmente maduro llega a la plenitud de su fe entrando en relación personal profunda con Dios y consigo mismo en la oración y el ejercicio espiritual. Contemplando a Dios se contempla a sí mismo en su ser original (antes del pecado), pues ha sido creado a su imagen. Bautizado en el Espíritu pone a Dios en la cima de su vida, y abandona la superficialidad de las leyes y de los compromisos sociales que hasta entonces se imponía a sí mismo como una carga moral.
 
El cristiano maduro no es que niegue los mandamientos y la obligación de estar con el mundo, sino que por su visión de las cosas y por su nueva relación con Dios cambia de perspectiva, y encuentra sentido y fuerzas para vivir de una manera que antes le parecía imposible. Ahora sigue siendo fiel a los mandamientos del Padre y comprometido en la causa del Hijo, pero no desde el miedo al castigo ni desde el voluntarismo ni el temor al desánimo en la lucha social; la oración del hombre maduro, más que de petición desesperada, es de acción de gracias y alabanza, porque ha experimentado en sí mismo que “Dios es”, y si "Dios es" no hay que tener miedo al fracaso, porque Él ya ha vencido al mundo (cf Jn 16,33).
 
* * *

Concluyendo

 La revelación progresiva de Dios, su experiencia, nos puede ayudar a profundizar en nosotros mismos y a enriquecernos participando de la triple personalidad de Dios, de su Trinidad, pero ¡ojo! sin olvidar que también es Unidad.
 
Quedarse sólo en una espiritualidad del Padre es propio de cristianos timoratos y legalistas que necesitan constantemente que les digan qué pueden y qué no pueden hacer; vivir sólo del Hijo encarnado conduce a un frustrante activismo político y social sin Ley ni Espíritu de libertad que lo guíe y aliente; encerrarse en una vida de interioridad sin aceptar la voluntad del Padre y sin optar decididamente por los pobres, supone caer en un iluminismo y quietismo estéril. Dios es Uno y Trino; se revela progresivamente, se experimenta escalonadamente, pero no se pueden separar los escalones sin riesgo de que el ascenso espiritual se precipite en el vacío.

Dios es Trinidad. Más allá de todo lo que he dicho de cada una de las personas de la Trinidad,  que he pretendido iluminar desde la experiencia-vivencia subjetiva de la fe, Dios es Misterio. Y misterio no quiere decir "oscuridad" sino "luz cegadora", algo tan grande que, como ocurre con el amor o la libertad, se puede experimentar pero no entender ni explicar con palabras. Es más, cuando el hombre cree poseerlo es señal de que lo ha perdido; porque Dios es inabarcable, lo más grande, y no se deja atrapar en conceptos y corazones limitados.


Los más viejos y devotos del pueblo de Trujillanos, que de teologías trinitarias saben poco (¿o mucho más que los teólogos?), cuando comparan a su patrón (¿o patrona?) con los de otros pueblos, (con la Virgen María en sus diversas advocaciones o con los santos), suelen tener una lección bien aprendida: Por muy importantes que sean los patronos o patronas de los demás pueblos, nosotros tenemos al más grande, porque es Dios, y no hay nadie más grande que Él.
 
Están orgullosos de su imagen de la Santísima Trinidad; clásica, con su Padre monarca de gesto a la vez dulce y severo, cetro en su mano izquierda, impartiendo bendiciones con la derecha, barba encanecida y corona triangular, signo trinitario; el Hijo sentado a su derecha con la cruz en una mano y con la otra, llagada, sobre el pecho, invitándonos como a Tomás: "trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente" (Jn 20,27); y el Espíritu Santo en forma de paloma entre ambos, irradiando su luz creadora y redentora sobre el Misterio mismo de Dios y sobre la vida de los hombres.
 
Con esta imagen los trujillaneros contradicen el primer mandamiento del decálogo (“No te harás imagen ninguna de Dios”. Ex20,4), pero no cabe duda de que, evitado el fanatismo de la idolatría de la imagen, les ayuda a crecer en la fe. 
 
¡Feliz fiesta de la Santísima Trinidad!

 Junio 2022
Casto Acedo

Las tentaciones de Jesús (I Cuaresma, 13 de Marzo)

Cada año abrimos el ciclo de domingos de Cuaresma con el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 4,1-11). Este texto contie...