¿Pueden pasar semanas, meses, incluso años, viviendo juntas dos personas y a pesar del tiempo y la cercanía decir que no se conocen? ¿Se puede compartir, camino, mesa y casa con alguien sin llegar a conocerlo en profundidad? Pues sí. La experiencia nos enseña que dos personas que comparten muchas cosas (esposos, hermanos, compañeros de estudio o trabajo, etc.) pueden no llegar a compartir lo más sagrado de ellos: su vida interior. Se comparten cosas (tiempo, dinero, espacio, aficiones, ideas...incluso los propios cuerpos, como en el caso de los esposos y/o amantes), y sin embargo, el corazón, la identidad personal del otro, puede resultar ajena, extraña, lejana.

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Felipe, discípulo y apóstol, ha seguido a Jesús en sus caminos, le ha escuchado, pero no le ha conocido en su identidad íntima. Nosotros también podemos llevar años siguiendo a Jesús, oyéndole, contemplándole en su camino entre los hombres, viendo sus milagros... pero aún no hemos descubierto que Jesús es el rostro visible del Padre Dios. Jesús es Dios hecho hombre; tal vez esta misma afirmación, a fuerza de ser oída y proclamada, haya perdido su fuerza y ella misma ejerza de velo que impide a la fe ver con nitidez. Jesús es Dios; acercándonos a Él, conociéndole, conocemos y nos acercamos al corazón de Dios, a su misterio. La catequesis más excelsa sobre el Padre Dios es la que nos da el Hijo Dios. Los evangelios son la plasmación de la vida de Dios con nosotros, o mejor, del Dios vivo entre nosotros, porque nosotros no creemos en un Dios lejano y ajeno, sino cercano y familiar, que comparte nuestras vidas y puede ser contemplado en nuestra historia.

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Lo definitivo en el seguimiento no son las normas o leyes a seguir, sino Aquel a quien se sigue ("Yo soy el camino"); la última palabra no la tiene el hombre, sino Dios Padre que se ha dado a conocer en el Hijo ("Yo soy la Verdad"); y la vida eterna no consiste en que nosotros amemos, sino en que Él nos amó primero en Jesús ("Yo soy la vida"). Ser discípulo no es seguir un manual de instrucciones sino dejarse embaucar por Jesucristo y su modo de vivir que avalan su identidad: “Creedme, yo estoy en el Padre y el Padre en mi. Si no, creed a las obras” (Jn 14,11). Cuando el evangelio de san Juan parece excesivamente volátil da un giro y toma tierra: creed a las obras. ¡Qué verdad más grande! Las obras de Jesús, en especial su misericordia para con los más débiles y menos amables, dan consistencia a sus palabras. Teología de la acción. ¿Sería de fiar Jesús cuando nos dice que creamos en él si su biografía no nos hablara de que era un hombre de Dios? Jesús nos revela su relación con el Padre: “Yo estoy en el Padre y el Padre en mi” (Jn 14,11); “El Padre y yo somos uno” (Cf Jn 17,22). Jesús es Dios. No podemos negar su divinidad, porque eso sería negar sus obras, que son de Dios.
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Casto Acedo Gómez. Mayo 2011. paduamerida@gmail.com 3517
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