viernes, 14 de enero de 2022

Jesús, signo del Padre (16 de Enero)



Is 62,1-5 Sal 95,1-3.7; 1 Cor 12,4-11; Jn 2,1-12.

San Juan evangelista cierra la narración del primer milagro de Jesús con unas palabras un tanto enigmáticas: “En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en Él» (Jn 2,11). Expone así, de modo conciso, la misión del Hijo. Su venida tiene como fin primero y último manifestar en su  persona la gloria de Dios. En este sentido la liturgia de hoy conecta tanto con la Natividad (los ángeles daban gloria a Dios por el nacimiento), con la Epifanía (manifestación de la gloria de Dios a todos) y con el Bautismo (se abrió el cielo y descendió el Espíritu Santo). Esa gloria (salvación de Dios) se manifiesta en los signos (obras, milagros, de Jesús), a fin de que los hombres crean en Él.

Jesús, signo de la presencia de Dios, gloria del Padre.

Los hombres del tiempo de Jesús, como los de hoy, buscaban signos de la presencia de Dios. ¿Dónde encontrarlo? ¿Cómo reconocerlo? Pues bien, Jesús es la señal. Para ver y conocer a Dios sólo tienes que mirar su humanidad, porque por ella nos desvela su divinidad. "La Trinidad económica (Dios presente en la humanidad) es la Trinidad inmanente (Dios mismo)", nos dirá el teólogo Karl Rahner.

¿Buscas signos, señales que te lleven a Dios? Pues no dudes que el signo por excelencia es el mismo Jesús. Ya lo dijo Simeón: “Este será como un signo de contradicción” (Lc 2,33), ¿Contradicci´pon por qué?, porque “mucha gente le seguía porque habían visto los signos que hacía con los enfermos” (Jn 6,2), otros, sin embargo, le acusarán de ser un endemoniado o un pecador precisamente por los signos que hacía (Jn 8,18; cf 9,34) y “habiendo hecho tantos signos delante de ellos, no creían en él” (Jn 13,37). Cuando la gente escuchaba a Jesús se admiraban de sus palabras; cuando hacía algún signo (milagro, obra) se admiraban aún más: "Se decían asombrados: ¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?" (Mt 8,27).

Jesús es signo, indicativo de Dios. Es lo que también se espera de ti: que seas signo para gloria de Dios y gozo de los hombres. Para conseguirlo basta que sigas la consigna de María: "haced lo que Él os diga".

Cuando nos dicen que imaginemos “la gloria” solemos recurrir imaginativamente a la tradición pictórica y literaria de unas nubes radiantes, unos angelitos tocando trompetas, unos pedestales, la satisfacción del aplauso de todos, etc., un imaginario muy extendido en la tradición devocional y pictórica cristiana. Pero ¿Qué es la gloria? No es fácil definirla. El Diccionario de la Real Academia Española recoge sobre esta palabra doce acepciones; nos quedamos con la primera: “reputación, fama y honor que resulta de las buenas acciones y grandes cualidades”. Dar gloria no es sino “decir bien”, alabar por sus buenas obras y cualidades a quien las realiza o las tiene.

En Jesús de Nazaret, en la contemplación de su persona, tenemos la oportunidad de contemplar la gloria de Dios, su mismo ser. A los milagros de Jesús el evangelio de san Juan los llama signos; los estudiosos distinguen en ese evangelio lo que llaman "el libro de los signos," (capítulos 2 al 12), donde se narran siete milagros de Jesús; el de las bodas de Caná es el primero. Los milagros de Jesús no fueron actos de exhibicionismo y postureo mediático, son lenguaje acerca de Dios: hablan de su presencia entre nosotros.

Los sacramentos, signos de la gracia

La teología cristiana ha acuñado una definición clásica de sacramento como “signo visible de la gracia invisible”. Sin duda alguna todos y cada uno de los sacramentos son signos de Jesús; ahora bien, podemos situarnos ante ellos con fe o sin ella. 

Cuando se miran los ritos cristianos sin fe, como ocurre a muchos de los que miran nuestras celebraciones sacramentales desde fuera, los sacramentos pueden parecer tonterías o supersticiones; y el que mira con recelo incluso puede ver en ellos cierta forma de manipulación. Sin embargo, quien recibe los sacramentos desde la confianza siente latir en ellos la presencia de Dios. ¿Cómo es posible esto? Sencillamente porque un sacramento es un signo que remite a otra realidad: al mismo Dios que es nuestro Señor Jesucristo, y cuando es recibido en un corazón abierto a la fe deja sentir su efecto de gracia. 

Un sacramento es, repetimos, un lugar-signo de encuentro con Dios. Así lo percibe y lo vive quien ha entrado en la dinámica de la fe.

Pero Jesús no fue signo sólo por sus milagros, su vida toda, su persona,  nos habla de Dios: su forma de ver las cosas, su predicación, su acogida de los pecadores, su pobreza evangélica, su misericordia, etc., todo en Él es una propuesta de fe y de vida, una llamada a la conversión. Puestos ante él nos toca elegir: creer o no creer, seguir sus propuestas o rechazarlas.


Ser signos (evangelio) de Dios.

Jesús se acerca hoy a ti en las Bodas de Caná; tú eres parte de la escena; tal vez eres el novio al que se le acaba el vino de la fiesta, el invitado que come y bebe sin preocupaciones, el mayordomo que empieza a lamentar su falta de previsión, o uno de los criados que llenaron las tinajas simplemente por cumplir una orden.

Tanto el mayordomo, como los criados responden a la sorprendente invitación de María: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). “Llenad las tinajas de agua” (Jn2,7). Mayordomo y criados pudieron negarse a hacerlo considerando la proposición como una broma de mal gusto; pero no lo hicieron. Confiaron en la Palabra de Dios. Se "conmiseraron", sintieron con María y Jesús, misericordia por los novios y sus familias. Y ellos mismos se transformaron en signos del signo, en colaboradores de la gracia y el amor; se hicieron así a su vez signos y administradores de signos, medios a través de los cuales les llegó la salvación a todos los invitados.

* * *

Al mirar con fe el milagro que Jesús hizo en Caná “creció la fe de sus discípulos en él” (Jn 2,11). El mundo en que vivimos espera también un signo, una señal de Dios que le abra a la esperanza. Tal vez muchos sólo esperen desde su pasividad e interés personal, como los que se hartaron de pan y fueron recriminados por Jesús: “me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros” (Jn 6,26), o los que sólo vieron en el milagro de Caná una oportunidad para emborracharse con mejor vino.

Pero el signo que Dios nos da no es el de promover la vida fácil y esclava del consumista satisfecho, sino otro signo más comprometido: el signo de la cruz: “algunos escribas y fariseos le dijeron: -Maestro, queremos ver un milagro tuyo. El les contestó: -Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo: pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra” (Mt 12.38-40).

La nueva evangelización ha de tener claro que “el reino de Dios, no es comida y bebida, sino justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo" (Rm 14,17). Si tus obras son justas, si escuchas la voz de la Madre de Jesús: “haced lo que Él os diga”, serás como Jesús señal de esperanza para los que te rodean, signo (sacramento) de Dios en medio del mundo; muchos creerán en Él, y crecerá la fe y la misericordia en el mundo por el testimonio de sus seguidores. ¿Te apuntas a la tarea?
 
Enero 2022. castoacedo@gmail.com.

Casto Acedo Gómez. 

1 comentario:

  1. Me apunto a la tarea, con humildad y el corazón abierto a la fe.
    Gracias por este enriquecedor análisis.

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