jueves, 27 de enero de 2022

"La pretensión de Jesús" (30 de Enero).

 

El pasado domingo dejábamos a Jesús en su pueblo de Nazaret, donde, tras leer la profecía de Isaías acerca del Reino de Dios en la sinagoga, daba por llegado el cumplimiento de la misma con su venida: "Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír" (Lc 4,21). Con esta afirmación concluía el pasado domingo el evangelio, y con la misma cita comienza hoy.

El texto sigue narrando la reacción de aquellos a los que se dirige Jesús al inicio de su vida pública. Parece ser que

(a) fue acogido con admiración y cariño al principio de su ministerio, pero
(b) pronto comienzan a surgir dudas y malentendidos, e incluso actitudes abiertamente hostiles que
(c) llevarán a muchos a pedir su eliminación.

Este proceso, vivido por Jesús a pequeña escala en su pueblo, y a gran escala a lo largo de su ministerio profético, va a culminar con la muerte en cruz; un destino que no es algo nuevo entre los profetas de Israel; Jeremías vivió algo semejante tal y como nos lo deja ver la primera lectura de este domingo (cf Jr 1,17-19).

Jesús, hombre conflictivo

Cuando Jesús da a conocer a sus vecinos el misterio de su persona y la altura de su mensaje, cuando se atribuye la identidad del profeta que describe Isaías, muestra una "pretensión inaudita". Es lo que algunos teólogos han denominado "la pretensión de Jesús", y que a la larga le llevará al Calvario.  

San Lucas comienza reseñando que todos en la sinagoga expresaban su aprobación y se admiraban de sus palabras. No obstante, persiste en ellos a duda de fe o directamente la incredulidad; tal vez motivada por la sorpresa de que la sabiduría que escuchaban procediera de alguien tan cercano a ellos: ¿Cómo puede ser el Mesías éste, el hijo de José y de María, nuestros vecinos, gente sencilla y tan poco significativa? Seguidamente, tras una cierta provocación de Jesús, ("Sin duda me diréis aquel refrán: médico cúrate a ti mismo") se pusieron furiosos e intentaron matarlo (Lc 4,22.28-29).

Desde el principio de su vida pública se puede ver en los evangelios lo que podemos denominar el “conflicto”. Como ocurre con toda persona, Jesús no tuvo problemas mientras se guardó para sí su forma de pensar y sentir, sus ideas y sus convicciones; aunque ya recoge Lucas un adelanto del conflicto al señalar cómo descolocaron a José y María las palabras de su hijo en Jerusalén, a los doce años de edad, con motivo de la peregrinación al templo (cf Lc 2,42-49). Y también el evangelio de Lucas pone en boca de Simeón unas palabra proféticas: “este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción" (Lc 2,33-34).

Tras leer el texto de Isaías y apropiarse de la profecía que describe los signos que acompañarán al Mesías (evangelio para los pobres, libertad a los cautivos, vista a los ciegos,...), signos que él había realizado y le habían proporcionado la fama de “ser conocido en toda la comarca” (cf Lc 4,14-15), le debieron proponer que hiciera algún milagro que les garantizara su cualidad de profeta de Dios; “haz en tu pueblo lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm” (Lc 2,23). Pero Jesús no se pliega a semejante proposición; quiere que le crean por lo que es, no por lo que hace. 

Los milagros no son la solución que viene a ofrecer; sólo son signos que apuntan a un algo  más noble: suscitar la fe de quienes los contemplan. No elige Jesús el camino de la espectacularidad, no va a cimentar su proyecto de salvación en signos y prodigios que provocan miedo o admiración mundana en sus oyentes y espectadores; el motor del cambio que Jesús propone es la fe, la respuesta personal, libre y generosa a la llamada y exigencias del Padre, el día a día vivido con autenticidad, tal como como él había vivido hasta entonces entre sus paisanos.


La realidad muestra que sus paisanos lo tenían más difícil que otros para creer en Jesús. ¿Cómo reconocer a Dios en el hijo de José y María, sus vecinos de siempre? A ellos, como nos ocurre a nosotros, la cercanía de Dios les despistó en su búsqueda, les hizo insensibles a su presencia.

¿No nos ocurre a todos lo mismo? ¿No se repite la historia en nuestro día de hoy? Nos gusta un Dios lejano, inalcanzable, espectacular, triunfalista, “famoso” y práctico, un "Dios para mi uso", un milagrero que solucione los problemas que me agobian. El éxito de las espiritualidades new age son prueba de esta búsqueda de un "Dios útil", que pueda ser utilizado a capricho, como un cacharro de usar y tirar, una fuente de energía cósmica para momentos bajos.

Pero Jesús no quiere engañarte, no pretende manipular tus ideas y tus emociones; no viene a “triunfar” como objeto útil en el mercado de las religiones; viene para que tomes conciencia de que siempre ha estado contigo, para que comprendas que el mundo está en tus manos, para que madure en ti la convicción de que Dios es Padre que te acompaña, pero no “padrazo” que va delante de ti quitando las piedras del camino; Dios no vive en tu lugar, no se adelanta a tus decisiones, no te expropia la vida. Tu vida es tarea tuya, tu responsabilidad. "Basta que tengas fe" (Mc 5,36), decía Jesús a los que se acercaban a él pidiendo curación.

El Dios que predica y visibiliza Jesús no te quita la libertad, no secuestra tu voluntad; simplemente te ayuda con su gracia a ejercerla. El mal del mundo entró “por envidia del diablo”, y puede salir de él por el amor de Dios encarnado en los hombres, como lo estuvo en Jesús.


Aceptar al profeta y ser profeta

Desde la contemplación de la manifestación de Jesús a sus paisanos y en la perspectiva del "destino trágico del profeta" podrías imponerte esta semana dos tareas:

1. La primera es aprender a reconocer a las personas y los signos proféticosEn una de las plegarias eucarísticas de la misa se pide a Dios que nos enseñe a "discernir los signos de los tiempos". ¿Qué quiere decir esto? Discernir no es otra cosa que escrutar con una mirada de fe la presencia de Dios en medio del mundo. Todos pedimos signos que venzan nuestras dudas; y Dios envía señales, pero a menudo no las detectamos porque estamos limitados por nuestra imagen de Dios como un ser situado en las alturas, y no nos parece digno que tal Dios se manifieste en los acontecimientos ordinarios de la vida.

Decimos que Dios está en su "palabra", en el "pan eucarístico", en medio de nosotros reunidos en su nombre, en los pobres, etc. En cierto momento nos hemos admirado de esa presencia misteriosa, pero la duda sigue permaneciendo en nuestro interior. Si miramos su ser y estar en la Eucaristía nos preguntamos: ¿Cómo va a estar Dios en algo tan cotidiano como el pan? ¿No es el mismo pan que comemos a diario en nuestras mesas?; y en la Palabra: ¿No es el evangelio una palabra rutinaria y demagógica como otras?; o en la Iglesia: ¿No es la Iglesia una comunidad de personas que en ocasiones viven enemistadas?; o en los pobres: ¿No es el pobre un pecador como yo? ¿Cómo puede estar Dios ahí?

Somos eternos insatisfechos. ¡Queremos una experiencia fuerte de Dios!; Deseamos que Dios manifieste su fuerza de una forma grandiosa y contundente. Rechazamos al Jesús ordinario y pedimos el signo extraordinario que nos afiance en su presencia y divinidad, ¡queremos un milagro como esos de los que hemos oído hablar! Entonces sí creeremos. Así pensamos.

Todos estos planteamientos y dudas generan en nosotros un conflicto interior. Querríamos que se nos ahorre tener que ejercitarnos en la fe. Tentamos a Dios pidiendo un signo prodigioso (cf Mt 4,5-7). Pero ¿Qué ocurre entonces? Que seríamos manipulados, anulados, engañados, por la espectacularidad.

Nos gustaría un Dios disponible, a para nuestro servicio, que responda a nuestras expectativas. Y ser creyentes no es eso. Ser creyente es estar disponible para Dios, abierto a su revelación en la carne (cruz, prójimo), dispuest a verle en los signos y acontecimientos de la vida ordinaria. El deseo propiamente cristiano no está en esperar en un Dios a mi antojo, sino en dejar que Dios sea Dios, respondiendo a las expectativas que Él tenga sobre mi.

Dios está contigo como Jesús estaba con sus paisanos; pero no le reconocieron como tampoco tú le reconoces; tal vez porque vives excesivamente encerrado en ti, en tus prejuicios y esquemas mentales, en tus doctrinas y moralismos. Al ansiar novedades espectaculares te incapacitas para ver la belleza de "Dios-conmigo", bueno, misericordioso, aquí  y ahora.


2. La segunda tarea para esta semana podría ser la de iniciarte en ser profeta entre los tuyos. Sabes que es complicado. Ser profeta supone alinearse con la verdad y la verdad duele cuando choca con la mentira que envuelve nuestro mundo. Llevar una vida "significativamente" cristiana acarrea incomprensiones y rechazos entre los más cercanos, entre los vecinos y amigos de siempre; le pasó a Jesús, y esto es de lo más normal cuando el anuncio de la palabra va cargado de denuncia profética.

Al conflicto interior que genera la fe en el corazón del creyente -¿está Dios conmigo o no está?- hay que sumar  el conflicto exterior que tiene lugar con el ambiente pagano que se niega a aceptar la verdad. Jesús lo advertía: "No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa" (Mt 10,34-36; cf Lc 12,51-53).

Ser cristiano te dará problemas. Si rechazaron al maestro, ¿no harán lo mismo con el discípulo? (cf ;Mt 10,22-26; Lc 6,40; 23,31). Es bueno saber que esos problemas suelen ser el síntoma de que algo se está moviendo. "¿Ladran?, luego cabalgamos", dice el refrán. Cuando nada se mueve es probable que sea porque más que confrontar al mundo de la maldad y la injusticia, nos estamos adaptando a él. 

* * *

Párate y medita hoy la doble llamada que Dios te hace como persona amada y  como vocacionada al amor. Es una invitación a saberte Iglesia evangelizada (profetizada) e Iglesia evangelizadora (profética). Pregúntate si aceptas al Dios de Jesucristo, Dios humilde, de los pobres, Dios de los gestos sencillos de cada día. Y pídele al Padre ser signo suyo entre los tuyos.

No te engañes. Si te tomas en serio tu vida de fe no te faltará el conflicto. "No es el discípulo más que su maestro" (Mt 10,24), si a éste le rechazaron ¿te extraña que rechacen al discípulo?. 

Por dentro y por fuera vivirás el conflicto. Ser fiel supone una lucha interior y exterior, un combate espiritual. Pero no estás solo. Escucha y medita la palabra de Dios en Jeremías como dichas para ti;. Pon tu nombre en el inicio: Yo, N. "Te he nombrado profeta de los gentiles… No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos… Lucharán contra ti pero no te podrán, porque yo estoy contigo" (Jr 1,5.17.19). Dios está contigo. Te habla (liturgia de la Palabra), nutre tu vida (Pan Eucarístico), te anima con su presencia en la comunidad (Iglesia). "Ponte en pie y diles lo que yo te mando!", te dice el Señor.

Enero  2022

Casto Acedo

miércoles, 19 de enero de 2022

La Palabra de Dios (23 de Enero)

 

 
Neh 8 2-4ª.5-6.8-10; Sal 18,8.9.10.15; 1 Cor 12,12-30; Lc 1,1-4;4,14-21.

"El sacerdote Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo, y cuando lo abrió, el pueblo entero se puso en pie… Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura… el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la ley” (Neh 8.5.8-9) .

Resulta conmovedor este pasaje del profeta Nehemías. El pueblo llorando emocionado mientras se proclama la Palabra. El pueblo judío de entonces había regresado del exilio, había reconstruido el templo y restaurado sus tradiciones; se había preparado para el gran día en que por vez primera tras el retorno se proclamaba la Torá, el libro de la Ley (h. 450 a.c.). Y las autoridades políticas y religiosas invitan a vivir el encuentro con la Palabra no desde el llanto propio de quien descubre en ella cuánto se ha equivocado, sino desde la fiesta: “No hagáis duelo ni lloréis… Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce ..., pues es un día consagrado a vuestro Dios” (Neh 8,10) .

El evangelio también nos presenta a Jesús en la sinagoga “en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo” proclamó un texto del profeta Isaías (Lc 4,16-17). Un texto que también habla de alegría, de esperanzas cumplidas, de libertad, de gracia de Dios.

Ambos textos, los de Nehemías y el de san Lucas citando a Isaías son muy apropiados para ser considerados con atención en un día que el Papa Francisco invita a celebrar como Domingo de la Palabra de Dios.

Los cristianos buscamos en la Sagrada Escritura la respuesta a nuestras preguntas sobre la vida pasada, presente y futura. Para nosotros la Biblia no es “un libro” sino “el libro”,  Escritura Sagrada “inspirada por Dios y útil para enseñar” (2 Tim 3,16), pero cuyo contenido está oculto. Es un libro sellado: “Vi en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro, escrito por el anverso y el reverso, sellado con siete sellos”. (Ap. 5,1; cf Is 29,11-12). Sólo el Cordero, Jesús, es digno de abrir el libro rompiendo sus sellos (cf Ap. 5,6-14; Lc 24,45). La Biblia, inspirada por el Espíritu Santo, sólo puede entenderse desde el Espíritu de Jesús; el mismo Jesús es la "Palabra hecha carne", la luz que ilumina toda la historia de la salvación; toda la Escritura apunta a Él, y en Él y desde Él encuentran su sentido la ley y los profetas.  Por eso, tras leer en la sinagoga el pasaje de Isaías que anuncia  al Mesías como el ungido para sanar, liberar e iluminar, pudo decir con autoridad: "Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír". Con y en Jesús la Palabra revela su pleno sentido.

Claves (actitudes)  para atender, entender
y escuchar-vivir la Palabra

La escucha de la Palabra requiere mucha humildad, un espíritu consciente de la propia  debilidad y necesitado de respuestas que hagan luz sobre la vida.  La Palabra viene como respuesta a las dudas y preguntas que la persona se hace. El listo que se las sabe todas difícilmente saldrá de su necedad. La Biblia sólo responde a quien anda en cierta oscuridad,  a quien se sabe inmerso en un laberinto de ignorancia y se acerca preguntando, a quien desde su pobreza se abre a la esperanza de encontrar un tesoro.  Quien se acerca a la Biblia sólo como científico erudito, sin deseo alguno de dejarse interpelar,  no hallará en ella otra cosa que confusión y motivos más para su soberbia.

Reconocemos que hay dos tipos de preguntas. Muchos se acercaron a Jesús preguntándole, pero no todos con buenas intenciones, los había que preguntaban para poder “sorprenderle en alguna palabra” (Mt 22,15) o “queriendo justificarse a sí mismos” (Lc 10,29). Otros, sin embargo, se acercaban a Jesús con unas preguntas que le importaban  sinceramente: “Enséñanos a orar” (Lc 11,1), “¿Cuál es el primero de los mandamientos?” (Mc 12,28), “¿Qué de hacer para tener en herencia la vida eterna?” (Lc 18,8), etc.  La pregunta, la duda, es el espacio abierto a la semilla de la Palabra. 

Sólo cuando nos acercamos a la Palabra con fe, y con una pregunta que nos quema el corazón podremos encontrar en ella una respuesta que sane y calme. Saberse necesitado es clave para abrirse a la ayuda exterior. La humildad es la virtud propia del pobre, de quien se sabe necesitado; a este Dios le habla y le escucha: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los sencillos” (Mt11,25). No podemos exigir la revelación de Dios, sino que hemos de aguardar con humildad su manifestación. Dios se revela a la gente sencilla, porque sólo ellos aprenden; sólo los que se reconocen ignorantes están abiertos a la inteligencia.

A la Palabra de Dios hay que acercarse con hambre y sed. La Palabra es un manjar exquisito: “Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba. Era tu palabra para mi un gozo y alegría del corazón” (Jr 15,16). “Mi alma tiene sed del Dios vivo” (Sal 63,2). Por regla general, quien se siente satisfecho, completo, pleno, ajeno a la posibilidad de que pudiera existir una plenitud mayor, está cerrado a la Palabra. En este sentido, a veces hay que abrir los ojos a nuestra saturada sociedad de consumo compulsivo; mientras alguien esta enrolado en el círculo vicioso del "más y más consumo" se le hace difícil plantearse siquiera una salida espiritual a su estado de cansancio y frustración consumista.

Conviene anotar aquí que peor que una pregunta sin respuesta es una respuesta sin preguntas, que nunca podrá ser asimilada ni comprendida; de nada servirán las respuestas que la Escritura da si antes no se ha suscitado la pregunta, es decir, si antes no se da la percepción de que hay algo nuevo y mejor.  A veces nos esforzamos en llevar la Palabra a nuestros ambientes, cómodamente instalados en una vida burguesa en la que nosotros mismos participamos; y queremos evangelizar, llevar la "buena nueva". ¿Qué buena nueva? Si mi testimonio de vida feliz, compasiva, generosa, desprendida, pobre, alegre no ha mostrado que se puede vivir más plena  y felizmente, si mi presencia no suscita en otros el hambre de vida nueva, difícilmente podré llevar el evangelio a quienes me rodean.

 Antes de evangelizar o evangelizarnos a nosotros mismos con la Palabra debemos reconocer qué es lo que nos come la vida, qué lo que nos preocupa y ocupa. De otro modo estaríamos perdiendo el tiempo. ¿No ocurre a veces eso en la Iglesia? A menudo damos la sensación de querer evangelizar respondiendo a cuestiones que nadie se plantea, iluminando sufrimientos que no son tales más que para nuestras miradas moralistas.


Palabra que cura, consuela e ilumina.

A las preguntas sinceras, a las necesidades apremiantes, a los espíritus inquietos, la Palabra les enseña con “la verdad y el poder de Dios” (2 Cor 6,7). Y con ese mismo poder la Palabra de Dios sana:

*Sana psicológicamente: cuando las agresiones verbales y el odio propio o ajeno violentan el corazón la Palabra pone calma; la Palabra Dios calma la tempestad interior que a veces bulle en el corazón del hombre: "¡Calla, enmudece. El viento se calmó y vino una gran bonanza” (Mc 4,39).

*Sana físicamente: “Basta una palabra tuya y mi criado quedará sano” (Mt8,8);

*Sana espiritualmente: la palabra limpia, perdona, borra el pecado: “Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he anunciado” (Jn 15,3). Antes de leer el evangelio el sacerdote dice en voz baja: “Per evangelica dicta deleantur nostra delicta" (Que por el evangelio anunciado sean perdonados nuestros pecados).

En tiempos en que hay colas en la consulta del terapeuta, deberíamos profundizar en el valor sanador de la Palabra. Recuperar a Jesús terapeuta para nuestra vida personal y pastoral. Recordemos que Jesús "pasó  haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo" (Hch 10,38), los oprimidos por la ira, la gula, la lujuria, la envidia, la soberbia, la pereza o la avaricia. ¿A qué van al psicólogo las persona si no es a curarse de los desequilibrios que le producen la ambición desmedida de poder y de riquezas, la afectividad desordenada, la envidia, los arranques de soberbia y violencia, la desgana o los deseos de comer y gozar descontroladamente?  Pujes bien, la Biblia (la Palabra, Jesús) es un vademecum para todos esos males. Sólo hay que aprender a usarla adecuadamente para procurar la salud propia y la de todo el mundo. Y esto no es una sugerencia sino un deber ineludible de quien se dice cristiano.

También la Palabra de Dios es consuelo. Tras hablar de la resurrección de los muertos, san Pablo añade: “Consolaos mutuamente con estas palabras” (1 Tes 4,17-18). En momentos de dolor, si bien a veces es preferible el silencio (de los hombres), sin embargo, siempre es buena la Palabra (de Dios), porque es un gran consuelo. Hoy mismo, en la lectura de Nehemías contemplamos una escena en la que todo el pueblo recibe el consuelo de la Palabra hasta el punto de llorar de alegría. “Este es mi consuelo en mi miseria: saber que tu palabra me da vida” (Sal 119,50).

Y la Palabra de Dios ilumina. La Escritura es luz que ilumina nuestro interior; mirándonos en ella encontramos luz para conocernos a nosotros, para conocer mejor al prójimo y para conocer a Dios. En momentos de oscuridad es luz que nos guía: “lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero”, “lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana” (2 Pe 1,19).

La Palabra ilumina el corazón y la mente. También, junto al Jesús terapeuta deberíamos redescubrir a "Jesús Sabiduría del Padre". En tiempos en los que se venden a millones los libros de temática espiritual que ofrecen recetas para conocerse  y conocer el mundo, en  ambientes actuales donde abundan los grupos gnósticos que invitan a determinadas prácticas para alcanzar la "iluminación", ¿por qué no echar mano del genuino gnosticismo cristiano para responder a la búsqueda de luz y sabiduría  que arde en el corazón de nuestro mundo? Jesucristo es, Sabiduría (1 Cor 1, 24.30), es Luz (Jn 8,12). Leer, escuchar, contemplar y vivir la Biblia es un ejercicio ineludible para la nueva evangelización.


* * *

Hemos hablado de la palabra de Dios. Palabra viva, eficaz. Palabra que realiza el encargo. Palabra hecha carne. Y como tal, como hecha carne, palabra que debe estar siempre supeditada a la persona de Jesucristo. Nosotros no creemos en la literalidad de una palabra dictada al oído (como el Corán de los musulmanes); tampoco en una palabra que reduce su presencia a ley y profecías (como los judíos); no somos fanáticos del "lo dice la biblia" propio de algunos sectores cristianos amigos de fundamentalismos bíblicos.

Para nosotros la palabra se hizo carne, y tiene un nombre: Jesucristo . La Palabra es "palabra de Jesucristo"; es más, Cristo es la Palabra. No olvidemos que nosotros no seguimos un evangelio escrito, sino a una Persona. Sin Jesucristo, la palabra se queda vacía y sin sentido.

Es un gozo inefable poder gustar -de modo sublime en la Eucaristía del domingo- la Palabra de Dios. Comulgar no es simplemente tomar la hostia consagrada, es también entrar en sintonía con el mensaje salvador del Evangelio, comer la Palabra, entrar en "vida común" con Jesucristo para así disponernos a comulgar con los hermanos en la tarea de responder, iluminar, alimentar, sanar, alegrar, consolar y saciar a un mundo como el nuestro, que va buscando más o menos conscientemente la Verdad.

Siguiendo el ritual del bautismo, el ministro hace el signo del Effetá (¡ábrete!). Tocando los oídos y los labios del bautizando dice: "El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre". ¡Qué hermosa conclusión para este Domingo de la Palabra de Dios! Escuchar la Palabra y proclamarla. ¿No merece la pena conocer a fondo la Biblia? 

¡Felíz Domingo de la Palabra! 

 
Enero 2022. 
Casto Acedo 

viernes, 14 de enero de 2022

Jesús, signo del Padre (16 de Enero)



Is 62,1-5 Sal 95,1-3.7; 1 Cor 12,4-11; Jn 2,1-12.

San Juan evangelista cierra la narración del primer milagro de Jesús con unas palabras un tanto enigmáticas: “En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en Él» (Jn 2,11). Expone así, de modo conciso, la misión del Hijo. Su venida tiene como fin primero y último manifestar en su  persona la gloria de Dios. En este sentido la liturgia de hoy conecta tanto con la Natividad (los ángeles daban gloria a Dios por el nacimiento), con la Epifanía (manifestación de la gloria de Dios a todos) y con el Bautismo (se abrió el cielo y descendió el Espíritu Santo). Esa gloria (salvación de Dios) se manifiesta en los signos (obras, milagros, de Jesús), a fin de que los hombres crean en Él.

Jesús, signo de la presencia de Dios, gloria del Padre.

Los hombres del tiempo de Jesús, como los de hoy, buscaban signos de la presencia de Dios. ¿Dónde encontrarlo? ¿Cómo reconocerlo? Pues bien, Jesús es la señal. Para ver y conocer a Dios sólo tienes que mirar su humanidad, porque por ella nos desvela su divinidad. "La Trinidad económica (Dios presente en la humanidad) es la Trinidad inmanente (Dios mismo)", nos dirá el teólogo Karl Rahner.

¿Buscas signos, señales que te lleven a Dios? Pues no dudes que el signo por excelencia es el mismo Jesús. Ya lo dijo Simeón: “Este será como un signo de contradicción” (Lc 2,33), ¿Contradicci´pon por qué?, porque “mucha gente le seguía porque habían visto los signos que hacía con los enfermos” (Jn 6,2), otros, sin embargo, le acusarán de ser un endemoniado o un pecador precisamente por los signos que hacía (Jn 8,18; cf 9,34) y “habiendo hecho tantos signos delante de ellos, no creían en él” (Jn 13,37). Cuando la gente escuchaba a Jesús se admiraban de sus palabras; cuando hacía algún signo (milagro, obra) se admiraban aún más: "Se decían asombrados: ¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?" (Mt 8,27).

Jesús es signo, indicativo de Dios. Es lo que también se espera de ti: que seas signo para gloria de Dios y gozo de los hombres. Para conseguirlo basta que sigas la consigna de María: "haced lo que Él os diga".

Cuando nos dicen que imaginemos “la gloria” solemos recurrir imaginativamente a la tradición pictórica y literaria de unas nubes radiantes, unos angelitos tocando trompetas, unos pedestales, la satisfacción del aplauso de todos, etc., un imaginario muy extendido en la tradición devocional y pictórica cristiana. Pero ¿Qué es la gloria? No es fácil definirla. El Diccionario de la Real Academia Española recoge sobre esta palabra doce acepciones; nos quedamos con la primera: “reputación, fama y honor que resulta de las buenas acciones y grandes cualidades”. Dar gloria no es sino “decir bien”, alabar por sus buenas obras y cualidades a quien las realiza o las tiene.

En Jesús de Nazaret, en la contemplación de su persona, tenemos la oportunidad de contemplar la gloria de Dios, su mismo ser. A los milagros de Jesús el evangelio de san Juan los llama signos; los estudiosos distinguen en ese evangelio lo que llaman "el libro de los signos," (capítulos 2 al 12), donde se narran siete milagros de Jesús; el de las bodas de Caná es el primero. Los milagros de Jesús no fueron actos de exhibicionismo y postureo mediático, son lenguaje acerca de Dios: hablan de su presencia entre nosotros.

Los sacramentos, signos de la gracia

La teología cristiana ha acuñado una definición clásica de sacramento como “signo visible de la gracia invisible”. Sin duda alguna todos y cada uno de los sacramentos son signos de Jesús; ahora bien, podemos situarnos ante ellos con fe o sin ella. 

Cuando se miran los ritos cristianos sin fe, como ocurre a muchos de los que miran nuestras celebraciones sacramentales desde fuera, los sacramentos pueden parecer tonterías o supersticiones; y el que mira con recelo incluso puede ver en ellos cierta forma de manipulación. Sin embargo, quien recibe los sacramentos desde la confianza siente latir en ellos la presencia de Dios. ¿Cómo es posible esto? Sencillamente porque un sacramento es un signo que remite a otra realidad: al mismo Dios que es nuestro Señor Jesucristo, y cuando es recibido en un corazón abierto a la fe deja sentir su efecto de gracia. 

Un sacramento es, repetimos, un lugar-signo de encuentro con Dios. Así lo percibe y lo vive quien ha entrado en la dinámica de la fe.

Pero Jesús no fue signo sólo por sus milagros, su vida toda, su persona,  nos habla de Dios: su forma de ver las cosas, su predicación, su acogida de los pecadores, su pobreza evangélica, su misericordia, etc., todo en Él es una propuesta de fe y de vida, una llamada a la conversión. Puestos ante él nos toca elegir: creer o no creer, seguir sus propuestas o rechazarlas.


Ser signos (evangelio) de Dios.

Jesús se acerca hoy a ti en las Bodas de Caná; tú eres parte de la escena; tal vez eres el novio al que se le acaba el vino de la fiesta, el invitado que come y bebe sin preocupaciones, el mayordomo que empieza a lamentar su falta de previsión, o uno de los criados que llenaron las tinajas simplemente por cumplir una orden.

Tanto el mayordomo, como los criados responden a la sorprendente invitación de María: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). “Llenad las tinajas de agua” (Jn2,7). Mayordomo y criados pudieron negarse a hacerlo considerando la proposición como una broma de mal gusto; pero no lo hicieron. Confiaron en la Palabra de Dios. Se "conmiseraron", sintieron con María y Jesús, misericordia por los novios y sus familias. Y ellos mismos se transformaron en signos del signo, en colaboradores de la gracia y el amor; se hicieron así a su vez signos y administradores de signos, medios a través de los cuales les llegó la salvación a todos los invitados.

* * *

Al mirar con fe el milagro que Jesús hizo en Caná “creció la fe de sus discípulos en él” (Jn 2,11). El mundo en que vivimos espera también un signo, una señal de Dios que le abra a la esperanza. Tal vez muchos sólo esperen desde su pasividad e interés personal, como los que se hartaron de pan y fueron recriminados por Jesús: “me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros” (Jn 6,26), o los que sólo vieron en el milagro de Caná una oportunidad para emborracharse con mejor vino.

Pero el signo que Dios nos da no es el de promover la vida fácil y esclava del consumista satisfecho, sino otro signo más comprometido: el signo de la cruz: “algunos escribas y fariseos le dijeron: -Maestro, queremos ver un milagro tuyo. El les contestó: -Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo: pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra” (Mt 12.38-40).

La nueva evangelización ha de tener claro que “el reino de Dios, no es comida y bebida, sino justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo" (Rm 14,17). Si tus obras son justas, si escuchas la voz de la Madre de Jesús: “haced lo que Él os diga”, serás como Jesús señal de esperanza para los que te rodean, signo (sacramento) de Dios en medio del mundo; muchos creerán en Él, y crecerá la fe y la misericordia en el mundo por el testimonio de sus seguidores. ¿Te apuntas a la tarea?
 
Enero 2022. castoacedo@gmail.com.

Casto Acedo Gómez. 

viernes, 7 de enero de 2022

Bautismo del Señor (9 de Enero)



Hace tres dias celebrábamos la Epifanía. Y en el Evangelio contemplábamos a Jesús-niño, en Belén, adorado por unos magos de oriente, y recibiendo unos regalos significativos: oro (ofrenda al que es Rey) incienso (para quien es Dios) y mirra (regalo para el hombre que es Jesús , y que recuerda el rito de perfumar el cadáver, en alusión clara a algo tan humano como la muerte, de la que también participará este niño).

Hoy damos en la liturgia un salto en el tiempo, y tras treinta años de vida oculta, encontramos a Jesús recibiendo el bautismo a manos de Juan. 

El bautismo en el Jordán: siervo de Dios

Lo contemplamos alineado en el grupo de los que acuden a Juan Bautista para recibir el bautismo de conversión que éste predicaba. ¿Tiene sentido que Jesús, que es Dios, que no tiene pecado, se deje bautizar por Juan? La única explicación es que Jesús, que no es pecador, colocándose en la cola de los pecadores, quiere manifestar que está con ellos, que ha venido para meterse entre los pecadores y cargar con sus pecados.

Dirá san Pablo que Dios “al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (2 Cor 5,21). Hacia esta misma interpretación nos quiere llevar la lectura del profeta Isaías: “Mirad a mi siervo” (Is 42,1). En el bautismo Jesús se une al movimiento de Juan, que busca la conversión del hombre, el cambio de vida: “Te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos a los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas” (Is 42,6b-7). Jesús será el autor del cambio, del paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida que está llamado todo hombre.


Jesús no salvará a la humanidad por decreto-ley sino por el camino de la encarnación, él mismo se unirá al grupo de los pecadores; no tiene pecado, pero vivirá el sufrimiento y la muerte, consecuencias evidentes del pecado. Asumiendo el ser total del hombre, lo salvará. Una magnifica lección para todos nosotros, un principio que debería regir nuestra vida personal, social y pastoral. No se puede salvar lo que no se asume, lo que no se hace propio. ¿Entendido el mensaje? El Jesús que entre los pecadores se acerca a Juan Bautista, aunque él no conocía pecado ni necesitaba conversión, es el mismo Cordero de Dios, que carga (asume) los pecados de la humanidad entera, y con su entrega de amor total (perdón) la redime. A la cruz apunta el bautismo.

Así es. La persona de Jesús, vista desde la perspectiva del Siervo de Yahvé, nos da pie a reconocerle, ya desde el inicio de su vida pública en el Jordán, como aquel que será crucificado por nosotros y por nuestros pecados (cf Gal 3,13); el mismo Bautista lo presenta a los suyos diciendo de Él que es "el Cordero de Dios" (Jn 1,29). La imagen que más arriba acompaña este texto, La crucifixión, de Matthias Grünewald (foto de arriba) resume esta enseñanza presentando al Bautista señalando con el dedo al que por nosotros muere en la cruz. Para eso ha venido, para ser siervo de los siervos, para cargar con nuestras injusticias y maldades.


Nuestro bautismo

“Se oyó una voz del cielo: Tu eres mi hijo amado, mi preferido” (Lc 3,22). Una voz que bien podría oírse descendiendo del cielo en el momento en que Jesús muere en la cruz. Jesús es el Hijo de Dios. También nosotros, por el bautismo, somos hijos de Dios. Y también de nuestro bautismo dimana una llamada a vivir para y morir para los demás, una exigencia de servicio en favor de los hermanos. A la cruz apunta también nuestro bautismo.

Desde la exigencia de entrega y generosidad, en línea con el ser y la misión de Jesús, deberíamos de recuperar el significado del bautismo que recibimos. Junto con la Eucaristía, este sacramento, está considerado uno de los más importantes. Sin embargo, es poco valorado, reflexionado y asumido. Solemos celebrar los aniversarios de boda o de nacimiento, pero poco sabemos acerca del día en que recibimos nuestro bautismo; la mayoría ignora incluso la fecha en que fue bautizado; algunos incluso el lugar. Son signos evidentes de la poca importancia que concedemos a este sacramento. Y no sólo es minusvalorado individualmente, da la sensación de que la propia iglesia-institución lo tiene en poco, no porque el Catecismo lo considere irrelevante, sino por la escasa o nula exigencia a la hora de administrarlo.

Para acceder al sacramento del Orden Sacerdotal, de menor importancia teológica que el bautismo, aunque de mayor calado institucional, se le exigen al candidato una serie esmerada de requisitos: estudios de teología, espíritu de oración, un comportamiento moral recto, testimonio de fe, etc... Sin duda se trata de requisitos muy necesarios para el ejercicio del ministerio sacerdotal. Pero contrasta esa meticulosidad con la ligereza con que se administra el bautismo de niños; tengamos en cuenta que, aunque prácticamente toda la teología bautismal se hace teniendo como telón de fondo el bautismo de adultos, en la práctica normalmente se bautiza mayoritariamente a niños, haciendo de la excepción regla.

Para el bautismo de un niño no se exige a los padres más que el hecho de que lo pidan y, en última instancia, que asistan a una o varias charlas de dudoso valor para un discernimiento serio. ¿No estamos ante una contradicción? Ni siquiera la exigencia de unos padrinos confirmados nos sirve de garantía, dado que el sacramento de la confirmación tampoco asegura una fe madura, y el ritual del bautismo pide la fe y el compromiso de los padres; de los padrinos sólo exige el compromiso de la ayuda para educar en la fe.

Habría que preguntarse si el descenso del número de bautismos en nuestra iglesia no es debido al bajo discernimiento que se aplica al administrarlo. Tal vez la rutina y la costumbre de bautizar por sistema sea la consecuencia lógica de la perdida de significatividad de este sacramento. Cuando lo reducimos a acto meramente social, desligado de su conexión vital con la Palabra que alimenta la fe y la Caridad (comunión con el amor de Jesucristo) que le da crecimiento y madurez a la vida, no podemos extrañarnos de que muera por inanición.


* * *
La Fiesta del Bautismo del Señor es un buen motivo para redescubrir el valor y el significado del sacramento del bautismo y dignificarlo tanto en su fondo (repensar la relación fe-bautismo) como en su forma (bautismo de adultos, o de niños que tengan verdaderamente garantías de que recibirán la formación cristiana adecuada).

¿De qué sirve el sacramento del bautismo sin la posibilidad de una toma de conciencia progresiva de que somos hijos de Dios? Un catecumenado adecuado, antes del bautismo en los casos de bautismo de adultos, o con la mayoría de edad en los casos que fueron bautizados en su infancia, es algo irrenunciable si queremos ser fieles a la misión de Jesús. Se trata de conectar el signo bautismal, la fe, con la vida.

Ya lo hemos dicho, cada vez son menos los niños que reciben el bautismo, y menos también los bautizados que consideran la fe en Jesucristo como algo importante para ellos; la vida matrimonial y familiar, la vida económica, laboral, o de relaciones sociales se desliga cada vez más de la norma cristiana. ¿No suponen estos datos una llamada apremiante a redescubrir nuestra fe bautismal? Responder a este reto es un camino largo donde está en juego la identidad cristiana en un mundo de pluralismo cultural y religioso. El primer paso para una renovación de nuestra espiritualidad cristiana bautismal está en mirar y seguir a Jesús de Nazaret, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y, con él, asumir nuestra realidad y llevarla adelante con el mismo estilo del Crucificado-Resucitado.

 
Enero 2017. castoacedo@gmail.com
 
Casto Acedo. 

Buda en Cáceres

No deja de sorprender que siga adelante el proyecto de construcción de la macroestatua de Buda y el centro Budista en la ciudad de Cáceres, ...