Hace tres dias celebrábamos la Epifanía. Y en el Evangelio contemplábamos a Jesús-niño, en Belén, adorado por unos magos de oriente, y recibiendo unos regalos significativos: oro (ofrenda al que es Rey) incienso (para quien es Dios) y mirra (regalo para el hombre que es Jesús , y que recuerda el rito de perfumar el cadáver, en alusión clara a algo tan humano como la muerte, de la que también participará este niño).
Hoy damos en la liturgia un salto en el tiempo, y tras treinta años de vida oculta, encontramos a Jesús recibiendo el bautismo a manos de Juan.
El bautismo en el Jordán: siervo de Dios
Lo contemplamos alineado en el grupo de los que acuden a Juan Bautista para recibir el bautismo de conversión que éste predicaba. ¿Tiene sentido que Jesús, que es Dios, que no tiene pecado, se deje bautizar por Juan? La única explicación es que Jesús, que no es pecador, colocándose en la cola de los pecadores, quiere manifestar que está con ellos, que ha venido para meterse entre los pecadores y cargar con sus pecados.
Dirá san Pablo que Dios “al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (2 Cor 5,21). Hacia esta misma interpretación nos quiere llevar la lectura del profeta Isaías: “Mirad a mi siervo” (Is 42,1). En el bautismo Jesús se une al movimiento de Juan, que busca la conversión del hombre, el cambio de vida: “Te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos a los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas” (Is 42,6b-7). Jesús será el autor del cambio, del paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida que está llamado todo hombre.
Jesús no salvará a la humanidad por decreto-ley sino por el camino de la encarnación, él mismo se unirá al grupo de los pecadores; no tiene pecado, pero vivirá el sufrimiento y la muerte, consecuencias evidentes del pecado. Asumiendo el ser total del hombre, lo salvará. Una magnifica lección para todos nosotros, un principio que debería regir nuestra vida personal, social y pastoral. No se puede salvar lo que no se asume, lo que no se hace propio. ¿Entendido el mensaje? El Jesús que entre los pecadores se acerca a Juan Bautista, aunque él no conocía pecado ni necesitaba conversión, es el mismo Cordero de Dios, que carga (asume) los pecados de la humanidad entera, y con su entrega de amor total (perdón) la redime. A la cruz apunta el bautismo.
Así es. La persona de Jesús, vista desde la perspectiva del Siervo de Yahvé, nos da pie a reconocerle, ya desde el inicio de su vida pública en el Jordán, como aquel que será crucificado por nosotros y por nuestros pecados (cf Gal 3,13); el mismo Bautista lo presenta a los suyos diciendo de Él que es "el Cordero de Dios" (Jn 1,29). La imagen que más arriba acompaña este texto, La crucifixión, de Matthias Grünewald (foto de arriba) resume esta enseñanza presentando al Bautista señalando con el dedo al que por nosotros muere en la cruz. Para eso ha venido, para ser siervo de los siervos, para cargar con nuestras injusticias y maldades.
Nuestro bautismo
“Se oyó una voz del cielo: Tu eres mi hijo amado, mi preferido” (Lc 3,22). Una voz que bien podría oírse descendiendo del cielo en el momento en que Jesús muere en la cruz. Jesús es el Hijo de Dios. También nosotros, por el bautismo, somos hijos de Dios. Y también de nuestro bautismo dimana una llamada a vivir para y morir para los demás, una exigencia de servicio en favor de los hermanos. A la cruz apunta también nuestro bautismo.
Desde la exigencia de entrega y generosidad, en línea con el ser y la misión de Jesús, deberíamos de recuperar el significado del bautismo que recibimos. Junto con la Eucaristía, este sacramento, está considerado uno de los más importantes. Sin embargo, es poco valorado, reflexionado y asumido. Solemos celebrar los aniversarios de boda o de nacimiento, pero poco sabemos acerca del día en que recibimos nuestro bautismo; la mayoría ignora incluso la fecha en que fue bautizado; algunos incluso el lugar. Son signos evidentes de la poca importancia que concedemos a este sacramento. Y no sólo es minusvalorado individualmente, da la sensación de que la propia iglesia-institución lo tiene en poco, no porque el Catecismo lo considere irrelevante, sino por la escasa o nula exigencia a la hora de administrarlo.
Para acceder al sacramento del Orden Sacerdotal, de menor importancia teológica que el bautismo, aunque de mayor calado institucional, se le exigen al candidato una serie esmerada de requisitos: estudios de teología, espíritu de oración, un comportamiento moral recto, testimonio de fe, etc... Sin duda se trata de requisitos muy necesarios para el ejercicio del ministerio sacerdotal. Pero contrasta esa meticulosidad con la ligereza con que se administra el bautismo de niños; tengamos en cuenta que, aunque prácticamente toda la teología bautismal se hace teniendo como telón de fondo el bautismo de adultos, en la práctica normalmente se bautiza mayoritariamente a niños, haciendo de la excepción regla.
Para el bautismo de un niño no se exige a los padres más que el hecho de que lo pidan y, en última instancia, que asistan a una o varias charlas de dudoso valor para un discernimiento serio. ¿No estamos ante una contradicción? Ni siquiera la exigencia de unos padrinos confirmados nos sirve de garantía, dado que el sacramento de la confirmación tampoco asegura una fe madura, y el ritual del bautismo pide la fe y el compromiso de los padres; de los padrinos sólo exige el compromiso de la ayuda para educar en la fe.
Habría que preguntarse si el descenso del número de bautismos en nuestra iglesia no es debido al bajo discernimiento que se aplica al administrarlo. Tal vez la rutina y la costumbre de bautizar por sistema sea la consecuencia lógica de la perdida de significatividad de este sacramento. Cuando lo reducimos a acto meramente social, desligado de su conexión vital con la Palabra que alimenta la fe y la Caridad (comunión con el amor de Jesucristo) que le da crecimiento y madurez a la vida, no podemos extrañarnos de que muera por inanición.

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La Fiesta del Bautismo del Señor es un buen motivo para redescubrir el valor y el significado del sacramento del bautismo y dignificarlo tanto en su fondo (repensar la relación fe-bautismo) como en su forma (bautismo de adultos, o de niños que tengan verdaderamente garantías de que recibirán la formación cristiana adecuada).
¿De qué sirve el sacramento del bautismo sin la posibilidad de una toma de conciencia progresiva de que somos hijos de Dios? Un catecumenado adecuado, antes del bautismo en los casos de bautismo de adultos, o con la mayoría de edad en los casos que fueron bautizados en su infancia, es algo irrenunciable si queremos ser fieles a la misión de Jesús. Se trata de conectar el signo bautismal, la fe, con la vida.
Ya lo hemos dicho, cada vez son menos los niños que reciben el bautismo, y menos también los bautizados que consideran la fe en Jesucristo como algo importante para ellos; la vida matrimonial y familiar, la vida económica, laboral, o de relaciones sociales se desliga cada vez más de la norma cristiana. ¿No suponen estos datos una llamada apremiante a redescubrir nuestra fe bautismal? Responder a este reto es un camino largo donde está en juego la identidad cristiana en un mundo de pluralismo cultural y religioso. El primer paso para una renovación de nuestra espiritualidad cristiana bautismal está en mirar y seguir a Jesús de Nazaret, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y, con él, asumir nuestra realidad y llevarla adelante con el mismo estilo del Crucificado-Resucitado.
Enero 2017. castoacedo@gmail.com
Casto Acedo.
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