El pasado domingo dejábamos a Jesús en su pueblo de Nazaret, donde, tras leer la profecía de Isaías acerca del Reino de Dios en la sinagoga, daba por llegado el cumplimiento de la misma con su venida: "Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír" (Lc 4,21). Con esta afirmación concluía el pasado domingo el evangelio, y con la misma cita comienza hoy.
El texto sigue narrando la reacción de aquellos a los que se dirige Jesús al inicio de su vida pública. Parece ser que
(a) fue acogido con admiración y cariño al principio de su ministerio, pero
(b) pronto comienzan a surgir dudas y malentendidos, e incluso actitudes abiertamente hostiles que
(c) llevarán a muchos a pedir su eliminación.
Este proceso, vivido por Jesús a pequeña escala en su pueblo, y a gran escala a lo largo de su ministerio profético, va a culminar con la muerte en cruz; un destino que no es algo nuevo entre los profetas de Israel; Jeremías vivió algo semejante tal y como nos lo deja ver la primera lectura de este domingo (cf Jr 1,17-19).
Jesús, hombre conflictivo
Cuando Jesús da a conocer a sus vecinos el misterio de su persona y la altura de su mensaje, cuando se atribuye la identidad del profeta que describe Isaías, muestra una "pretensión inaudita". Es lo que algunos teólogos han denominado "la pretensión de Jesús", y que a la larga le llevará al Calvario.
San Lucas comienza reseñando que todos en la sinagoga expresaban su aprobación y se admiraban de sus palabras. No obstante, persiste en ellos a duda de fe o directamente la incredulidad; tal vez motivada por la sorpresa de que la sabiduría que escuchaban procediera de alguien tan cercano a ellos: ¿Cómo puede ser el Mesías éste, el hijo de José y de María, nuestros vecinos, gente sencilla y tan poco significativa? Seguidamente, tras una cierta provocación de Jesús, ("Sin duda me diréis aquel refrán: médico cúrate a ti mismo") se pusieron furiosos e intentaron matarlo (Lc 4,22.28-29).
Desde el principio de su vida pública se puede ver en los evangelios lo que podemos denominar el “conflicto”. Como ocurre con toda persona, Jesús no tuvo problemas mientras se guardó para sí su forma de pensar y sentir, sus ideas y sus convicciones; aunque ya recoge Lucas un adelanto del conflicto al señalar cómo descolocaron a José y María las palabras de su hijo en Jerusalén, a los doce años de edad, con motivo de la peregrinación al templo (cf Lc 2,42-49). Y también el evangelio de Lucas pone en boca de Simeón unas palabra proféticas: “este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción" (Lc 2,33-34).
Tras leer el texto de Isaías y apropiarse de la profecía que describe los signos que acompañarán al Mesías (evangelio para los pobres, libertad a los cautivos, vista a los ciegos,...), signos que él había realizado y le habían proporcionado la fama de “ser conocido en toda la comarca” (cf Lc 4,14-15), le debieron proponer que hiciera algún milagro que les garantizara su cualidad de profeta de Dios; “haz en tu pueblo lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm” (Lc 2,23). Pero Jesús no se pliega a semejante proposición; quiere que le crean por lo que es, no por lo que hace.
Los milagros no son la solución que viene a ofrecer; sólo son signos que apuntan a un algo más noble: suscitar la fe de quienes los contemplan. No elige Jesús el camino de la espectacularidad, no va a cimentar su proyecto de salvación en signos y prodigios que provocan miedo o admiración mundana en sus oyentes y espectadores; el motor del cambio que Jesús propone es la fe, la respuesta personal, libre y generosa a la llamada y exigencias del Padre, el día a día vivido con autenticidad, tal como como él había vivido hasta entonces entre sus paisanos.
La realidad muestra que sus paisanos lo tenían más difícil que otros para creer en Jesús. ¿Cómo reconocer a Dios en el hijo de José y María, sus vecinos de siempre? A ellos, como nos ocurre a nosotros, la cercanía de Dios les despistó en su búsqueda, les hizo insensibles a su presencia.
¿No nos ocurre a todos lo mismo? ¿No se repite la historia en nuestro día de hoy? Nos gusta un Dios lejano, inalcanzable, espectacular, triunfalista, “famoso” y práctico, un "Dios para mi uso", un milagrero que solucione los problemas que me agobian. El éxito de las espiritualidades new age son prueba de esta búsqueda de un "Dios útil", que pueda ser utilizado a capricho, como un cacharro de usar y tirar, una fuente de energía cósmica para momentos bajos.
Pero Jesús no quiere engañarte, no pretende manipular tus ideas y tus emociones; no viene a “triunfar” como objeto útil en el mercado de las religiones; viene para que tomes conciencia de que siempre ha estado contigo, para que comprendas que el mundo está en tus manos, para que madure en ti la convicción de que Dios es Padre que te acompaña, pero no “padrazo” que va delante de ti quitando las piedras del camino; Dios no vive en tu lugar, no se adelanta a tus decisiones, no te expropia la vida. Tu vida es tarea tuya, tu responsabilidad. "Basta que tengas fe" (Mc 5,36), decía Jesús a los que se acercaban a él pidiendo curación.
El Dios que predica y visibiliza Jesús no te quita la libertad, no secuestra tu voluntad; simplemente te ayuda con su gracia a ejercerla. El mal del mundo entró “por envidia del diablo”, y puede salir de él por el amor de Dios encarnado en los hombres, como lo estuvo en Jesús.
Aceptar al profeta y ser profeta
Desde la contemplación de la manifestación de Jesús a sus paisanos y en la perspectiva del "destino trágico del profeta" podrías imponerte esta semana dos tareas:
1. La primera es aprender a reconocer a las personas y los signos proféticos. En una de las plegarias eucarísticas de la misa se pide a Dios que nos enseñe a "discernir los signos de los tiempos". ¿Qué quiere decir esto? Discernir no es otra cosa que escrutar con una mirada de fe la presencia de Dios en medio del mundo. Todos pedimos signos que venzan nuestras dudas; y Dios envía señales, pero a menudo no las detectamos porque estamos limitados por nuestra imagen de Dios como un ser situado en las alturas, y no nos parece digno que tal Dios se manifieste en los acontecimientos ordinarios de la vida.
Decimos que Dios está en su "palabra", en el "pan eucarístico", en medio de nosotros reunidos en su nombre, en los pobres, etc. En cierto momento nos hemos admirado de esa presencia misteriosa, pero la duda sigue permaneciendo en nuestro interior. Si miramos su ser y estar en la Eucaristía nos preguntamos: ¿Cómo va a estar Dios en algo tan cotidiano como el pan? ¿No es el mismo pan que comemos a diario en nuestras mesas?; y en la Palabra: ¿No es el evangelio una palabra rutinaria y demagógica como otras?; o en la Iglesia: ¿No es la Iglesia una comunidad de personas que en ocasiones viven enemistadas?; o en los pobres: ¿No es el pobre un pecador como yo? ¿Cómo puede estar Dios ahí?
Somos eternos insatisfechos. ¡Queremos una experiencia fuerte de Dios!; Deseamos que Dios manifieste su fuerza de una forma grandiosa y contundente. Rechazamos al Jesús ordinario y pedimos el signo extraordinario que nos afiance en su presencia y divinidad, ¡queremos un milagro como esos de los que hemos oído hablar! Entonces sí creeremos. Así pensamos.
Todos estos planteamientos y dudas generan en nosotros un conflicto interior. Querríamos que se nos ahorre tener que ejercitarnos en la fe. Tentamos a Dios pidiendo un signo prodigioso (cf Mt 4,5-7). Pero ¿Qué ocurre entonces? Que seríamos manipulados, anulados, engañados, por la espectacularidad.
Nos gustaría un Dios disponible, a para nuestro servicio, que responda a nuestras expectativas. Y ser creyentes no es eso. Ser creyente es estar disponible para Dios, abierto a su revelación en la carne (cruz, prójimo), dispuest a verle en los signos y acontecimientos de la vida ordinaria. El deseo propiamente cristiano no está en esperar en un Dios a mi antojo, sino en dejar que Dios sea Dios, respondiendo a las expectativas que Él tenga sobre mi.
Dios está contigo como Jesús estaba con sus paisanos; pero no le reconocieron como tampoco tú le reconoces; tal vez porque vives excesivamente encerrado en ti, en tus prejuicios y esquemas mentales, en tus doctrinas y moralismos. Al ansiar novedades espectaculares te incapacitas para ver la belleza de "Dios-conmigo", bueno, misericordioso, aquí y ahora.
2. La segunda tarea para esta semana podría ser la de iniciarte en ser profeta entre los tuyos. Sabes que es complicado. Ser profeta supone alinearse con la verdad y la verdad duele cuando choca con la mentira que envuelve nuestro mundo. Llevar una vida "significativamente" cristiana acarrea incomprensiones y rechazos entre los más cercanos, entre los vecinos y amigos de siempre; le pasó a Jesús, y esto es de lo más normal cuando el anuncio de la palabra va cargado de denuncia profética.
Al conflicto interior que genera la fe en el corazón del creyente -¿está Dios conmigo o no está?- hay que sumar el conflicto exterior que tiene lugar con el ambiente pagano que se niega a aceptar la verdad. Jesús lo advertía: "No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa" (Mt 10,34-36; cf Lc 12,51-53).
Ser cristiano te dará problemas. Si rechazaron al maestro, ¿no harán lo mismo con el discípulo? (cf ;Mt 10,22-26; Lc 6,40; 23,31). Es bueno saber que esos problemas suelen ser el síntoma de que algo se está moviendo. "¿Ladran?, luego cabalgamos", dice el refrán. Cuando nada se mueve es probable que sea porque más que confrontar al mundo de la maldad y la injusticia, nos estamos adaptando a él.
* * *
Párate y medita hoy la doble llamada que Dios te hace como persona amada y como vocacionada al amor. Es una invitación a saberte Iglesia evangelizada (profetizada) e Iglesia evangelizadora (profética). Pregúntate si aceptas al Dios de Jesucristo, Dios humilde, de los pobres, Dios de los gestos sencillos de cada día. Y pídele al Padre ser signo suyo entre los tuyos.
No te engañes. Si te tomas en serio tu vida de fe no te faltará el conflicto. "No es el discípulo más que su maestro" (Mt 10,24), si a éste le rechazaron ¿te extraña que rechacen al discípulo?.
Por dentro y por fuera vivirás el conflicto. Ser fiel supone una lucha interior y exterior, un combate espiritual. Pero no estás solo. Escucha y medita la palabra de Dios en Jeremías como dichas para ti;. Pon tu nombre en el inicio: Yo, N. "Te he nombrado profeta de los gentiles… No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos… Lucharán contra ti pero no te podrán, porque yo estoy contigo" (Jr 1,5.17.19). Dios está contigo. Te habla (liturgia de la Palabra), nutre tu vida (Pan Eucarístico), te anima con su presencia en la comunidad (Iglesia). "Ponte en pie y diles lo que yo te mando!", te dice el Señor.
Enero 2022.
Casto Acedo
Gracias, Casto. Viene muy bien una luz que nos ilumine en medio de tanta confusión.
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