jueves, 9 de diciembre de 2021

Escuela, parroquia, sacramentos, sínodo.

El día de la Inmaculada pude ver cómo sólo una pequeña parte de los niños que se preparan a la Comunión, asistían a la misa mayor. Esto me ha hecho reflexionar, y estas notas son la plasmación de la inquietud que suscitó aquel hecho, Una vez me puse a escribir me sugirió que no vendría mal tomar esto como reflexión sinodal. Aquí está por si te sirve. 


Una de las rémoras mayores para una nueva evangelización en España es la relación estrecha que en épocas pasadas se vivió entre la Iglesia y el Estado. Algo que, si no materialmente, sí formalmente sigue influyendo en el inconsciente colectivo eclesial.

Recuerdo cuando niño que prácticamente las lecciones de catecismo las recibíamos en la escuela, e incluso la primera comunión y la confirmación eran sacramentos ligados a edades que tenían como referencia el curso escolar. Hoy, gracias a Dios, vivimos una deseable separación legal entre la escuela y la parroquia.

Es verdad que hay clases de religión en los colegios, pero no tienen, como pudieron tener en otro tiempo, la finalidad de sustituir a la catequesis sino la de procurar un necesario diálogo entre ciencia y religión. Creo sinceramente que las clases de religión en la enseñanza reglada son una bendición, porque previenen el fundamentalismo y la intolerancia religiosa. Articular un estudio del hecho y la creencia religiosa en el ámbito educativo facilita el diálogo y el respeto mutuo.

Considero, pues, buena y necesaria la presencia de la religión como asignatura en la escuela. No se puede respetar ni amar lo que no se conoce. Cuando nos acercamos a las realidades y nos relacionamos con ellas nuestra percepción y nuestras valoraciones cambian, porque superamos prejuicios y posturas extremas que dañan y perjudican la convivencia. Nos ha ocurrido con temas como el divorcio, la homosexualidad o el machismo-feminismo, en otro tiempo realidades tabú, censuradas y cerradas al diálogo por parte de una mayoría considerada socialmente “normal” (entiéndase); hoy, por suerte, esos temas son considerados con unos criterios más abiertos y humanos.

Trabajar por la inclusión de todos en una sociedad común, evitando la exclusión del diferente, es una de las tareas más difíciles y comprometidas en nuestro tiempo. Excluir a alguien del ámbito de la reflexión filosófica o de la vida social por su condición sexual, su ideología o su creencia religiosa, me parece un mal camino. Sin pluralidad no puede haber unidad, sólo uniformidad. La pluralidad es una riqueza, la uniformidad la mayor pobreza. Hacer de la escuela un lugar de encuentro entre diversidades es una bendición; excluir de ella alguna realidad humana me parece nefasto. La “universidad”, nombre de los centros de enseñanza de más alto nivel, se caracteriza porque todo el universo de saberes concurre en ella.

* * *

Y, una vez establecida la premisa de la necesaria y conveniente relación entre religión y cultura, me gustaría ir a algo más concreto. La necesaria delimitación de competencias entre la escuela y la parroquia, entre el centro de estudios y el centro de práctica religiosa.

En España, tal vez por la inercia de la historia, se ha considerado y muchos aún consideran a la fe católica como parte irrenunciable del “ser español”. Y esta confusión fe-nacionalidad española, tras más de cuarenta años de constitución democrática, sigue sin estar totalmente eliminada.

Somos muchos los que, en su momento, recibimos una instrucción doctrinal católica en las escuelas estatales. Me gusta decir que a mi generación, los nacidos en las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo XX, se nos dio una mal llamada catequesis en la escuela. Se nos enseñó ahí "la doctrina cristiana",  en un tiempo en el que la catequesis se confundía y reducía a aprender el catecismo. Hoy sé que la catequesis es mucho más, supone no sólo una formación intelectual (doctrina) sino también emocional (oración, celebraciones) y moral (amor-caridad).

La doctrina la aprendí en la escuela, pero la vivencia espiritual básica (oraciones y conducta) la aprendí en mi familia y en un propicio  ambiente religioso familiar y social. La escuela me enseñó oraciones, pero quien me enseñó a rezar fue mi madre; aprendí normas de conducta en el colegio, pero el gusto por el bien lo aprendí en la familia; me hablaron de Dios en las aulas, pero la parroquia me hizo sentirlo como parte mía y de mi Iglesia.

* * *

La conclusión es clara: la escuela no fue para mi el lugar donde recibí la fe, sólo fue el sitio donde estudié las enseñanzas de mi religión en relación con otros saberes. En mis tiempos de infancia, por razones políticas obvias, eso no estaba tan claro. A veces se mezclaban las cosas, como confundir la religión católica como el único camino bueno, o la pertenencia a la Iglesia católica como algo imprescindible para ser un español de primera.

Todavía hoy sufrimos las consecuencias de aquellos tiempos. Y no creo que la dificultad siga existiendo por voluntad de las autoridades académicas sino de las religiosas. En la Iglesia seguimos manteniendo una relación catequesis-colegio que no hace sino generar confusión en la gente sencilla, al mismo tiempo que se establece como un gran obstáculo para la nueva evangelización. 

No es baladí que las catequesis de los niños y adolescentes se inicien al ritmo del curso escolar, y que se relacionen con el ritmo del calendario que marca el ministerio de educación. Incluso los mismos párrocos suspendemos las catequesis en las fechas en las que el colegio establece un puente. Los grupos de niñ@s en catequesis se organizan adaptándose a los grupos escolares, no solo en calendario  sino también en grupos que comparten las mismas aulas en el colegio. Los puentes y vacaciones escolares coinciden con las grandes fiestas religiosas -Navidad, Semana Santa, y otras como Inmaculada o Asunción de la Virgen María, etc.- , lo cual facilita que en esos días la asistencia de niños y adolescentes a cultos parroquiales sea ligeramente más baja que en las fechas de enseñanza escolar regular. 

¿Tiene sentido que en las grandes celebraciones cristianas estén ausentes l@s niñ@s y adolescentes que están proceso de catequización? ¿Tiene sentido dar por formado cristianamente a quienes aprenden teóricamente las fiestas y los días litúrgicos más señalados  (Natividad, Santa María madre de Dios, Epifanía, Jueves y Viernes santos, Vigilia Pascual o domingo de Resurrección) pero no participan en las celebraciones de esos días?  Ningún sentido.

Los programas de catequesis ensalzan el valor religioso de las solemnidades que hemos señalado, y la práctica desautoriza la enseñanza. Es este un “pecado eclesial” corriente. Se llama “falta de discernimiento”, o mejor: falta de sentido común. Sin este discernimiento, o sentido común, todo proceso de nueva evangelización es una logomaquia, un juego de palabras, una ficción pastoral.

La necesaria renovación de la vida espiritual de la Iglesia ha de pasar necesariamente por la erradicación de “costumbres-okupas” que se instalaron en otro tiempo en el organigrama parroquial. Costumbres como la primera comunión en tal o cual edad o en determinado curso escolar, confirmación a tal edad o coincidiendo con tal curso académico, celebración de comuniones e incluso confirmaciones en el mismo colegio, bautismos sin un mínimo discernimiento, bodas indiscriminadas de no-practicantes habituales, cuando no motivadas por la presión social (no dar disgusto a la familia) o motivaciones estéticas (es más bonito casarse ante el altar), etc., están pidiendo una clarificación.


Algunos se siguen preguntando por qué la gente abandona la Iglesia o no tiene interés en entrar. Y las incongruencias que he expuesto creo que forman parte de las posibles respuestas. He empezado comentando lo de la catequesis y la enseñanza escolar porque creo que deberíamos tomar conciencia de que la sociedad secular sí ha tomado sus medidas para clarificar su identidad; somos nosotros los que, o bien seguimos confundiendo nuestra fe con algo social o nos da miedo aceptar la realidad de que estamos perdiendo nuestra identidad, que pasa más por el evangelio que por los cultos que lo celebran. Seguimos excesivamente preocupados por la Iglesia, y eso impide contemplarnos y actuar en un marco mayor: el Reino de Dios.

Cuando el Papa Francisco habla de “Iglesia en salida”, me gusta decir que no se refiere a un club de pescadores que salen afuera para traer peces a la pecera. No. Nuestra preocupación no debería estar centrada en llenar los templos a base de “inventos pastorales sacramentales”; es verdad que los sacramentos son importantes, pero reducir la riqueza de la conversión cristiana a la recepción de un sacramento “porque toca”, no deja de ser un regreso a la vieja situación de cristiandad que no tiene nada que ver con nuestros tiempos. La “Iglesia en salida” no es la dedicada a pescar fuera sino la que se las ingenia para ser Reino ella misma y hacer presente el Reino más allá de los muros de los templos. Luego, quienes conozcan de veras el evangelio y sus riquezas espirituales y materiales desearán encontrarse con quienes tuvieron su misma experiencia para celebrarlo juntos en el templo, … si los “okupas” no se lo impiden.

Ardua y dolosa es la tarea de renovación eclesial que se nos está pidiendo. Y sólo juntos podemos hacerla. Lo más doloroso va a ser extirpar viejos tics, esos antiguos patrones de comportamiento eclesial que se nos han adherido y a los que estamos aferrados en exceso. Purificar pide necesariamente entrar en crisis, quemar, cortar, entrar en la noche. Sin aceptar el pago de este precio -y nos costará aceparlo- no veremos amanecer.


Que sirva esta breve reflexión como un compartir  para estos tiempos de preparación para el sínodo de 2023. La necesidad de dar respuestas conjuntas a temas como éste debería animarnos a crecer en  sinodalidad , en el caminar juntos hacia el Reino.

Mérida, 9 de Diciembre de 2021
castoacedo@gmail.com
Casto Acedo

1 comentario:

  1. Que difícil es intentar construir el reino De Dios cuando todos esos ‘palos’ que se suponían para ayudar en el camino no hacen sino trabar las ruedas de los carros. Cuando ese barro que somos debía conducirnos en humildad no es sino usado para enfangar aún más y entorpecer la buena marcha de los ‘lúcidos’
    Animo hermano amigo. Esa es la ‘buena senda’ ese es el camino del evangelio. Gracias por hacérnoslo ver.

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