Un ambiente de odio
Nos lanzamos como fieras al linchamiento de Vladimir Putin acosándolo con las piedras de la ira y la indignación. Alentados por la propaganda occidental nuestro corazón se va llenando de odio al ruso, como si el odio al enemigo fuera sanador y sólo dañino cuando se dirige a las "amigos" (?).
Es lógica y buena la “santa indignación” ante el sufrimiento que provoca la guerra y sus causantes. Esta indignación fue la respuesta de Jesús a los mercaderes del templo (cf Mc qq,15-17 y par). La “santa indignación” ennoblece, pero ¡cuidado con el odio!, porque el odio degrada a la persona aunque se dirija a quienes hacen el mal. El odio alimenta la violencia del corazón cargando las armas que luego se disparan. Es justo odiar el pecado, pero no es bueno odiar al pecador.
Cuando a Jesús le presentan una mujer sorprendida en adulterio, lo que mueve a sus acusadores es el odio. ¿A quien? Tal vez odiaban a la mujer por saltarse el precepto de la ley mosaica que obliga a la fidelidad; o tal vez a quien odiaban era a Jesús, que con su predicación y sus maneras estaba poniendo en evidencia su falsedad; no podemos descartar tampoco el hecho de que se odiasen a sí mismos; una vida de hipocresía no puede ser nunca satisfactoria; de hecho el final de la historia deja ver la insatisfacción en que vivían los acusadores.
Sea como sea, el ambiente de represión contenida que respira la escena del evangelio de hoy, y la respuesta de Jesús a la situación, muestra con evidente nitidez que el principal enemigo a batir no son los escribas y fariseos, tampoco el incumplimiento de la ley, sino el rechazo y el odio. No importa la excusa que tengamos para odiar, las células de odio son siempre portadoras de un cáncer maligno que tiende a la metástasis. Hay que sanar esa herida.
No alimentes el odio
Hay que precaverse y no alimentar el odio. No odies ni a V. Putin ni a nadie, porque todo odio envenena. Y el mejor antídoto para ello es apuntarnos a la práctica de la compasión y la misericordia. Esta es la medicina: ser compasivo, comprender y perdonar a quienes vemos enfermos de odio, porque sabemos que nadie es ni puede ser feliz mientras el escorpión del odio aguijonea sus entrañas. Ser compasivo con todos y también conmigo mismo, porque también me equivoco y necesito perdonarme y ser perdonado; nadie está libre de pecado para apedrear alegremente a nadie.
Podríamos hacer una reflexión de este evangelio aplicada a cómo asimilamos la inesperada guerra de Ucrania. La mujer del evangelio cometió adulterio al saltarse los principios de la ley que le obligaba a ser fiel a su marido; Europa también se saltó los principios “democráticos” al no tener en cuenta al pueblo ruso y apoyar interesadamente a sus oligarcas. Como buen fariseo ha sido fiel a la ley, pero no a su espíritu. Los privilegiados de la nueva nomenklatura rusa se apoderaron de las riquezas del país de origen con el beneplácito de quienes también nos aprovechamos de su gas y su petróleo; los rusos ricos fueron recibidos como socios preferentes en los círculos financieros occidentales, les concedimos la acogida y la bendición reservada para quienes ponen en nuestras arcas los dineros, sin tener en cuenta su procedencia. Las autoridades occidentales muestran su falsedad en estos días: ahora se expropian bienes a quienes hasta hace poco se les concedía todo tipo de privilegios. Los que fueron recibidos entonces con parabienes son despedidos ahora con improperios. ¿Sirve esto para lavar nuestra conciencia? No mientras sigamos sin corregir nuestro culto al capitalismo.
Nuestra soberbia europea estaba convencida de que ya lo teníamos todo controlado con nuestras filosofías pacifistas y nuestra supuesta superioridad moral. Seguros en nuestras hermosas retóricas humanistas nos hemos descuidado y hemos permitido que el odio se fuera extendiendo por nuestras ciudades. Ha ido creciendo en lo oculto, abonado por el individualismo, la cultura del descarte, la corrupción política, la ambición de poder, el consumismo, la lectura materialista y economicista de la historia, la aniquilación de la verdad, etc. Con estos venenos ha ido fermentando el odio en el corazón de Europa; y en todo corazón enfermo anida la frustración y de ésta emerge la guerra, reacción violenta propia de vidas infelices.
Como interesados (e ingenuos) europeos también hemos de entonar el mea culpa de la guerra. Europa está enferma. Lleva enferma mucho tiempo. Enferma de avaricia, de gula, de soberbia, de odio, de vanidad. El velo de narcisismo y consumismo que entorpece su mirada le impide ver la realidad. Pero la guerra de Ucrania ha venido a desvelar a las claras la enfermedad y sus orígenes. Las guerras no salen de la nada. Tampoco de un "iluminado" que se lanza a la aventura; éste es solo la chispa que detona la bomba; la guerra solo es posible cuando una sociedad da la espalda a la justicia y cierra los ojos ante los males de los otros (léase Chechenia, Siria, Crimea, etc., para el caso que nos ocupa). El pecado de omisión, propio de los fariseos, es el mejor caldo de cultivo para el deterioro de la convivencia. Cobijado bajo él va echando sus raíces la desigualdad, el rencor y la división, padres de la guerra.
En el Evangelio que nos ocupa vemos como Jesús desactiva el odio acumulado en el corazón de escribas y fariseos. ¿Cómo lo hace? Enfrentándolos con su propia interioridad; poniéndoles ante el espejo de sus vidas. “El que esté libre de pecado, lance la primera piedra”. Implícitamente les dice: no sanarás con más veneno tu corazón envenenado; el odio sólo puede generar más odio; cuando descargas las piedras de tu frustración sobre otros no haces sino aumentar tu oscuridad. Es mejor, dice Jesús, que aceptes tu responsabilidad, que admitas tus errores, que abraces la virtud de los pacíficos: la humildad.
Los escribas y fariseos del evangelio, comenzando por los más viejos (¡ya da a entender la escritura que el diablo es viejo en años y en maldad!), tuvieron la honradez de ir soltando las piedras (¡qué grande este gesto de soltar odios!). Volvieron a casa avergonzados. Reconocieron su derrota, y para muchos este debió ser un primer paso para volverse a Dios.
Practicar la compasión
Y Jesús, sólo ante la mujer, avergonzada ésta también por su falta, dijo en voz alta lo que ya los que se fueron habían oído en su corazón: “¡Vete y en adelante no peques más!”. No merece la pena odiar, no merece la pena mentir al propio esposo o esposa. Lo único que puede salvarte y salvar a Europa del desastre es la verdad de la compasión y la misericordia. Compadecerte de ti mismo, y darte la oportunidad de un giro a tu vida soltando las piedras y usando las manos para acariciar, ayudar y amar. Este es el remedio contra la guerra. Muchas iniciativas de ayuda y apoyo a los que sufren sus consecuencias están dando testimonio de ello.
Pudo Jesús responder violentamente a las amenazas de quienes le provocaron lanzando misiles de maldición ¿Qué pensaría y escribiría en el suelo mientras se decidía a responder? Se dio tiempo para meditar, para calmar su ánimo. Y escogió el camino de la bendición, del desarme, el diálogo, la paciencia y el perdón. Es un camino más largo para atajar el problema, pero es el menos destructivo y a la larga el más beneficioso.
La guerra de Ucrania -¡Dios quiera que acabe pronto!- debería de hacernos pensar en las bases sobre las que estamos cimentando nuestra civilización, que sufre una tremenda crisis espiritual. Resulta paradójico que en tiempos en los que parece que se está dando cierta importancia al cultivo de la interioridad como fuente de felicidad los planes de formación de los gobiernos y las lecturas políticas que se hacen de la situación sean mayoritariamente económicas; como si todo fuera cuestión de espacios exteriores y crecimiento económico. Olvidamos que es "del corazón del hombre de donde salen desalen los
pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias,
fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de
dentro". (Mc 7,21-23). El abandono de la vida espiritual y de todo lo que de bueno tiene la religión como transmisora del Espíritu no deja de pasar factura.
Hay una asignatura que no debería faltar en nuestra formación: la historia y las claves de recuperación de nuestra tradición espiritual. Esta asignatura nos enseñaría a conocer y aceptar que no somos solo cuerpo, también somos espíritu, hijos de Dios creados para amar encarnados en una comunidad de hermanos, llamados por el Maestro a asumir como propias y propios las gracias y los pecados de la humanidad y a gozar y sufrir con ellos poniendo en manos de Jesús la vida para que Él la resucite.
El próximo domingo comenzamos la Semana Santa, tiempo que nos invita a profundizar en todo esto. En la liturgia de esos días entran en escena el odio y el amor. Hay momentos de Viernes Santo en los que parecerá que el mal las tiene todas consigo; pero a nosotros nos mueve una seguridad: Cristo, con su muerte, venció al odio. Y nos enseña el camino de la regeneración personal, social y política: “Sed compasivos como vuestro Padre celestial es compasivo”. Acércate al perdón de Dios, y compártelo perdonando a quienes te ofenden. También a V. Putin. Y no te dejes engañar por la creencia de que odiándole estás creciendo en virtud. Aprende a compadecer y amar sin límites.
Abril 2022
Casto Acedo
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