miércoles, 22 de diciembre de 2021

Nochebuena-Navidad (2021)


Determinados colectivos, con el pretexto de no herir sensibilidades, se proponen eliminar del lenguaje oficial de la Unión Europea la palabra "Navidad" para designar estos días que celebramos. Se quiere sustituir por "Fiestas del solsticio de invierno", o "Fiesta del sol",  o simplemente "Fiestas" a secas, pretendiendo así que las felicitaciones de estos días tengan un carácter más universal. Me temo que lo que se quiere eliminar es la realidad original cristiana de la "Navidad" reduciéndola a otra, en teoría más universal "Fiesta del sol"; como si el nacimiento y la paz del Niño-Dios fueran bendiciones restringidas sólo a uno pocos y no abiertas a toda la humanidad.  

¿No resulta extraña esta aspiración a suprimir el lenguaje cristiano  en unos tiempos en que los signos de identidad se apoyan y se promueven como un derecho de los pueblos? ¿Hay alguien que se atreva a negar que el cristianismo -aunque sólo sea cultural- es un signo de identidad europeo? La pretensión de la Unión Europea de borrar de su memoria los principios universales del cristianismo sólo puede conducirle a minar los cimientos en que tuvo su origen y se sostiene. 

Religiosamente, si suprimimos en estos días el Evangelio del nacimiento de Jesús narrado por san Lucas (2,1-14) la Nochebuena-Navidad quedará  huérfana y vacía, empobrecida por la absorción de la fiesta pagana del “sol invicto”.  El sol es muy de agradecer durante el día, pero no ilumina la noche cerrada.  Sin el nacimiento de Jesús, Luz de Luz, la Esperanza, con mayúsculas, queda devaluada; tendríamos sólo la minúscula y tediosa esperanza  del eterno retorno de lo mismo; luces exteriores que deslumbran y entontecen al alma, nada comparable con la Luz interior que la ilumina.
 
Los cristianos, sin renunciar al hecho del “nacimiento del sol”,  el solsticio de invierno, que sucede en estos días, trascendemos el sentido físico y cosmológico y celebramos un acontecimiento teológico: el nacimiento de Cristo, encarnación de Dios, a quien simboliza, pero no puede sustituir, el astro rey: “nos visitará el sol que nace de lo alto” (Lc 1,78); Cristo es el auténtico Sol que nos ilumina, la luz que vence a las tinieblas, la Luz sin la cual ni el mismo sol alumbraría. ¿Pueden los elementos naturales por sí mismos saciar nuestra sed de vida?
 
El pasaje de san Lucas que narra el nacimiento de Jesús indica que en la noche oscura del mundo y del corazón humano nace una luz, una estrella que es a la vez guía y meta.

Traigamos a  consideración algunos versículos del citado Evangelio de la Natividad.

1) “Salió un decreto del emperador Augusto..., durante el mandato de Quirino”. La serie de datos históricos que  nos da en el evangelio de Lucas no son baladíes. Tienen un sentido. El nacimiento de Jesús no es un mito, sino un hecho histórico que ocurre en un lugar y momento concretos.

Jesús nace en unas circunstancias dolorosas, durante un largo viaje que el Emperador obliga a hacer a sus padres para  empadronarse en su ciudad natal; unos padres que deben inscribirse en el censo de un imperio que ellos no han escogido, pero al que deben pagar puntualmente sus impuestos; ese era el objetivo del censo: asegurarse el pago, o lo que es lo mismo, poder explotar con cargas financieras a los pobres. Y Dios, que escribe derecho con renglones torcidos, aparece en la historia en esas circunstancias de injusticia. Nace en lo más bajo, tal vez porque así su lenguaje será entendido por todos. 

Una enseñanza: huye de la Navidad del mito, que la reduce a sentimentalismo y beatería.  Acoge la Navidad como un toque a tu historia, porque el nacimiento del Niño-Dios no es un cuento, un mito intemporal y aespacial, sino un acontecimiento, un hecho para ti "aquí y ahora". Navidad no es pasado (nació) ni futuro (nacerá), es presente, presencia de Dios (nace). "Hoy es el día de la gracia, Hoy  es el día de la salvación" (2 Cor 6,2). 

La Navidad conmueve las entrañas, desentumece los brazos, y mueve a la acción. El niño que calla ante la imposición imperialista que le obliga a nacer en una cueva de Belén, no callará ante el sistema demoníaco que hace del mundo un infierno. Si no percibes lo injusto de nacer en Belén, lejos del hogar, y no sientes una llamada a trabajar por la justicia, deberías "mirar tu navidad".


2) “No tenían sitio en la posada”. Es una imagen muy socorrida para abrirnos los ojos a la solidaridad. A Dios mismo se le cierran las puertas de su casa. “Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron (Jn 1,11)”. La luz no es fácil de percibir cuando las tinieblas del egocentrismo oscurecen los ojos. Durante el tiempo de Adviento se te ha invitado a preparar el camino al Señor, a hacer una buena penitencia, a abrir tu corazón a la venida del Salvador.

“Mira que estoy a la puerta y llamo” (Ap,3,20); Cristo Jesús llama a tu puerta en Navidad. ¿Le abrirás? No sé qué harás, pero una cosa es segura: Él sí tiene las puertas abiertas para ti. Él mismo dice “yo soy la puerta” (Jn 10,9). En Navidad se abre la puerta de Dios,  la puerta de la Vida, las puertas del Reino de los cielos, para ti.

Muy importante es dejar que Dios entre en tu vida; pero más importante aún es que tú entres en la vida de Dios, en su Evangelio. Jesús viene para ser “puerta” abierta, brazos abiertos, para que entres en Dios y te dejes acunar por Él; con Jesús, que come con publicanos y pecadores, contigo, se te abren las puertas de la misericordia. Esto es Navidad.

3) “Había unos pastores… y un ángel del Señor se les presentó… Se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: No temáis”. ¿No nos recuerda esto a otra aparición de ángeles? “No temáis… no está aquí, ha resucitado” (cf Mt 28,5-6).

No tengáis miedo a Dios; Herodes le tendrá miedo y querrá quitárselo de en medio; igualmente los poderosos del momento (saduceos, fariseos, ...) querrán eliminar a Jesús, porque les hace la competencia –o al menos eso piensan ellos-; en contraposición, unos pastores, adelanto de aquellos que serán discípulos y apóstoles, acogen el anuncio del ángel y lo transmiten a los que encuentran en su camino; son los primeros evangelizadores: “Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores (Lc 2,18).

No tengas tú miedo a Dios, porque Dios es inofensivo. ¿Algo más inofensivo que un bebé? Míralo y déjate mirar por Él; y luego, cuenta a otros lo que has visto.


4) "Os traigo la gran noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Una señal: un niño fajado, envuelto en pañales; acostado en un pesebre; la tradición iconográfica de oriente suele pintar a Jesús totalmente aprisionado en las gasas, y acostado en un pesebre que más bien parece un pequeño sepulcro. Esa es la señal.

¿Cuál es la señal del cristiano? La santa cruz. Ese niño envuelto en debilidad, atado a la tierra, Dios-débil, es el mismo que será crucificado, “debilidad” del amor de Dios clavado en la cruz. En cierto sentido el amor es “débil”; “Dios ha escogido lo débil del mundo para confundir a lo fuerte” (1 Cor 1,27). El amor nos hace vulnerables.

Vulnerabilidad, debilidad, de Cristo en la cruz; arrodillarte ante el Belén es arrodillarte ante la cruz (recuerda el acto de “adoración” de la cruz del Viernes Santo), o, lo que es aún más exigente, arrodillarte ante el Santísimo expuesto,  o ante el Sagrario, “Belén viviente” expuesto todo el año; Dios con nosotros en la tienda del encuentro.

Navidad es un buen tiempo para hacerte débil, vulnerable en el amor. No temas emocionarte y llorar; no temas ser criticado por tu "debilidad de amor", por tu decisión de amar más allá de los cánones que impone tu "personaje". La belleza de la vida no está en el egoísmo inmutable, encallecido e insensible; la hermosura brilla en la debilidad en la que nos sumerge el amor. Cada toque de amor que recibas estos días es un requiebro del amor de Dios que te va llevando a desearle a Él más y más. Sólo en el Niño-Dios va a encontrar remedio tu herida de amor.  

5) “Una legión del ejército celestial alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama”.

Dios ama a todos. A todos desea la paz. El Salvador ha venido para que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2,3). La Navidad es "inclusiva", no excluye a nada ni a nadie, "universalista”, católica, abaierta; no queda reducida a unos pocos, aunque esos pocos sean los que externamente la celebramos. Ese niño que nace en Belén viene para reconciliar a todos los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.

La Epifanía de Dios no tiene fronteras. El día 6 de Enero se nos recordará; judíos, griegos, paganos de todo tipo, tienen abierta una puerta para entrar en la vida de Dios. La Navidad es misionera, porque el Hijo de Dios ha sido enviado a anunciar a los hombres la Buena Noticia; y sus seguidores no pueden menos que hacer lo mismo que el Hijo, que “ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10).

"En la tierra paz a los hombres que Dios ama”. Paz para todos, paz  para ti. ¿Sabes que Dios te ama? Deja que su voz susurre en tu silencio: "¡N. Te quiero!". Aquí tienes un buen ejercicio de contemplación para estos días. Contemplar, mirar, el amor que Dios te tiene.  Mucho antes de que tú le amaras, antes de tu conversión, ya te tenía Él en su corazón. Gózate en esta Buena Nueva: "¡Siempre he estado contigo -te dice-, y hoy, con mi Natividad, vengo a decírtelo!". Sumérgete en la paz que da saberte en brazos de Dios.
 
* * *
 
Unidos a la Iglesia y al mundo entero, celebremos y gocemos la Navidad del Señor, su inmenso amor a los hombres. Dios nos ama; y “si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Rm 8,31).

¡FELIZ NAVIDAD DEL SEÑOR!

 Diciembre 2021.
Casto Acedo Gómez.

jueves, 16 de diciembre de 2021

María de Navidad (Domingo 19 de diciembre)

A estas alturas del Adviento ya lo tenemos todo programado para las fiestas. No sin ciertas prevenciones por el covid,  hemos planeado ya dónde  pasar la nochebuena, con quién cenaremos, cuántos seremos a la mesa, qué hacer el día de Navidad… Todo organizado con minuciosidad. Pero ¿no estaremos olvidando lo principal del día: el nacimiento de Jesús? 

Nuestra cultura tiende a celebrar una navidad sin nacimiento, una buena noticia sin contenido espiritual, sin ninguna novedad; como si la Navidad fuera solo un mecanismo, un movimiento automático y robotizado,  una construcción social vacua y sin sentido, o al menos sin el sentido genuino que ella misma tiene. De ser una fiesta crítica y revolucionaria (recordemos la reacción a la defensiva de Herodes, o la oposición farisea y saducea a Jesús), el sistema social vigente la ha transformado en conservadora y alienante. ¿Hemos domesticado la Navidad?
 

Un nuevo nacimiento
 .
Es importante recordar que las celebraciones de Navidad no son un fin en sí mismas, sino un medio. Lo verdaderamente definitivo en estos días es "el nacimiento”:
*por un lado el nacimiento de Jesús en Belén, Dios es natividad, vida, historia abierta al futuro;
*por otro lado  tu nacimiento de lo alto.

En su diálogo con Nicodemo Jesús habla de éste segundo nacimiento: “dijo Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.» le dice Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya dicho: Tenéis que nacer de lo alto. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.» Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?». Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas?” (Jn 3,3-10). 
 
Un nuevo nacimiento. Del mismo modo que María se sorprende cuando el ángel le dice que va a ser madre del Señor sin intervención de varón alguno -"¿Cómo será esto, puesto que no conozco a varón?", (Lc 1,34)-, también Nicodemo se asombra: “¿Cómo puede ser eso?”. La similitud de la sorpresa nos puede servir de referencia para darnos cuenta de que hay una muy directa conexión  entre Navidad y Bautismo.  Celebramos el nacimiento de un Salvador (salvación) que llegó a Belén hace poco más de dos mil años y llega  a nosotros, sacramentalmente, en el signo del agua bautismal. Preparar la celebración del nacimiento de Jesús es preparar la renovación de mi propio re-nacimiento como hijo o hija de Dios en el bautismo. 
 
Para renacer, hacer navidad en mí, la Palabra me invita a despojarme del vestido viejo del pecado y vestirte el traje nuevo de la justicia y la gracia de Dios (cf Ef 4,22). La Navidad tiene su dimensión penitencial. ¿Para qué viene Jesús si no es para liberarme del pecado que nos aliena? Celebro que el Niño es como dice el villancico "amor en el pesebre y sufrimiento en la cruz"; Dios se hace hombre, se hace Navidad, para salvarme de las "navidades idólatras egoístas" que corrompen mi bondad natural. 

Si la máquina del mundo me tiene atrapado con sus cantos de sirena y no soy consciente de la corrupción y la esclavitud en la que vivo, entonces, ¿qué puedo hacer?  En este caso párate, medita, contémplate en tu miseria, reconoce tus equivocaciones. Se consciente de que estás atado, limitado, por tus deseos egoístas. 

Sin conciencia de esto no hay Navidad; en todo caso habrá “navidades”, fiestas y folklores vacíos; mimetismo, ritos insípidos, muy alejados y sin relación alguna con el original. Es triste observar cómo la decadencia del sentido cristiano de la Navidad no es sino el reflejo de  la pérdida del sentido más genuinamente humano  de la vida, y viceversa. No olvidemos que la Navidad celebra el renacer de lo humano, el retorno a la naturaleza original de Adán antes de la caída; más aún, el renacer a la vida nueva del Nuevo Adán, Cristo. Porque si grande fue la culpa de Adán, más grande es el amor de Dios en Jesucristo. Navidad es el triunfo del amor y la vida sobre el o dio y la muerte,

María se asombró del anuncio del ángel, Isabel también se sorprendió con la visita de María. Nosotros, que arrastramos ya muchas navidades, que ya tenemos preparada y ¿controlada? la Navidad de este año, que creemos ya cumplido todo en nosotros, ¿de qué nos vamos a asombrar? ¡Tenemos las figuras de nuestro belén tan bien colocadas...!. Qué pena; vivimos tan automatizados que se nos acaba la vida. Ya parece que nada nos sorprenderá; no esperamos ninguna Navidad, ningún nacimiento nuevo en nosotros.
 

María de Navidad.

No todo está perdido. Aún estás a tiempo de vivir la alegría de la Navidad si apartas a un lado el ruido de las "navidades" y te reconcilias con lo que eres, con la Navidad.  De principio te sentirás descolocado;  porque te quedas vacío; pero sin tardar mucho podrás sentir cómo Dios va emergiendo en tu interior y ocupando su espacio en tu vida;  derribado tu particular belén surge el nuevo nacimiento de Jesús en ti.

Así vivió María su experiencia de "Dios con nosotros". En un primer tiempo hubo de asimilar el nacimiento "hacia dentro"; ella se vio profundamente afectada en su encuentro con el ángel. Sorpresa, miedo, dudas, aceptación, alegría; los sentimientos de la Virgen María de la Navidad se entrecruzan. Y ella guardaba todas estas cosas en su corazón.

Luego tuvo muy claro María que no podía esperar impasible el nacimiento del Hijo; igual que su antepasado Abrahán, padre de los creyentes, también María recibe la llamada de Dios y no se encierra en sí misma, se pone en marcha dejando atrás sus seguridades; fue llamada y ella escucha y asiente; Dios la elige -María significa “la elegida”-, y ella también elige, dice “sí” (fiat) y se pone en marcha fiada sola en las promesa de Dios, que “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes” (Lc 1,52).

La contemplamos hoy en el camino: “se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá” (Lc 1,39), donde la necesitaba su prima Isabel . Podemos imaginar a María camino de Ein Karen -así se conoce por tradición el pueblo natal del Bautista-, con Jesús en su seno, preparando la Navidad con un programa de compromiso, de acercamiento al próximo visible en su prima necesitada. ¿No es este un tiempo propicio para acercarnos a quienes sabemos que necesitan nuestra ayuda? ¿No lo es también para allegarnos al que pide nuestro perdón y nuestra acogida?, ¿No son las vísperas de Navidad un buen tiempo para restañar las heridas abiertas entre hermanos? Más aún si son parientes cercanos. Cuesta un poco, pero merece la pena; basta con nacer de nuevo abandonando el egocentrismo, la desconfianza, los prejuicios. Duele, ¿qué parto no es doloroso?, pero merece la pena.

Me imagino a María sanando heridas, perdonando, viviendo con intensidad los acontecimientos sencillos de su vida y la de sus parientes. Una persona que vive para los demás, que sabe gustar todo lo bueno de la vida, que “proclama la grandeza del Señor” porque en la humildad y el desasimiento no se siente desgraciada sino totalmente llena. Una mujer que reparte alegría, sólo de una mujer así puede decir su prima Isabel. “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?" (Lc 1,43)


Para hacer tu voluntad
.
La carta a los hebreos que se proclama hoy nos revela que Jesús vino a cumplir la voluntad del Padre, “y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hbr 10,10). ¿Cómo acercar a Dios al mundo? Dejando que el Padre sea Padre, dejando que Dios sea Dios, aceptando su voluntad como clave de la vida, en otras palabras: viviendo la humildad, como María;  aparcando “voluntades” egoístas y dejando paso a la “voluntad” del Dios que es amor puedes sanar al mundo herido por el egoísmo, la violencia y el rechazo de la Palabra de Vida.
* * *

Recuerda el grito que  inició el Adviento: ¡despertad, abrid los ojos!;  la Navidad puede sorprenderte este año si la recibes con un corazón (mente) abierto. Habrá Navidad para ti si renuevas (revolucionas) en ti la gracia del bautismo; si das paso en ti al Jesús  (Dios-misericordioso) que hasta ahora te has negado a aceptar.

No sé si tus “navidades” responden a la voluntad de Dios. Habrá cosas en que sí, y cosas en que no. Ya cercana la hora, puedes hacer balance; sitúate en silencio ante ti mismo y ante Dios, mira tus preparativos, y pregúntate: ¿Es esto que pienso y hago lo que Dios quiere? ¿O es más bien lo que quiero yo? Cercano el día del nacimiento toca decidir de manera concreta cómo vas a celebrar el nacimiento de Dios. Aunque en la mesa pongas los mejores manjares todo será basura si dentro de ti sólo hay basura. Mira tu interioridad.

En Navidad no sólo nos visita Dios, también su madre, María. Y podemos hacer nuestro el grito entre feliz y sorprendido de Isabel: ¿Quién soy yo para que María se preocupe de mí? ¿Merezco siquiera su atención? La sorpresa de Isabel es también esencial en Navidad. ¿Te sorprende la idea de que Dios venga a ti? ¿Valoras la trascendencia de ese don? Responde con humildad: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Hbr 10,7)

Para que sea Navidad en tu vida pon en ella tu corazón, siéntete afectad@ por la venida de Cristo, como se afectó María. Junto con el Bautista, ella es guía privilegiada para vivir estas vísperas de Navidad. 

La Navidad está aquí, la tienes a tu lado, a tu alcance. Es una gracia. Es Jesús que pasa, que viene a tu casa, que quiere nacer en ti; y quiere que con Él nazcas de nuevo. Ábrele la puerta a Él y a sus amigos. Acoge a Jesús en María, su Iglesia. La salvación ha llegado. Es Navidad.

Casto Acedo Gómez. Diciembre 2021 castoacedo@gmail.com

jueves, 9 de diciembre de 2021

Escuela, parroquia, sacramentos, sínodo.

El día de la Inmaculada pude ver cómo sólo una pequeña parte de los niños que se preparan a la Comunión, asistían a la misa mayor. Esto me ha hecho reflexionar, y estas notas son la plasmación de la inquietud que suscitó aquel hecho, Una vez me puse a escribir me sugirió que no vendría mal tomar esto como reflexión sinodal. Aquí está por si te sirve. 


Una de las rémoras mayores para una nueva evangelización en España es la relación estrecha que en épocas pasadas se vivió entre la Iglesia y el Estado. Algo que, si no materialmente, sí formalmente sigue influyendo en el inconsciente colectivo eclesial.

Recuerdo cuando niño que prácticamente las lecciones de catecismo las recibíamos en la escuela, e incluso la primera comunión y la confirmación eran sacramentos ligados a edades que tenían como referencia el curso escolar. Hoy, gracias a Dios, vivimos una deseable separación legal entre la escuela y la parroquia.

Es verdad que hay clases de religión en los colegios, pero no tienen, como pudieron tener en otro tiempo, la finalidad de sustituir a la catequesis sino la de procurar un necesario diálogo entre ciencia y religión. Creo sinceramente que las clases de religión en la enseñanza reglada son una bendición, porque previenen el fundamentalismo y la intolerancia religiosa. Articular un estudio del hecho y la creencia religiosa en el ámbito educativo facilita el diálogo y el respeto mutuo.

Considero, pues, buena y necesaria la presencia de la religión como asignatura en la escuela. No se puede respetar ni amar lo que no se conoce. Cuando nos acercamos a las realidades y nos relacionamos con ellas nuestra percepción y nuestras valoraciones cambian, porque superamos prejuicios y posturas extremas que dañan y perjudican la convivencia. Nos ha ocurrido con temas como el divorcio, la homosexualidad o el machismo-feminismo, en otro tiempo realidades tabú, censuradas y cerradas al diálogo por parte de una mayoría considerada socialmente “normal” (entiéndase); hoy, por suerte, esos temas son considerados con unos criterios más abiertos y humanos.

Trabajar por la inclusión de todos en una sociedad común, evitando la exclusión del diferente, es una de las tareas más difíciles y comprometidas en nuestro tiempo. Excluir a alguien del ámbito de la reflexión filosófica o de la vida social por su condición sexual, su ideología o su creencia religiosa, me parece un mal camino. Sin pluralidad no puede haber unidad, sólo uniformidad. La pluralidad es una riqueza, la uniformidad la mayor pobreza. Hacer de la escuela un lugar de encuentro entre diversidades es una bendición; excluir de ella alguna realidad humana me parece nefasto. La “universidad”, nombre de los centros de enseñanza de más alto nivel, se caracteriza porque todo el universo de saberes concurre en ella.

* * *

Y, una vez establecida la premisa de la necesaria y conveniente relación entre religión y cultura, me gustaría ir a algo más concreto. La necesaria delimitación de competencias entre la escuela y la parroquia, entre el centro de estudios y el centro de práctica religiosa.

En España, tal vez por la inercia de la historia, se ha considerado y muchos aún consideran a la fe católica como parte irrenunciable del “ser español”. Y esta confusión fe-nacionalidad española, tras más de cuarenta años de constitución democrática, sigue sin estar totalmente eliminada.

Somos muchos los que, en su momento, recibimos una instrucción doctrinal católica en las escuelas estatales. Me gusta decir que a mi generación, los nacidos en las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo XX, se nos dio una mal llamada catequesis en la escuela. Se nos enseñó ahí "la doctrina cristiana",  en un tiempo en el que la catequesis se confundía y reducía a aprender el catecismo. Hoy sé que la catequesis es mucho más, supone no sólo una formación intelectual (doctrina) sino también emocional (oración, celebraciones) y moral (amor-caridad).

La doctrina la aprendí en la escuela, pero la vivencia espiritual básica (oraciones y conducta) la aprendí en mi familia y en un propicio  ambiente religioso familiar y social. La escuela me enseñó oraciones, pero quien me enseñó a rezar fue mi madre; aprendí normas de conducta en el colegio, pero el gusto por el bien lo aprendí en la familia; me hablaron de Dios en las aulas, pero la parroquia me hizo sentirlo como parte mía y de mi Iglesia.

* * *

La conclusión es clara: la escuela no fue para mi el lugar donde recibí la fe, sólo fue el sitio donde estudié las enseñanzas de mi religión en relación con otros saberes. En mis tiempos de infancia, por razones políticas obvias, eso no estaba tan claro. A veces se mezclaban las cosas, como confundir la religión católica como el único camino bueno, o la pertenencia a la Iglesia católica como algo imprescindible para ser un español de primera.

Todavía hoy sufrimos las consecuencias de aquellos tiempos. Y no creo que la dificultad siga existiendo por voluntad de las autoridades académicas sino de las religiosas. En la Iglesia seguimos manteniendo una relación catequesis-colegio que no hace sino generar confusión en la gente sencilla, al mismo tiempo que se establece como un gran obstáculo para la nueva evangelización. 

No es baladí que las catequesis de los niños y adolescentes se inicien al ritmo del curso escolar, y que se relacionen con el ritmo del calendario que marca el ministerio de educación. Incluso los mismos párrocos suspendemos las catequesis en las fechas en las que el colegio establece un puente. Los grupos de niñ@s en catequesis se organizan adaptándose a los grupos escolares, no solo en calendario  sino también en grupos que comparten las mismas aulas en el colegio. Los puentes y vacaciones escolares coinciden con las grandes fiestas religiosas -Navidad, Semana Santa, y otras como Inmaculada o Asunción de la Virgen María, etc.- , lo cual facilita que en esos días la asistencia de niños y adolescentes a cultos parroquiales sea ligeramente más baja que en las fechas de enseñanza escolar regular. 

¿Tiene sentido que en las grandes celebraciones cristianas estén ausentes l@s niñ@s y adolescentes que están proceso de catequización? ¿Tiene sentido dar por formado cristianamente a quienes aprenden teóricamente las fiestas y los días litúrgicos más señalados  (Natividad, Santa María madre de Dios, Epifanía, Jueves y Viernes santos, Vigilia Pascual o domingo de Resurrección) pero no participan en las celebraciones de esos días?  Ningún sentido.

Los programas de catequesis ensalzan el valor religioso de las solemnidades que hemos señalado, y la práctica desautoriza la enseñanza. Es este un “pecado eclesial” corriente. Se llama “falta de discernimiento”, o mejor: falta de sentido común. Sin este discernimiento, o sentido común, todo proceso de nueva evangelización es una logomaquia, un juego de palabras, una ficción pastoral.

La necesaria renovación de la vida espiritual de la Iglesia ha de pasar necesariamente por la erradicación de “costumbres-okupas” que se instalaron en otro tiempo en el organigrama parroquial. Costumbres como la primera comunión en tal o cual edad o en determinado curso escolar, confirmación a tal edad o coincidiendo con tal curso académico, celebración de comuniones e incluso confirmaciones en el mismo colegio, bautismos sin un mínimo discernimiento, bodas indiscriminadas de no-practicantes habituales, cuando no motivadas por la presión social (no dar disgusto a la familia) o motivaciones estéticas (es más bonito casarse ante el altar), etc., están pidiendo una clarificación.


Algunos se siguen preguntando por qué la gente abandona la Iglesia o no tiene interés en entrar. Y las incongruencias que he expuesto creo que forman parte de las posibles respuestas. He empezado comentando lo de la catequesis y la enseñanza escolar porque creo que deberíamos tomar conciencia de que la sociedad secular sí ha tomado sus medidas para clarificar su identidad; somos nosotros los que, o bien seguimos confundiendo nuestra fe con algo social o nos da miedo aceptar la realidad de que estamos perdiendo nuestra identidad, que pasa más por el evangelio que por los cultos que lo celebran. Seguimos excesivamente preocupados por la Iglesia, y eso impide contemplarnos y actuar en un marco mayor: el Reino de Dios.

Cuando el Papa Francisco habla de “Iglesia en salida”, me gusta decir que no se refiere a un club de pescadores que salen afuera para traer peces a la pecera. No. Nuestra preocupación no debería estar centrada en llenar los templos a base de “inventos pastorales sacramentales”; es verdad que los sacramentos son importantes, pero reducir la riqueza de la conversión cristiana a la recepción de un sacramento “porque toca”, no deja de ser un regreso a la vieja situación de cristiandad que no tiene nada que ver con nuestros tiempos. La “Iglesia en salida” no es la dedicada a pescar fuera sino la que se las ingenia para ser Reino ella misma y hacer presente el Reino más allá de los muros de los templos. Luego, quienes conozcan de veras el evangelio y sus riquezas espirituales y materiales desearán encontrarse con quienes tuvieron su misma experiencia para celebrarlo juntos en el templo, … si los “okupas” no se lo impiden.

Ardua y dolosa es la tarea de renovación eclesial que se nos está pidiendo. Y sólo juntos podemos hacerla. Lo más doloroso va a ser extirpar viejos tics, esos antiguos patrones de comportamiento eclesial que se nos han adherido y a los que estamos aferrados en exceso. Purificar pide necesariamente entrar en crisis, quemar, cortar, entrar en la noche. Sin aceptar el pago de este precio -y nos costará aceparlo- no veremos amanecer.


Que sirva esta breve reflexión como un compartir  para estos tiempos de preparación para el sínodo de 2023. La necesidad de dar respuestas conjuntas a temas como éste debería animarnos a crecer en  sinodalidad , en el caminar juntos hacia el Reino.

Mérida, 9 de Diciembre de 2021
castoacedo@gmail.com
Casto Acedo

Alegría en la mesura (12 de Diciembre)

 

Al tercer domingo de Adviento se le llama domingo laetare, es decir, domingo de la alegría, porque la preparación de la Navidad, la adquisición de una buena condición espiritual para dar libre acceso a Dios en la vida, sólo es posible en la alegría. ¿Puede existir esperanza sin ilusión, sin esa chispa de felicidad que produce la intuición de la presencia y cercanía del ser querido? ¿No es la espera en el gozo y la alegría el motor de la existencia? La esperanza-confianza en la misericordia de Dios genera alegría.

La alegría del Adviento.

La alegría del Adviento nace de la certeza presente de la fe puesta en que las promesas del Señor se cumplirán. Sus promesas son verdaderas y palpables en el ahora, dice la fe. El temor ("no temas") nace de la desconfianza en Dios y nos hace "desfallecer". Hoy el Espíritu nos anima, como Isabel animó a María:"¡Dichosa tu que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1,45). "El Señor se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo, como en día de fiesta" (Sf 3,17b-18a).

Los caminos de la alegría.

¿Desde dónde nos viene la alegría confiada del Adviento? ¿Nace la alegría del hecho de tener cubiertas las necesidades materiales? La experiencia de quienes tienen más de lo necesario para vivir niega que sea así. A pesar de todo, son muchos los que e el Adviento viven demasiado centrados en el consumo navideño. Pero la felicidad no está en consumir. La verdadera alegría se palpa en la intuición de que la promesa de salvación se está cumpliendo; hoy confío en la misericordia de Dios y la esperanza de un futuro mejor brota en mi interior.

¿Cuáles son los caminos que conducen a la alegría? San Juan Bautista nos da unas claves: Vinieron a bautizarse mucha gente, entre ellos, unos publicanos -pecadores recaudadores de impuestos- y unos militares y le preguntaron acerca de lo que tenían que hacer. Y el bautista les indica cuál es el camino de la conversión, del cambio de la insatisfacción a la satisfacción, del paso de la oscuridad  a la luz, de la tristeza a la alegría.



a) C
ompartir fraternalmente los propios bienes. La gente acudía al Bautista a pedir consejo acerca de cómo preparar su espíritu a la venida del Mesías. Y Juan les anima a prestar atención a quienes viven bajo el umbral de la pobreza: "El que tenga dos túnicas que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida haga lo mismo" (Lc 3,11). ¡Qué buen consejo para el domingo laetare! Quien es feliz comparte, porque no existe la felicidad rácana, egoísta, avara… el bien y la felicidad tienden por sí mismas a expandirse. Quien quiera que desee alcanzar la alegría debe vivir desde la convicción de que es más feliz quien da que quien recibe. Es más, en dar y darse está la verdadera alegría. La avaricia es enemiga de la felicidad. "Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,36)

b) Vivir en la justicia. A unos  publicanos o funcionarios encargados de cobrar los impuestos, que acudieron a Juan, éste les dijo; "No exijáis más de lo establecido" (Lc 3,13). La corrupción es un viejo pecado. Y en ese pecado todos tenemos una mayor o menor parte. La justicia nos obliga a dar a cada cual lo que le corresponde; que no significa un reparto a partes iguales, sino repartir los bienes comunes "según la necesidad de cada uno" (Hch 2,45). No es justicia regirse fríamente por la ley sino por el principio-misericordia. Exigir a otros más de lo establecido aumenta la corrupción, dar a otros más beneficio del que por estricta legalidad le corresponde es caridad, y esta virtud reporta siempre alegría.  

c) Practicar la moderación -mesura- en el ejercicio del poder. A unos soldados, es decir, a unos que tienen fuerza, poder y autoridad, Juan les dice: "No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga" (Lc 3,14)Se ve que el descontento del funcionario por su sueldo no es sólo cosa de hoy. La conversión a la alegría que pide Juan Bautista pasa por huir de cualquier forma de extorsión o cualquier otro tipo de violencia y ser exquisitos en el servicio público. Los que se aprovechan de la situación para obtener ventaja, ya sea extorsionando al pobre, medrando en sus propios negocios, o favoreciendo de cualquier otro modo sus intereses personales, no llevan buen camino. La práctica de la mentira y el engaño, ya sea personal o social, siempre acaba pasando factura. Lo que siembras es lo que cosecharás. 

¡Qué necesaria es llevar una vida espiritualmente satisfecha y serena para vivir la plenitud del gozo! El descontento y la violencia no pueden convivir con la alegría. Donde la violencia impone su ley, la alegría queda oscurecida. ¡Cuántos hogares rotos por la irrupción de la ira! La violencia solo genera una insatisfacción interior que se exterioriza multiplicando la violencia. Deberíamos trabajar el modo de romper ese círculo vicioso. Revisa qué poder efectivo o afectivo tienes sobre otros y considera que ese poder ha de ser siempre un instrumento al servicio del prójimo y que lo has de ejercer con el diálogo, la comprensión y la misericordia. Sólo desde ahí se edifica un mundo nuevo, y sólamente ahí hallarás la felicidad que anhelas y buscas.


Cultivar y dar a conocer "la mesura"

Ya sabemos cuales son los caminos para la alegría que nos señala hoy el bautista: fraternidad, justicia, no-violencia, misericordia.  San Pablo lo resume en un sabio consejo: "Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca" (Fp 4,5).
 
 ¿Qué es la mesura? Es la medida justa. Es la sintonía espiritual que debes mantener; ese punto de equilibrio que irradia la misma "medida" de Dios. Porque para vivir en serena alegría la vara de medirse y de medir al prójimo no ha de ser otra que la medida de Dios: “Tratad a los demás como quisierais que Dios os tratara a vosotros"; "la medida que quisierais que Dios use con vosotros, usadla vosotros con el prójimo” (Mt 7,2.12). 

¡Qué buenas consignas para los pocos días que faltan para la Navidad! Si las practicas, tú mismo sentirás que "el Señor está cerca";  verás a Dios en el prójimo y  el prójimo verá a Dios en ti. Obrando con la mesura (medida) de Dios estarás evangelizando, estarás dando la buena noticia del amor de Dios, una realidad ajena a discursos vacuos y preciosistas y propiedad de quien obra con compasión, equidad y justicia.

¡Feliz tercer domingo de Adviento!

Casto Acedo.
Diciembre 2021. castoacedo@gmail.com.

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jueves, 2 de diciembre de 2021

Preparando el encuentro (Domingo 5 de Diciembre)


Dos grandes personajes bíblicos se hacen presente en nuestro camino de Adviento. El primero es la Virgen María, que tanto en la solemnidad de la Inmaculada Concepción como en el cuarto domingo se nos presenta como modelo para nuestro caminar hacia el encuentro con el Salvador. ¿Qué mejor maestra que aquella que preparó y vivió el primer Adviento?

La otra figura, secundaria respecto a María, pero considerada por Jesús “el mayor de los nacidos de mujer” es Juan Bautista. El mismo Jesús, en el evangelio de san Mateo, nos advierte de su importancia:
“¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino. En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mt 11,7-12).

Este segundo domingo es Juan Bautista el protagonista de la jornada.



La Navidad: un encuentro de dos.

En Adviento salimos-entramos al desierto de nuestra vida a escuchar a Juan Bautista que nos habla de Dios con su predicación, pero también con su estilo de vida que choca frontalmente con el lujo y el derroche (sola su figura pone en evidencia la desigualdad social fruto del pecado).

En el desierto Juan se hace voz de Dios para mi. Me dice que no me voy a encontrar con Dios en “los que van elegantemente vestidos”, ni en los que viven “en los palacios de los reyes” de este mundo (Lc 7,25), sino en el silencio, la austeridad y rudeza del desierto, allí donde se pone a prueba mi naturaleza y salta a la vista mi injusticia puesta en peso con la justicia de Dios.

Dios y el hombre, el hombre y Dios, hacen el Adviento y preparan el camino. En el desierto -soledad, vacío, silencio interior- Dios aborda al hombre.

Llama la atención el contraste entre el texto del profeta Baruc y la cita de Isaías que menciona san Lucas. Son textos complementarios. En Baruc Dios es el que abaja los montes y colma los valles: “Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios; ha mandado al bosque y a los árboles fragantes hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia” (Baruc 5,7-8).

Hermoso texto que nos avisa de que el camino del Adviento es un don de Dios. Por su parte, la cita de Isaías recogida en san Lucas parece requerir la respuesta del creyente: "Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios" (Lucas 3,4-5). Ambas orillas, la de Dios y la nuestra se complementan y producen el encuentro de Navidad.


Una llamada a la conversión

"Juan llevaba un vestido de piel de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre" (Mc 1,6). El hecho de que el Bautista viva en total despojo de las cosas del mundo es ya toda una invitación a la conversión, al cambio de vida; está pidiéndome “soltar todo”, vivir en el desierto, despojarme de aquello que impide a Jesús entrar en mi vida. Porque el problema del acercamiento de Dios no está en su lejanía, Baruc lo ha dicho: “Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados…”; en Jesús Dios se hace cercano; el problema es ahora mío, soy yo quien pongo obstáculos a su llegada, ahondo abismos, cierro puertas, levanto muros...

Es hora de responder: ¿Qué está impidiendo la venida de Dios a mi vida? ¿Cuáles son los montes que tengo que rebajar, los vacíos que debo llenar, los apegos o apetitos que necesito soltar?, ¿qué está torcido en mi interior?, ¿cuáles son las situaciones escabrosas que vivo y que he de limar? El tiempo de Adviento, atento a la predicación de Juan, me invita a un trabajo de ingeniería espiritual, a allanar mi espíritu para el encuentro con Dios; las herramientas de trabajo: una Biblia donde escuchar la Palabra; un tiempo diario de silencio en oración para abrir el oído, examinar mi vida y disponerme a seguir el camino acertado; y la ayuda inestimable de los sacramentos, la Eucaristía como piedra angular. Hecho el trabajo, y con la gracia de Dios podré espear, como tantos otros de ayer y de hoy la gracia de ver “la salvación de Dios” (Lc 3,6).

Dar signos de conversión y credibilidad

En Adviento hay que morir. Juan Bautista, profeta y precursor, me invita -en esperanza, en adviento)- a leer mi historia personal y la historia contemporánea de la Iglesia desde la perspectiva de Dios. Todo profeta pone en evidencia las contradicciones de la sociedad, en especial en lo que se refiere a formas de religiosidad. Es muy importante la imagen de cristianos que individualmente y como Iglesia ofrecemos al mundo. La presencia -hacer presente- de Dios en nuestro mundo dependerá en gran medida de la credibilidad que ofrezcamos cada uno en particular y cada comunidad como Iglesia. ¿Qué signos de esperanza estoy y estamos ofreciendo hoy a la sociedad?

Decimos que Dios no se hace notar mucho en nuestro mundo. No achaques  las culpas exclusivamente a la creciente secularización de la sociedad; hazte consciente  de que que tal vez tampoco tu ofreces por tu parte signos de credibilidad. ¿Hallan esperanza en ti los heridos de la "sociedad del descarte"? No es bueno refugiarse en la denuncia demagógica de las injusticias, en la cultura de la queja sistemática, sin ofrecer resistencia al ambiente descreído e injusto en que vivimos. Nuestra inacción muestra que también nosotros somos arrastrados por las turbulentas aguas de un mundo sin Dios, sin justicia.

Aparte de unas horas dedicadas al culto y la oración, ¿en qué se diferenciará tu vivencia de Adviento y Navidad de la de aquellos a los que consideras muy mundanos y poco creyentes? Párate en Adviento, acalla tu mente, silencia tu corazón, y mírate en tus críticas al prójimo. ¿No son también aplicables a ti mismo? Solemos odiar en el prójimo lo mismo que odiamos en nuestra persona. ¿No has observado que cuanto más criticas el consumo más consumes? ¿No estarás odiando en tu sociedad lo que no aceptas en ti mismo? ¿Inconscientemente? No te atreves a autocriticarte y condenarte, y así viertes tu rechazo sobre los que te rodean, pretendiendo así, ingenuamente, conjurar tus males.

Tu mundo no cambiará si tú no cambias. Para recuperar la esperanza has de cambiar de rumbo, es decir, has de llevar a tu interioridad la dirección de tus críticas, y desde ahí, asumiendo tu verdad, acudir a Dios para que te ayude a cambiar de mentalidad (purificar tu mente) y de comportamientos concretos (praxis del amor compasivo). Sólo así puedes aspirar a ser testigo de una esperanza nueva, no edificada sobre tus buenas intenciones sino sobre la realidad que será Cristo en tu vida.


* * *

Es motivo de gozo y ánimo saber que Dios ya obra por y para nosotros el milagro de tender puentes. Tú y yo somos invitados a responder a su invitación. Para ello, la mirada  siempre hacia delante, cada vez más hacia Dios, para que merezcamos hacer nuestras las palabras de Pablo a los cristianos de Filipo: “Habéis sido colaboradores míos (de Pablo, apóstol, y por tanto de la Iglesia) en la obra del evangelio desde el primer día hasta hoy. Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre nosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús... Y esta es mi oración: que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios”. Acoge para ti y para la Iglesia los deseos y la oración de san Pablo.


Casto Acedo Gómez. castoacedo@gmail.com Diciembre 2021

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