En prácticamente todas las celebraciones de la Iglesia , y sobre todo en la Eucaristía dominical, se parte la Palabra de Dios, es decir, se sirve como alimento. Porque la Palabra es "vida", "luz", sendero", "comida”... Toda vida cristiana que se precie de ese nombre ha de tener una constante referencia y confrontación con la Palabra de Dios. Si no se discierne la vida a la luz de la Palabra se corre el riesgo de construir la propia espiritualidad sobre bases poco sólidas, sobre palabras de falsos profetas o sobre el culto egoísta a uno mismo.
¿No ocurre así con la vida espiritual de muchos que se llaman devotos de tal o cual santo, al que acuden con sus peticiones y acciones de gracias, pero nunca escuchan la Palabra de Dios que el tal santo escuchó con fervor y vivió con apasionamiento? Hay que evitar caer en una supuesta relación con Dios basada en un monólogo complaciente, donde uno habla y se responde según sus propios criterios, huyendo de la dureza que a veces supone la confrontación dialéctica con la Palabra de Dios; situarse ante ella es ponerse ante la verdad de Dios, y ahí no valen ni autojustificaciones ni autocomplacencias.
La Palabra de Dios, como tijera de jardinero, poda lo que desfigura la imagen de Dios en mi, y me configura con Cristo, me hace ser como Él. La poda a la que la “audiencia”(ob-audiencia, obediencia) de la Palabra me somete es un ejercicio de limpieza a veces doloroso, y por eso tiendo a resistirme a ello, pero sin arrancar de mi las malas ramas no podré crecer y dar buenos frutos.
El Evangelio de Marcos, en el pasaje que se proclama este domingo (Mc 10,17-31), ofrece un claro ejemplo de resistencia y rechazo a las exigencias de la Palabra, acompañado también de un ejemplo de aceptación por parte de los discípulos. "Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mc 10,28). ¿Dónde te sitúas?
El Evangelio de Marcos, en el pasaje que se proclama este domingo (Mc 10,17-31), ofrece un claro ejemplo de resistencia y rechazo a las exigencias de la Palabra, acompañado también de un ejemplo de aceptación por parte de los discípulos. "Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mc 10,28). ¿Dónde te sitúas?
La Palabra (Jesús), entre el rechazo y la aceptación
La semana pasada el Evangelio hablaba de divorcio y adulterio, hoy habla de dinero. Y asombroso el distinto nivel de puritanismo con el que enfocamos un tema si lo comparamos con el otro. Es más fácil encontrar quien confiese sus faltas sobre el sexto mandamiento ("no cometerás adulterio") que sobre séptimo ("no robarás"). Seamos sinceros: la moral tradicional ha sido más dada a considerar más grave la impureza del adulterio que la del dinero. La moral burguesa se da golpes de pecho en caso de fornicación, pero se siente cómodo explotando y oprimiendo al pobre. Pero vayamos al texto.
Hoy también ponen a prueba a Jesús con una pregunta. En este caso la pregunta viene de parte de un hombre -un joven dirá san Mateo (19,20.22)- que se acerca a Jesús interesado por alcanzar la "vida eterna", o sea, la felicidad. Y Jesús, fiel a la tradición judía, le aconseja: "Ya sabes los mandamientos" (Mc 10,19). Pero él replica afirmando que ya los cumple, y sin embargo parece no sentirse satisfecho con eso.
Un corazón joven siempre está inquieto y pide más. Jesús le mira con cariño -¡qué importante esa mirada amorosa de Dios!- y le invita a ir más allá: "Una cosa te falta, anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme" (Mc 10,21). Frente al cumplimiento de la ley que viene del exterior Jesús le anima a tomar una decisión desde el corazón.
Este hombre era cumplidor de la ley, un asceta, pero no estaba satisfecho; sentía como si la vida le pidiera algo más. Y Jesús le mostró el camino, pero parece ser que aún no estaba preparado para pasar de la ley a la fe, de la ascética (idolatría de las obras) a la mística (unión de vida con Cristo), del cumplimiento de unos mandamientos a la imitación de la pobreza de Cristo y la misericordia de Dios. Por eso "frunció el ceño y se marchó pesaroso" (Mc 10,22).
Aprovechando lo ocurrido con éste hombre Jesús da a los suyos una catequesis sobre el poder corruptor de la riqueza. Cuando la confianza en los bienes materiales se pone por encima de la confianza en Dios, es decir, cuando se hace del oro y la plata un ídolo, el camino de la vida queda cerrado; porque la riqueza es una carga pesada, un Dios cruel que pide sacrificios inmensos para quien le sirve; el rico vive sometido a sacrificios económicamente rentables por lo general, pero humanamente ruinosos.
El "Dios riqueza" desangra la vida de los que le sirven, destruye sus relaciones familiares (separa a los hermanos), laborales (genera explotación), sociales (clasifica a los hombres según su status económico) y religiosas: “Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso al segundo. No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24). Por eso éste ídolo hace imposible entrar en el Reino: "Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de Dios” (Lc 18,25).
El camino de la vida es el de la pobreza libremente asumida, virtud que pone las bases a la auténtica libertad, pero que escandaliza incluso a los primeros discípulos de Jesús: "Entonces ¿quién puede salvarse?". Jesús se les quedó mirando -esta vez mira a los suyos-: Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo."(Mc 10,26-27).
La virtud de la pobreza, don de Dios.
Dios lo puede todo. Revelación clave. La virtud de la pobreza no es el fruto de un voluntarismo, no es una competición. No se trata de jugar a ver quien puede vivir con menos cosas, como hicieron los estoicos, o algunos ascetas equivocados que hicieron de la renuncia a las cosas del mundo una carrera para presumir de quien aguanta más el sufrimiento; la virtud de la pobreza no es algo que está al alcance de nuestras manos; es un don de Dios. Don que, por supuesto, pide ser asumido y trabajado por el hombre; y éste debe ser consciente de que sólo bañado por la gracia de Dios, revestido con su fuerza, es capaz de vencer en la lucha contra el demonio de la avaricia. La clave está en poner la confianza en Dios.
A los discípulos, que dicen: "ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido", Jesús le da una seguridad: recibirán cien veces más, porque la sabiduría que conlleva la virtud de la pobreza vale cien veces más (Sb 7,7-8). Pero, ¡ojo!, "con persecuciones" (Mc 10,30). El “conflicto de Dios con el mundo” no estará ausente de la vida del discípulo, la incomprensión será causa de sufrimiento para el seguidor fiel. La meta de la bienaventuranza total para los pobres de Dios sólo se intuye plenamente para la edad futura, para la vida eterna (cf Mt 5,3).
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Vuelve hoy tu mirada a Jesús, que "siendo rico se hizo pobre para que nosotros nos enriqueciéramos con su pobreza" (2 Cor 8,9). La Eucaristía es el sacramento de los pobres, de los que sabiéndose necesitados, empobrecidos, buscan la sabiduría y "en su comparación tienen en nada la riqueza" (Sb 7,8).
Cristo se comparte, se da a comer en el pan eucarístico; ahí te da lo más grande que tiene, su vida, para que tú tengas vida eterna en Él. Este es el misterio que celebra cada Misa: la vida de Dios que pasa resucitándote. La oración colecta del domingo XXIII ordinario rezaba pidiendo a Dios “nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir”. ¿Qué es eso que no nos atrevemos a pedir a Dios? Pues, tal vez entre esas cosas esté la pobreza como virtud, o la humildad, o la persecución.
Pero ¿acaso quiere Dios que vivas en la miseria y el desprecio o sufriendo? ¡De ningún modo!; la pobreza, la persecución, las humillaciones, sólo la debes pedir, como dice san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, "si todo ello es necesario para mejor servir a su Divina Majestad" (EE, 23 y 157), es decir, si con ello te acercas más a Dios y a los hermanos. Al pedir esas cosas estas pidiendo verte libre de las ataduras del dinero y del culto a la propia imagen; si alcanzas esta libertad andarás por el mundo más seguro y complaciente que el que vive en el temor constante de perder su dinero o deteriorar la imagen que quiere dar al mundo.
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Un comentario más breve.
Casto Acedo Gómez. Octubre 2021. paduamerida@gmail.com.
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