Dos grandes personajes bíblicos se hacen presente en nuestro camino de Adviento. El primero es la Virgen María, que tanto en la solemnidad de la Inmaculada Concepción como en el cuarto domingo se nos presenta como modelo para nuestro caminar hacia el encuentro con el Salvador. ¿Qué mejor maestra que aquella que preparó y vivió el primer Adviento?
La otra figura, secundaria respecto a María, pero considerada por Jesús “el mayor de los nacidos de mujer” es Juan Bautista. El mismo Jesús, en el evangelio de san Mateo, nos advierte de su importancia:
“¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino. En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mt 11,7-12).
Este segundo domingo es Juan Bautista el protagonista de la jornada.
La Navidad: un encuentro de dos.
En Adviento salimos-entramos al desierto de nuestra vida a escuchar a Juan Bautista que nos habla de Dios con su predicación, pero también con su estilo de vida que choca frontalmente con el lujo y el derroche (sola su figura pone en evidencia la desigualdad social fruto del pecado).
En el desierto Juan se hace voz de Dios para mi. Me dice que no me voy a encontrar con Dios en “los que van elegantemente vestidos”, ni en los que viven “en los palacios de los reyes” de este mundo (Lc 7,25), sino en el silencio, la austeridad y rudeza del desierto, allí donde se pone a prueba mi naturaleza y salta a la vista mi injusticia puesta en peso con la justicia de Dios.
Dios y el hombre, el hombre y Dios, hacen el Adviento y preparan el camino. En el desierto -soledad, vacío, silencio interior- Dios aborda al hombre.
Llama la atención el contraste entre el texto del profeta Baruc y la cita de Isaías que menciona san Lucas. Son textos complementarios. En Baruc Dios es el que abaja los montes y colma los valles: “Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios; ha mandado al bosque y a los árboles fragantes hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia” (Baruc 5,7-8).
Hermoso texto que nos avisa de que el camino del Adviento es un don de Dios. Por su parte, la cita de Isaías recogida en san Lucas parece requerir la respuesta del creyente: "Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios" (Lucas 3,4-5). Ambas orillas, la de Dios y la nuestra se complementan y producen el encuentro de Navidad.
Una llamada a la conversión
"Juan llevaba un vestido de piel de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre" (Mc 1,6). El hecho de que el Bautista viva en total despojo de las cosas del mundo es ya toda una invitación a la conversión, al cambio de vida; está pidiéndome “soltar todo”, vivir en el desierto, despojarme de aquello que impide a Jesús entrar en mi vida. Porque el problema del acercamiento de Dios no está en su lejanía, Baruc lo ha dicho: “Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados…”; en Jesús Dios se hace cercano; el problema es ahora mío, soy yo quien pongo obstáculos a su llegada, ahondo abismos, cierro puertas, levanto muros...
Es hora de responder: ¿Qué está impidiendo la venida de Dios a mi vida? ¿Cuáles son los montes que tengo que rebajar, los vacíos que debo llenar, los apegos o apetitos que necesito soltar?, ¿qué está torcido en mi interior?, ¿cuáles son las situaciones escabrosas que vivo y que he de limar? El tiempo de Adviento, atento a la predicación de Juan, me invita a un trabajo de ingeniería espiritual, a allanar mi espíritu para el encuentro con Dios; las herramientas de trabajo: una Biblia donde escuchar la Palabra; un tiempo diario de silencio en oración para abrir el oído, examinar mi vida y disponerme a seguir el camino acertado; y la ayuda inestimable de los sacramentos, la Eucaristía como piedra angular. Hecho el trabajo, y con la gracia de Dios podré espear, como tantos otros de ayer y de hoy la gracia de ver “la salvación de Dios” (Lc 3,6).
Dar signos de conversión y credibilidad
En Adviento hay que morir. Juan Bautista, profeta y precursor, me invita -en esperanza, en adviento)- a leer mi historia personal y la historia contemporánea de la Iglesia desde la perspectiva de Dios. Todo profeta pone en evidencia las contradicciones de la sociedad, en especial en lo que se refiere a formas de religiosidad. Es muy importante la imagen de cristianos que individualmente y como Iglesia ofrecemos al mundo. La presencia -hacer presente- de Dios en nuestro mundo dependerá en gran medida de la credibilidad que ofrezcamos cada uno en particular y cada comunidad como Iglesia. ¿Qué signos de esperanza estoy y estamos ofreciendo hoy a la sociedad?
Decimos que Dios no se hace notar mucho en nuestro mundo. No achaques las culpas exclusivamente a la creciente secularización de la sociedad; hazte consciente de que que tal vez tampoco tu ofreces por tu parte signos de credibilidad. ¿Hallan esperanza en ti los heridos de la "sociedad del descarte"? No es bueno refugiarse en la denuncia demagógica de las injusticias, en la cultura de la queja sistemática, sin ofrecer resistencia al ambiente descreído e injusto en que vivimos. Nuestra inacción muestra que también nosotros somos arrastrados por las turbulentas aguas de un mundo sin Dios, sin justicia.
Aparte de unas horas dedicadas al culto y la oración, ¿en qué se diferenciará tu vivencia de Adviento y Navidad de la de aquellos a los que consideras muy mundanos y poco creyentes? Párate en Adviento, acalla tu mente, silencia tu corazón, y mírate en tus críticas al prójimo. ¿No son también aplicables a ti mismo? Solemos odiar en el prójimo lo mismo que odiamos en nuestra persona. ¿No has observado que cuanto más criticas el consumo más consumes? ¿No estarás odiando en tu sociedad lo que no aceptas en ti mismo? ¿Inconscientemente? No te atreves a autocriticarte y condenarte, y así viertes tu rechazo sobre los que te rodean, pretendiendo así, ingenuamente, conjurar tus males.
Tu mundo no cambiará si tú no cambias. Para recuperar la esperanza has de cambiar de rumbo, es decir, has de llevar a tu interioridad la dirección de tus críticas, y desde ahí, asumiendo tu verdad, acudir a Dios para que te ayude a cambiar de mentalidad (purificar tu mente) y de comportamientos concretos (praxis del amor compasivo). Sólo así puedes aspirar a ser testigo de una esperanza nueva, no edificada sobre tus buenas intenciones sino sobre la realidad que será Cristo en tu vida.
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Es motivo de gozo y ánimo saber que Dios ya obra por y para nosotros el milagro de tender puentes. Tú y yo somos invitados a responder a su invitación. Para ello, la mirada siempre hacia delante, cada vez más hacia Dios, para que merezcamos hacer nuestras las palabras de Pablo a los cristianos de Filipo: “Habéis sido colaboradores míos (de Pablo, apóstol, y por tanto de la Iglesia) en la obra del evangelio desde el primer día hasta hoy. Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre nosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús... Y esta es mi oración: que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios”. Acoge para ti y para la Iglesia los deseos y la oración de san Pablo.
Casto Acedo Gómez. castoacedo@gmail.com Diciembre 2021
Qué bueno es hacerse preguntas y reflexionar...siempre nos lleva a un aprendizaje nuevo.
ResponderEliminarGracias por compartirnos estas líneas, que nos llevan a nuevos descubrimientos personales y nos ayudan a prepararnos para esta etapa de Adviento.
Gracias.