miércoles, 12 de abril de 2023

Buda en Cáceres


No deja de sorprender que siga adelante el proyecto de construcción de la macroestatua de Buda y el centro Budista en la ciudad de Cáceres, un proyecto ya rechazado por otras ciudades, como Madrid. [1] Y conste que sorprende no tanto por el hecho en sí -toda religión tiene derecho a circular libremente por el mundo- sino por el interés mostrado por el ayuntamiento de la ciudad y las autoridades regionales. 

¿Y el interés del pueblo? Basta ver la asistencia tan reducida que tuvo el Ciclo de Conferencias por la Paz en Cáceres de la Fundación Lumbini Garden [2], y el bajo seguimiento de las ponencias tanto en directo como por internet como para poner en duda el interés popular sobre el tema. 

También me sorprende todo lo que se propone hacer porque me cuesta entender que una espiritualidad de renuncia y desprendimiento se plantee como objetivo la construcción de un centro y una gran estatua de Buda llamativa por su ostentación material. 


El argumento al que se acogen los políticos extremeños para apoyar el proyecto es doble: la promoción de la paz (bien espiritual) y la explotación turística (bien material) [3]; pero me da que se valora sobre todo el segundo motivo: los beneficios que supuestamente traerá a la ciudad de Cáceres el hecho de ser “tierra santa budista”, ya consagrada [4]; y lugar de peregrinación de devotos budistas, religión o filosofía, a la que se suelen acercar en occidente sobre todo personas con un determinado  nivel económico.  

Usar la espiritualidad budista como cebo para atraer dinero me parece tan indecente como recurrir a la espiritualidad cristiana para justificar el turismo religioso de la Semana Santa. ¿Qué pensaría Cristo si le dijeran que sus seguidores harían de su pasión una buena ocasión para hacer caja? ¿Y qué pensaría el Buda si viera que su dharma (enseñanza)  está siendo utilizada para atarse más a la dinámica del samsara (mundo)?

Otro argumento para el proyecto es la extensión del mensaje de paz universal que predica el Buda.[5] Supongo que éste mensaje es considerado por quienes lo adoptan para el proyecto sólo como filosofía extraída del budismo, amparándose en el hecho de que este no es una religión porque en él no hay dioses a los que obedecer y dar culto. 

El budismo (aunque no todos) puede no tener dioses, pero ¿deja por ello de ser una religión? La religión no la define la creencia en un dios o en una corte celestial, sino una espiritualidad que se despliega en unas enseñanzas, una comunidad, unos ritos de iniciación y mantenimiento, además de un maestro o maestros fundadores referentes. Si el budismo no es religión porque no tiene un dios  o unos dioses al que referir todo, no por eso podemos sustraerle el calificativo de religión. 

Donde hay maestros, sacerdotes, jerarquía, ritos, enseñanzas, etc. hay religión. Si no fuera así ¿para qué recurrir a monjes budistas que bendigan la tierra de Cáceres o se anuncia la venida de monjes y monjas que residirán en las instalaciones monacales que se tienen previstas a los pies del monte Arropé? Una filosofía laica de la paz no necesita monasterios cerrados para unos pocos sino universidades abiertas a todos, creyentes y no creyentes. ¿Estamos perdiendo la fe en nuestras universidades? 

Pregunto a los responsables de la política: ¿No correspondería a la universidad la tarea de promover el diálogo necesario para lograr la paz? ¿No resulta extraño que en unos tiempos en que las humanidades -incluyo en ella las religiones- encuentran poco entusiasmo en el ámbito universitario se busquen caminos particularistas de tinte religioso para promover el humanismo de la paz?


Otras preguntas que me vienen a la mente: ¿Cómo se concibe el budismo en los países que apoyarán el proyecto? [6] ¿Cómo religión? ¿Cómo filosofía? ¿Cómo religión y filosofía oficial? Ya han surgido problemas por esta diversidad de budismos en según qué países de confesionalidad institucional budista o de mayoría practicante. [7] 

No podemos eludir estas cuestiones; porque hay muchos budismos como hay muchos cristianismos. Y está claro que no es lo mismo recibir el apoyo de unas instituciones que promueven en su lugar de origen la paz, que de otras que reprimen o ignoran esa aspiración universal.[8] 

Y también es importante preguntarnos: ¿Cómo concebimos nosotros el budismo? La idea romántica del cristianismo la hemos desterrado en occidente, pero ¿no vivimos tiempos en los que está de moda el romanticismo y exotismo oriental? Olvidamos que la realidad budista institucional en países donde es religión mayoritaria  es muy distinta a la que elabora el imaginario occidental.[9] 

Es importante que quienes promueven el proyecto aclaren si lo hacen en nombre de una filosofía laica o desde unas creencias espirituales, desde poderes civiles o desde instituciones religiosas. Y a este respecto resulta sorprendente que la Federación de entidades budistas de España se desmarque de todo lo que se va a hacer en Cáceres [10]

De todo ello deduzco que no es la sensibilidad mayoritaria de los budistas de España la que está demandando esto; sospecho que es más bien el capricho de unos pocos. Con qué interés, no lo sé; pero dudo que sea por puro altruismo, que es el ideal budista. Permítaseme el derecho de dudar. Estoy aprendiendo mucho de la filosofía budista, y me parece un camino de sabiduría, pero esto no lo acabo de encajar con el apellido "budista". Y conste que también como cristiano me fascina Jesucristo y su evangelio, lo cual no significa que encaje todos los proyectos en que se embarcan las instituciones cristianas, sean de la confesión que sean.

Un amigo me comentaba no hace mucho que estaba pensando escribir un diálogo imaginado entre Jesús y Buda sobre lo que él llama el montaje político-religioso-consumista que se proyecta en Cáceres. ¿Por qué nadie dice nada?, se pregunta. ¿Por temor a ser rechazado por quienes siente simpatía por la espiritualidad budista? ¿Por temor a dar la imagen de cristiano integrista si se muestra crítico?  ¿Por lo que hoy tiene de posición política declarar la propia opinión sobre el tema?


Si vamos al fondo espiritual del tema, que no debemos confundir con el fondo religioso, y teniendo de trasfondo polémicas cacereñas paralelas nos preguntamos: ¿Qué pensará Jesús sobre las discusiones acerca de la gran Cruz que existe en la ciudad y que muchos quieren suprimir, o acerca de la "Semana Santa turística”?  Y con el mismo espíritu nos podemos preguntar: ¿Qué pensará el Buda del proyecto de una imagen suya gigantesca sobre el monte Arropé? 

Me parece que Jesús y Buda estarían de acuerdo en que tanto la polémica sobre la Cruz y la Semana Santa turística como el monasterio Budista o la escandalosa estatua sedente del Buda,[11] no tienen mucho que ver con lo que vivieron y predicaron. Ni el Sermón de Benarés[12] ni el Sermón del monte[13] son compatibles con unos símbolos e intereses que en la práctica niegan lo simbolizado. No veo en el proyecto una llamada a la “pobreza evangélica” ni al “desapego budista del mundo.” Y sobre la paz, decir que la pretensión de predicarla amparada en intereses capitalistas es una falacia, un autoengaño muy de nuestra cultura. El culto al dinero genera desigualdades, y de estás nacen la injusticia y las guerras.

Que el proyecto budista en el monte Arropé suena a economía neoliberal e idolatría del dinero salta a la vista. Al menos en lo que se refiere a la justificación que las autoridades predican de cara al electorado. 

No dudo que también haya implicadas en todo esto personas movidas por una encomiable buena voluntad. Abrir un centro budista, como abrir una mezquita musulmana, o un centro de meditación carmelitano o benedictino, o una fundación laica para la paz en el mundo, pueden servir de plataforma para el diálogo y la paz,  pero, al menos en el caso de las religiones (y entre ellas incluyo el budismo) se debería comenzar por un cuidado y serio diálogo interreligioso. 

No obstante, reitero que el lugar para la promoción del humanismo y la formación para la paz está en la Universidad, donde la globalidad de creencias y pensamientos tienen un foro de diálogo milenario en nuestra sociedad occidental. ¿Un Centro Budista? ¿Por qué no un Centro por la Paz, sin apellidos? Aconfesional y apolítico; simplemente humano; canalizado por las instituciones universitarias. Sería más creíble y más efectivo. Y justificaría más coherentemente la inversión pública. Porque la paz exige algo más que ritos religiosos y monumentos simbólicos; es más bien cosa de profetas que como Gandhi, Luther King y Oscar Romero, que con sus palabras y testimonio de vida ponen en evidencia las violencias sutiles y groseras de nuestra cultura. Pero los profetas nunca han sido del agrado de los capitalistas.


En fin, si es cierto que la financiación viene de fuera, y no supondrá un gasto para el erario publico extremeño, argumento simplistas con el que parecen cerrarse las discusiones públicas sobre el tema, creo que al menos deberíamos preguntarnos por el interés, si no económico tal vez ideológico o incluso religioso, que pudieran tener los promotores foráneos del proyecto del Gran Buda de Cáceres. Porque en los planteamientos parecen detectarse dos líneas: una es la de la rentabilidad económica, que venden las autoridades municipales y regionales al sostener que debido a su supuesto bajo coste se ha de estar necesariamente por la labor, y otra línea menos nítida y menos publicitada es la de la Fundación Lumbini Garden y de los países o personas acaudaladas que dicen colaborarán desinteresadamente con su aportaciones económicas. Las dos creo que confluyen en lo mismo: dinero. ¿O hay algo más? En medio, como siempre, las personas de buena voluntad sinceramente espirituales. Pero éstas son sólo la excusa que justifica todo lo demás.

De momento los óbices al proyecto  parecen ser sólo de índole ecológico y urbanístico:  http://arquitecturavitruvio.blogspot.com/2021/01/sobre-la-construccion-de-un-buda.html

 [1] https://www.elconfidencial.com/espana/2020-01-22/buda-estatua-alcalde-construir-caceres-templo-estatua-budismo-grande-mundo-962_2418540/

https://www.youtube.com/watch?v=CyfBIfhee3I


jueves, 7 de julio de 2022

El Samaritano Compasivo (10 de Juliuo).

 
Suelo acercarme a cualquier texto bíblico haciéndome tres preguntas básicas: ¿Qué me dice el texto sobre Dios? (Teología) ¿Qué aprendo sobre mí y mis hermanos? (Antropología) Y ¿qué me exige? (Moral). E indudablemente, la parábola de El samaritano conmpasivo (Lc 10,30-35), es muy rica no sólo porque nos enseña cómo hemos de actuar ante el prójimo necesitado, sino también por lo que nos enseña sobre el ser de Dios y el ser del hombre.
 
1. Dios
 
Lo más habitual es que tendamos a hacer una lectura moral de esta parábola. Y no cabe duda de que la enseñanza de Jesús va directamente a ello: "¿Quién es mi prójimo? ... El que practicó la misericordia ... ¡Anda y haz tú lo mismo!".   Pero la tradición de la Iglesia admite también otras lecturas, como la que hace Orígenes en su comentario al evangelio de san Lucas. 

Se trata de una lectura alegórica en la que el samaritano es identificado con Jesucristo, o sea, con el mismo Dios encarnado. Desde esta perspectiva  puedo sacar enseñanzas más teológicas que morales, y dichas enseñanzas me servirán para encontrar una causa, un por qué, un motivo y sentido para mi deseo de ser compasivo. Así dice Orígenes:
"El hombre que baja representa a Adán, Jerusalén el paraíso, Jericó el mundo, los salteadores las potencias enemigas, el sacerdote a la Ley, el levita a los profetas y el samaritano a Cristo. Las heridas son la desobediencia, la cabalgadura el cuerpo del Señor, la posada abierta a todo el que quiera entrar simboliza a la Iglesia. Además, los dos denarios representan al Padre y al Hijo; el posadero al jefe de la Iglesia encargado de su administración; en cuanto a la promesa hecha por el samaritano de regresar, figuraba la segunda llegada del Salvador" 

Orígenes comenta ampliamente este texto, subrayando el eje cristológico de la parábola. Recuerda que los judíos en el evangelio de Juan dijeron a Jesús: «Tú eres un samaritano y poseso del demonio». Ve también en la cabalgadura una alusión a la encarnación: la cabalgadura es el cuerpo del señor, que «se dignó asumir la humanidad, y llevar nuestros pecados»... «Este guardián de nuestras almas se mostró realmente más cercano a los hombres que la Ley y los profetas, teniendo misericordia del que había caído en manos de los salteadores y fue su prójimo no tanto en palabras como en actos». (cf ORIGENES, Hom. in Lucam: SC 89, Cerf, Paris 1962,403-409
)
 Siguiendo esta interpretación de Orígenes, aprendo  que Dios es y se revela encarnándose como buen samaritano que tiende la mano al hombre derrotado. Dios Padre, viendo como el pecado se había apoderado de la humanidad dejándola malherida, viendo mi pecado, se compadece de mí y envía a su Hijo Jesucristo (cf 1 Jn 4,7; Gal 4,4-7) que me ha curado con sus sacramentos (el vino y el aceite), carga conmigo y me ha traído a la posada de su Iglesia, donde sigo siendo atendido por los ministros y los demás hermanos mientras esperamos en comunidad  su vuelta.
 
 El samaritano compasivo, pues, es Jesús, Dios hecho hombre, que se detiene ante el pobre, cura al enfermo y sana las heridas del pecador. Dios se ha preocupado por mí,  ha lavado mi pecado en el Bautismo, me ha puesto en su Iglesia, donde me sigue cuidando con sus sacramentos, especialmente alimentándome con la Eucaristía. El Dios de Jesucristo, mi Dios, es compasivo.

 
2. Yo mismo

También la parábola del samaritano me enseña algo sobre el hombre, sobre mí mismo, porque desenmascara mi condición pecadora poniendo en evidencia mis argucias más o menos conscientes para dar la espalda a la realidad del sufrimiento ajeno.

Yo soy, como casi todos los hombres, un levita que ha hecho de su vida cristiana una cuestión de leyes y doctrinas (credo). Mientras discuto sobre las cualidades de Dios, sobre los términos más adecuados para referirse a la Trinidad, sobre las condiciones propicias para hacer una oración provechosa, sobre dónde están los límites o los matices morales de tal o cual situación, mi hermano se desangra a mi lado. Esto me hace ser parte de un mundo enfermo, mentiroso, que escenifica ceremonias y predica solidaridad mientras mira impasible el sufrimiento de millones de personas del tercer y cuarto mundo, soy parte activa de lo que el Papa Francisco llama "la globalización de la indiferencia"; amparado en la masa estoy más cerca de la indiferencia del escriba y el fariseo que de la solidaridad del samaritano de la parábola.  

Sentada en su cátedra, nuestra sociedad hace del racionalismo y de los análisis psicológicos, sociológicos y económicos la vaca sagrada que lo arregla todo sobre el papel y justifica la inacción esperando que comiencen a compartir los otros. Vivimos tiempos de voluntad débil. Dando un sutil rodeo retórico y logístico injustificable nos alejamos de los lugares donde se encarna el sufrimiento. Nuestra actitud de falsos sacerdotes (a Dios rogando y con el mazo dando) y orgullosos levitas (políticos de oficio)  queda al descubierto en la hipocresía de nuestra civilización.

Cuentan que algún intelectual de izquierdas acusó en su día a santa Teresa de Calcuta de dedicarse a poner parches a la herida de la pobreza pasando por alto el análisis detallado de sus causas y la consiguiente lucha contra ellas; y dicen que ella, con su habitual sabiduría respondió: «Mientras vosotros (los políticos, los hombres de letras) buscáis soluciones al problema -algo por su parte muy digno- yo me dedicaré a recoger moribundos y a salvar las vidas de los niños que son arrojados a la basura». Buena samaritana que comprendió que Dios se hace “prójimo” en los pobres; más técnicamente dicho: comprendió que el pobre es lugar teológico, sacramento de Dios, y que limitarse a hacer demagogia con su situación es una blasfemia.

La parábola del samaritano bueno no sólo pone en evidencia a la sociedad política también,  desenmascara al falso “hombre religioso”, el hombre sacerdotal (clerical, diría yo) que me puede poseer y convertir mi vida espiritual a dulce consumo de teologías morales, ritos y ceremonias.  Mientras presumo de dedicar tiempo a la oración, mientras me angustio por cumplir puntualmente con mis ayunos y abstinencias, y mientras hago de los pequeños detalles de la liturgia una cuestión de vida o muerte, me olvido de los problemas que oprimen a aquellos que están a  mi lado. Como el sacerdote de la parábola, con un rodeo litúrgico y una proclama de buenas intenciones justifico mi indiferencia ante el sufrimiento ajeno.

Es curioso que en las parroquias andemos más preocupados por horarios de misas, rúbricas, modos de celebración o devociones, que por el hecho de que no haya comunión entre los parroquianos. Es mal síntoma que encontremos fácilmente colaboradores para la liturgia y la catequesis –aunque para esto cada vez con más dificultad-, pero resulta más dificultoso encontrar colaboradores para una Caritas liberadora que se baje de la cabalgadura, se detenga ante el pobre, lo sane, cargue con él y le lleve a la posada para que tenga una vida digna. Dedicar tiempo al pobre no es humanamente tan gratificante como subir al presbiterio en una celebración solemne, o recibir parabienes al final de un proceso catequético bien llevado, pero "si no tengo amor no soy mas que un metal que resuena o un címbalo que aturde" (1 Cor 13,1), si olvido la caridad no habré entendido nada.


3. Mi Dios, mi prójimo
 
Nos falta mirar el evangelio de hoy desde la perspectiva moral: ¿Qué me exige la parábola del samaritano? Lo primero: un cambio de mentalidad en mi concepto de Dios. La conducta del ser humanos para con el prójimo depende mucho de su imagen de Dios. Solemos tener una imagen más o menos opresora de Él. Pero si el mandamiento principal de la ley de Dios es “amar a Dios” y “amar a tu prójimo”, la única imagen de Dios que puede armonizar ambos mandamientos es el amor y la bondad. Dios es “amor en acto”.

También debo matizar mi idea de prójimo, que es cualquiera que está cerca de mí y tiene una necesidad (cualquier necesidad); ahora bien, la proximidad no se mide por los metros sino por la capacidad de aproximación solidaria a las víctimas. “No se trata saber quién es mi prójimo sino de (saber) si yo soy capaz de mostrarme como prójimo” (Bernard Sesboüe). El prójimo es “el que practicó la misericordia con él”. Ponerme de parte de las víctimas me hace “prójimo”, me convierte en sujeto moral y responsable, me hace más humano. No hay más “humanidad” que la que se compadece del sufrimiento de todos.

El comportamiento del samaritano pone ante mis ojos el hacer de Dios, que es misericordia; "el mirar de Dios es amar", dice san Juan de la Cruz. Esta es la primera lección que me da el evangelio de este domingo: Dios es amor, y el que le conoce es porque lo ha sentido así; como un Dios buen samaritano que, compadecido de su desdicha se le ha acercado y le ha sanado. Un Dios “prójimo” que se revela en la acción: curando heridas.

Si esto es así, si Dios es amor; y si he sido creado "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,27), he de asumir que mi ser original -mi identidad antes de ser herido por el pecado- es también amor. Sólo amando puedo recuperar el paraíso perdido donde vivir en armonía con Dios y con el prójimo:

* viviendo en el amor  llegaré al conocimiento de Dios,  “quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4,9);

* al amar me conozco a mí mismo en mi ser más profundo, porque he sido creado para amar, y solo amando soy yo mismo, me encuentro conmigo, vivo centrado en mi ser; cuando no amo no sólo me alejo de Dios y del prójimo, también  estoy descentrándome, abandonándome, perdiéndome a mí mismo.

* y también amando conoceré a mi hermano, porque el amor me acerca al verdadero conocimiento del prójimo, al que veo y siento como hermano. 

 
* * *
Dios se ha cruzado en tu camino, Jesucristo es el buen samaritano en el que puedes ver a Dios y te puedes ver a ti mismo, síguele; no busques excusas ni en tus filosofías ni en tus rezos, Él “pasó haciendo el bien curando a todos los oprimidos por el diablo” (Hch 10,38). “Anda, ¡haz tú lo mismo!” (Lc 25,37).

 Julio 2022
Casto  Acedo  

miércoles, 8 de junio de 2022

Santísima Trinidad (12 de Junio)


Pasado el domingo de Pentecostés, que señala el fin de la Pascua, la liturgia de la Iglesia nos regala la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Se trata de la única fiesta de la Iglesia que no conmemora un hecho salvador concreto, sino un dogma de fe: la unidad de Dios en una trinidad de personas. 

La primera vez que encaré esta fiesta con seriedad fue al verme obligado a preparar la novena y la fiesta patronal de Trujillanos (Badajoz), de cuya parroquia, puesta bajo la advocación de la Santísima Trinidad, fui párroco durante siete años y de la que ahora vuelvo a serlo. No sabía entonces si hablar de la Trinidad como “patrón” o como “patrona”; además, ¿cómo decir algo de la Santísima Trinidad más allá del hecho de intentar aclarar la nomenclatura tan complicada que se mueve en torno a esta definición dogmática: unidad, trinidad, personas, naturalezas, procesiones, relaciones, etc.?
 
Dejando a un lado el barullo de conceptos y proposiciones teológicas que se mueven en torno a este dogma, que confieso que entonces, recién salido del seminario, me confundían más que me aclaraban, opté por hacer una lectura de la Trinidad recurriendo a la experiencia que el cristiano tiene de Dios al ritmo de su revelación progresiva como Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¿De dónde partió la idea? Pues no recuerdo siquiera si había leído algo al respecto. Son esas cosas que uno va asumiendo y acaba por hacer propias, tan de uno mismo que olvida la procedencia.
 
Confieso ahora que la predicación que hice entonces, y que ahora transcribo, puede pecar de modalismo -herejía que consiste en decir que cada persona de la Trinidad no es sino un modo de mostrarse ante los hombres, es decir, tres máscaras que usa el Uno para darse a conocer- , y más que trinitaria sea ésta una reflexión particular sobre cada persona divina, pero no creo que eso disminuya el valor que puede tener como ejercicio meditativo para este día.
 
A don Pablo Barrachina, obispo que fue de Orihuela-Alicante, le oí en una misa crismal,  que “los curas no deben dejar de predicar cada domingo, aunque corran el riesgo de decir herejías”, una forma muy directa de advertir que más importante que los matices doctrinales son la buena voluntad y el empeño puestos en acercar a Dios a los hombres. Y eso es lo que hice y procuro hacer en cada predicación. Como conservo el escrito de aquella primera predicación sobre la Trinidad, paso a transcribirla enriquecida con lo aprendido con el paso de los años. Puede parecer larga, pero me resisto a recortarla.
 
* * *
 
Dios se ha ido revelando progresivamente a los hombres como Trinidad; y no sólo se ha ido dando a conocer por etapas en la historia de la salvación que nos narra la Biblia, sino que también se da a conocer poco a poco al compás de nuestro crecimiento afectivo-psicológico; así, el hombre suele descubrir los matices de cada una de las personas trinitarias paulatinamente, como imbricándose en su particular biografía espiritual.


Dios Padre
y la espiritualidad del niño
(Dios sobre nosotros).
 
El niño nace frágil, necesitado. No puede sobrevivir sin unos adultos, normalmente el padre y la madre, que le protejan del hambre, del frío y de los demás peligros externos. Y cuando va llegando al uso de razón y queremos hablarle de Dios recurrimos espontáneamente a la imagen del padre. "Dios -le decimos- es tu Padre, el que te ha dado la vida, el que te cuida y te protege".
 
Lo mismo que un niño necesita normas que le den seguridad y le ayuden a caminar sin riesgos por la vida, así el Dios Padre Todopoderoso y Creador, revelado en el Antiguo Testamento, se muestra como el origen y protector de la vida. La catequesis de la primera infancia encuentra en la primera persona de la Trinidad un gran apoyo para comprender a Dios.


Como un niño necesita de la seguridad de un Padre, de normas que rijan su conducta, de premios y  castigos que la evalúen, así Dios se muestra en el Antiguo Testamento como aquel que da unas leyes y mandatos que garantizan el orden y dan seguridad a quien aún no ha madurado y se mueve en una religiosidad de moral heterónoma, centrada en buscar lo mejor fiándose de las normas que nos da quien sabemos que nos quiere.

Este Dios Padre, que da leyes, que ofrece la seguridad de un hogar a quien sigue sus mandatos, es el Dios sobre nosotros, Dios arriba, al que hemos de obedecer, porque en ello nos va la vida. Nuestra oración al Padre suele ir en la onda de pedir protección y seguridad.
 
 
Dios Hijo,
y la espiritualidad del joven
(Dios con nosotros)
 
El joven es rebelde por naturaleza. La segunda persona de la Santísima Trinidad es sin duda la favorita para quien empieza a desligarse de la tutela paterna y busca nuevos caminos entre los amigos y en ambientes nuevos alejados del calor del hogar. Al joven le gusta la aventura, el riesgo. Por eso, a la hora de hablarle de Dios no hay nada mejor que hablarle de Jesucristo, el Hijo.

El adolescente y el joven  aún no ha sido corrompido por el sistema social de los adultos y en Jesús encuentra el modelo de rebeldía frente a la hipocresía política y religiosa, un marginado, como él mismo se siente,  a quien quiere seguir. Reconoce a Dios en Jesús y como él se embarca en la tarea ingrata de purificar al mundo de la falsedad para construir una realidad más humana y humanizadora. El joven es crítico con todo lo que le parece viejo y, como Jesús, quiere arrojar del templo todo lo que le parece falso.
 
 Al joven le enamora el Dios con nosotros, el Hijo, Dios hecho hombre e implicado de lleno en la historia de los hombres. Con Él se cambia la mirada de la fe, que no se dirige ya de manera eminente hacia el cielo sino a la tierra. “Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). “Os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). El descubrimiento de Dios con nosotros es bandera de una espiritualidad que va dando pasos hacia delante. La oración del joven tiene mucho de entusiasmo por la persona de Jesús y de confianza en que estando con él despuntará un mundo mejor.
 
 
Dios Espíritu Santo,
espiritualidad adulta (Dios dentro de nosotros)
 
Con la perseverancia en la fe llega el hombre maduro. No es cuestión de años, sino de experiencia, de cambios psicológicos y afectivos que vienen con los avatares de la propia vida. Hay quien madura a los quince y quien no lo hace hasta los últimos años de su vida; también hay quien no madura nunca.

Tras la búsqueda de la felicidad en el sometimiento a las normas y leyes, y tras el desánimo del joven al que la realidad le hace experimentar que tarda en venir a nosotros el tan esperado Reino de la justicia y la paz, llega el momento de la reflexión, de la introspección.

Abandonando la tendencia impulsiva y un tanto gregaria que vive en la juventud, el adulto se adentra en su interior y busca su personalidad propia, su espíritu. Y ahí, en esa búsqueda se encuentra con el Espíritu Santo, Dios interior intimo meo (más interior a mí que yo mismo) que dice san Agustín. Dios siempre estuvo ahí, en su interior, y ahora es consciente de ello. Como el mismo san Agustín puede decir: "tu estabas conmigo, pero yo te buscaba fuera y no te encontraba".

El Espíritu Santo, en diálogo con nuestro espíritu, ayuda al encuentro con el propio ser, purifica la propia imagen enseñándonos lo que somos y dejándonos ver el verdadero rostro de Dios. Sin él nunca hubiéramos conocido ni al Padre (cf Rm 8,14-17) ni al Hijo (cf Mt 16,17); sin el Espíritu Santo el hombre no se conocería ni siquiera a sí mismo.

Además de Dios sobre nosotros, y Dios con nosotros, también Dios está dentro de nosotros, inhabitándonos. Tomar conciencia de la presencia de Dios en el propio ser, vaciarse de los ídolos que nos ocupan para permitir que vaya ocupando su lugar preeminente en la interioridad del corazón, es signo de madurez espiritual.
  
Sin rechazar a Dios creador y protector (Padre), ni a Jesús encarnado como hombre entre los hombres (Hijo), el hombre espiritualmente maduro llega a la plenitud de su fe entrando en relación personal profunda con Dios y consigo mismo en la oración y el ejercicio espiritual. Contemplando a Dios se contempla a sí mismo en su ser original (antes del pecado), pues ha sido creado a su imagen. Bautizado en el Espíritu pone a Dios en la cima de su vida, y abandona la superficialidad de las leyes y de los compromisos sociales que hasta entonces se imponía a sí mismo como una carga moral.
 
El cristiano maduro no es que niegue los mandamientos y la obligación de estar con el mundo, sino que por su visión de las cosas y por su nueva relación con Dios cambia de perspectiva, y encuentra sentido y fuerzas para vivir de una manera que antes le parecía imposible. Ahora sigue siendo fiel a los mandamientos del Padre y comprometido en la causa del Hijo, pero no desde el miedo al castigo ni desde el voluntarismo ni el temor al desánimo en la lucha social; la oración del hombre maduro, más que de petición desesperada, es de acción de gracias y alabanza, porque ha experimentado en sí mismo que “Dios es”, y si "Dios es" no hay que tener miedo al fracaso, porque Él ya ha vencido al mundo (cf Jn 16,33).
 
* * *

Concluyendo

 La revelación progresiva de Dios, su experiencia, nos puede ayudar a profundizar en nosotros mismos y a enriquecernos participando de la triple personalidad de Dios, de su Trinidad, pero ¡ojo! sin olvidar que también es Unidad.
 
Quedarse sólo en una espiritualidad del Padre es propio de cristianos timoratos y legalistas que necesitan constantemente que les digan qué pueden y qué no pueden hacer; vivir sólo del Hijo encarnado conduce a un frustrante activismo político y social sin Ley ni Espíritu de libertad que lo guíe y aliente; encerrarse en una vida de interioridad sin aceptar la voluntad del Padre y sin optar decididamente por los pobres, supone caer en un iluminismo y quietismo estéril. Dios es Uno y Trino; se revela progresivamente, se experimenta escalonadamente, pero no se pueden separar los escalones sin riesgo de que el ascenso espiritual se precipite en el vacío.

Dios es Trinidad. Más allá de todo lo que he dicho de cada una de las personas de la Trinidad,  que he pretendido iluminar desde la experiencia-vivencia subjetiva de la fe, Dios es Misterio. Y misterio no quiere decir "oscuridad" sino "luz cegadora", algo tan grande que, como ocurre con el amor o la libertad, se puede experimentar pero no entender ni explicar con palabras. Es más, cuando el hombre cree poseerlo es señal de que lo ha perdido; porque Dios es inabarcable, lo más grande, y no se deja atrapar en conceptos y corazones limitados.


Los más viejos y devotos del pueblo de Trujillanos, que de teologías trinitarias saben poco (¿o mucho más que los teólogos?), cuando comparan a su patrón (¿o patrona?) con los de otros pueblos, (con la Virgen María en sus diversas advocaciones o con los santos), suelen tener una lección bien aprendida: Por muy importantes que sean los patronos o patronas de los demás pueblos, nosotros tenemos al más grande, porque es Dios, y no hay nadie más grande que Él.
 
Están orgullosos de su imagen de la Santísima Trinidad; clásica, con su Padre monarca de gesto a la vez dulce y severo, cetro en su mano izquierda, impartiendo bendiciones con la derecha, barba encanecida y corona triangular, signo trinitario; el Hijo sentado a su derecha con la cruz en una mano y con la otra, llagada, sobre el pecho, invitándonos como a Tomás: "trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente" (Jn 20,27); y el Espíritu Santo en forma de paloma entre ambos, irradiando su luz creadora y redentora sobre el Misterio mismo de Dios y sobre la vida de los hombres.
 
Con esta imagen los trujillaneros contradicen el primer mandamiento del decálogo (“No te harás imagen ninguna de Dios”. Ex20,4), pero no cabe duda de que, evitado el fanatismo de la idolatría de la imagen, les ayuda a crecer en la fe. 
 
¡Feliz fiesta de la Santísima Trinidad!

 Junio 2022
Casto Acedo

sábado, 2 de abril de 2022

Compasión y paz (3 se Abril)

Comentario a partir del texto de 
Lc 8,1-11 (La mujer adúltera)


Un ambiente de odio

Nos lanzamos como fieras al linchamiento de Vladimir Putin acosándolo con las piedras de la ira y la indignación. Alentados por la propaganda occidental nuestro corazón se va llenando de odio al ruso, como si el odio al enemigo fuera sanador y sólo dañino cuando se dirige a las "amigos" (?).

Es lógica y buena la “santa indignación” ante el sufrimiento que provoca la guerra y sus causantes. Esta indignación fue la respuesta de Jesús a los mercaderes del templo (cf Mc qq,15-17 y par). La “santa indignación” ennoblece, pero ¡cuidado con el odio!, porque el odio degrada a la persona aunque se dirija a quienes hacen el mal. El odio alimenta la violencia del corazón cargando las armas que luego se disparan. Es justo odiar el pecado, pero no es bueno odiar al pecador.

Cuando a Jesús le presentan una mujer sorprendida en adulterio, lo que mueve a sus acusadores es el odio. ¿A quien? Tal vez odiaban a la mujer por saltarse el precepto de la ley mosaica que obliga a la fidelidad; o tal vez a quien odiaban era a Jesús, que con su predicación y sus maneras estaba poniendo en evidencia su falsedad; no podemos descartar tampoco el hecho de que se odiasen a sí mismos; una vida de hipocresía no puede ser nunca satisfactoria; de hecho el final de la historia deja ver la insatisfacción en que vivían los  acusadores.

Sea como sea, el ambiente de represión contenida que respira la escena del evangelio de hoy, y la respuesta de Jesús a la situación, muestra con evidente nitidez que el principal enemigo a batir no son los escribas y fariseos, tampoco el incumplimiento de la ley, sino el rechazo y el odio. No importa la excusa que tengamos para odiar, las células de odio son siempre portadoras de un cáncer maligno que tiende a la metástasis. Hay que sanar esa herida.


No alimentes el odio

Hay que precaverse y no alimentar el odio. No odies ni a V. Putin ni a nadie, porque todo odio envenena. Y el mejor antídoto para ello es apuntarnos a la práctica de la compasión y la misericordia. Esta es la medicina: ser compasivo, comprender y perdonar a quienes vemos enfermos de odio, porque sabemos que nadie es ni puede ser feliz mientras el escorpión del odio aguijonea sus entrañas. Ser compasivo con todos y también conmigo mismo, porque también me equivoco y necesito perdonarme y ser perdonado; nadie está libre de pecado para apedrear alegremente a nadie. 

Podríamos hacer una reflexión de este evangelio aplicada a  cómo asimilamos la inesperada guerra de Ucrania. La mujer del evangelio cometió adulterio al saltarse los principios de la ley que le obligaba a ser fiel a su marido; Europa también se saltó los principios “democráticos” al no tener en cuenta al pueblo ruso y apoyar interesadamente a sus oligarcas. Como buen fariseo ha sido fiel a la ley, pero no a su espíritu. Los privilegiados de la nueva nomenklatura rusa  se apoderaron de las riquezas del país de origen con el beneplácito de quienes también nos aprovechamos de su gas y su petróleo; los rusos ricos fueron recibidos como socios preferentes en los círculos financieros occidentales, les concedimos la acogida y la bendición reservada para quienes ponen en nuestras arcas los dineros, sin tener en cuenta su procedencia. Las autoridades occidentales muestran su falsedad en estos días: ahora se expropian bienes a quienes hasta hace poco se les concedía todo tipo de privilegios. Los que fueron recibidos entonces con parabienes son despedidos ahora con improperios. ¿Sirve esto para lavar nuestra conciencia? No mientras sigamos sin corregir nuestro culto al capitalismo.

Nuestra soberbia europea estaba convencida de que ya lo teníamos todo controlado con nuestras filosofías pacifistas y nuestra supuesta superioridad moral. Seguros en nuestras hermosas retóricas humanistas nos hemos descuidado y hemos permitido que el odio se fuera extendiendo por nuestras ciudades.  Ha ido creciendo en lo oculto, abonado por el individualismo, la cultura del descarte, la corrupción política, la ambición de poder, el consumismo, la lectura materialista y economicista de la historia, la aniquilación de la verdad, etc. Con estos venenos ha ido fermentando el odio en el corazón de Europa; y en todo corazón enfermo anida la frustración y de ésta emerge la guerra, reacción violenta propia de vidas infelices.

Como interesados (e ingenuos) europeos también hemos de entonar el mea culpa de la guerra. Europa está enferma. Lleva enferma mucho tiempo. Enferma de avaricia, de gula, de soberbia, de odio, de vanidad.  El velo de narcisismo y consumismo que entorpece su mirada le impide ver la realidad.  Pero la guerra de Ucrania ha venido a desvelar a las claras la enfermedad y sus orígenes. Las guerras no salen de la nada. Tampoco de un "iluminado" que se lanza a la aventura; éste es solo la chispa que detona la bomba; la guerra solo es posible cuando una sociedad da la espalda a la justicia y cierra los ojos ante los males de los otros (léase  Chechenia, Siria, Crimea, etc., para el caso que nos ocupa). El pecado de omisión, propio de los fariseos, es el mejor caldo de cultivo para el deterioro de la convivencia. Cobijado bajo él va echando sus raíces la desigualdad, el rencor y la división, padres de la guerra.

En el Evangelio que nos ocupa vemos como Jesús desactiva el odio acumulado en el corazón de escribas y fariseos. ¿Cómo lo hace? Enfrentándolos con su propia interioridad; poniéndoles ante el espejo de sus vidas. “El que esté libre de pecado, lance la primera piedra”. Implícitamente les dice: no sanarás con más veneno tu corazón envenenado; el odio sólo puede generar más odio; cuando descargas las piedras de tu frustración sobre otros no haces sino aumentar tu oscuridad. Es mejor, dice Jesús, que aceptes tu responsabilidad, que admitas tus errores, que abraces la virtud de los pacíficos: la humildad.

Los escribas y fariseos del evangelio, comenzando por los más viejos (¡ya da a entender la escritura que el diablo es viejo en años y en maldad!), tuvieron la honradez de ir soltando las piedras (¡qué grande este gesto de soltar odios!). Volvieron a casa avergonzados. Reconocieron su derrota, y para muchos este debió ser un primer paso para volverse a  Dios.


Practicar la compasión 

Y Jesús, sólo ante la mujer, avergonzada ésta también por su falta, dijo en voz alta lo que ya los que se fueron habían oído en su corazón: “¡Vete y en adelante no peques más!”. No merece la pena odiar, no merece la pena mentir al propio esposo o esposa. Lo único que puede salvarte y salvar a Europa del desastre es la verdad de la compasión y la misericordia.  Compadecerte de ti mismo, y darte la oportunidad de un giro a tu vida soltando las piedras y usando las manos para acariciar, ayudar y amar. Este es el remedio contra la guerra. Muchas iniciativas de ayuda y apoyo a los que sufren sus consecuencias están dando testimonio de ello.  

Pudo Jesús responder violentamente a las amenazas de quienes le provocaron lanzando  misiles de maldición ¿Qué pensaría y escribiría en el suelo mientras se decidía a responder? Se dio tiempo para meditar, para calmar su ánimo. Y escogió el camino de la bendición, del desarme, el diálogo, la paciencia y el perdón. Es un camino más largo para atajar el problema, pero es el menos destructivo y a la larga el más beneficioso.

La guerra de Ucrania -¡Dios quiera que acabe pronto!- debería de hacernos pensar en las bases sobre las que estamos cimentando nuestra civilización, que sufre una tremenda crisis espiritual. Resulta paradójico que en tiempos en los que parece que se está dando cierta importancia al cultivo de la interioridad como fuente de felicidad los planes de formación de los gobiernos y las lecturas políticas que se hacen de la situación sean mayoritariamente económicas; como si todo fuera cuestión de espacios exteriores y crecimiento económico. Olvidamos que es "del corazón del hombre de donde salen desalen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios,  adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro". (Mc 7,21-23). El abandono de la vida espiritual y de todo lo que de bueno tiene la religión como transmisora del Espíritu no deja de pasar factura. 

Hay una asignatura que no debería faltar en nuestra formación: la historia y las claves de recuperación de nuestra tradición espiritual. Esta asignatura nos enseñaría a conocer y aceptar que no somos solo cuerpo, también somos espíritu, hijos de Dios creados para amar encarnados en una comunidad de hermanos, llamados por el Maestro a asumir como propias y propios las gracias y los pecados de la humanidad y a gozar y sufrir con ellos poniendo en manos de Jesús la vida para que Él la resucite.  

El próximo domingo comenzamos la Semana Santa, tiempo que nos invita a profundizar en todo esto.  En la liturgia de esos días entran en escena el odio y el amor. Hay momentos de Viernes Santo en los que parecerá que el mal las tiene todas consigo; pero a nosotros nos mueve una seguridad: Cristo, con su muerte, venció al odio. Y nos enseña el camino de la regeneración personal, social y política: “Sed compasivos como vuestro Padre celestial es compasivo”. Acércate al perdón de Dios, y compártelo perdonando a quienes te ofenden.  También a V. Putin. Y no te dejes engañar por la creencia de que odiándole estás creciendo en virtud. Aprende a compadecer y amar sin límites.

Abril 2022
Casto Acedo
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